Corrupción

El cabreo que tengo tras cerrar las tapas de ‘Dinero sucio’ (Ariel, 2022) tardará días en pasárseme. Los hechos que se narran en su interior no son para menos. Tom Burgis, corresponsal de investigación en el Financial Times, desgrana aquí dos décadas de corrupción global que son, a la postre, la crónica del emerger de un modelo político-económico actualmente vigente y fuertemente asentado en nuestra sociedad global: la cleptocracia.

Este modelo se asienta en un ciclo dinero-poder-dinero que tiene su origen primero en el desmembramiento de Rusia, privatizada y vendida al mejor postor tras la caída de la URSS según los deseos etílicos de Boris Yeltsin y transformada, poco después, en la ubre de la que beberán las distintas élites autocráticas de Rusia y sus países satélites -con la alargada sombra de Vládimir Putin al fondo. De todo este gran mapa, y para no perdernos, Burgis se fija especialmente en un punto: en Kazajstán, en la corrupción asesina de su expresidente Nursultán Nazarbáyev, y en todos los sus denodados esfuerzos por ocultar su expolio por encima de todo y de todos.

‘Dinero sucio’ es absorbentemente indignante, me tuvo horas atrapado en su narración de los hechos, y me ha dado la fuerza necesaria para ponerme ante el teclado a gritar que este libro es imprescindible, necesario y toda una advertencia

Pues la cleptocracia no es, de hecho, más que la “privatización del poder”, la sustracción de los bienes comunes (recursos naturales, materias primas, espacios públicos, impuestos… incluso la salubridad o la vida de la ciudadanía), para un lucro privado y privativo, defendido desde el uso del monopolio de la violencia, y que se materializa y defiende al poner de acuerdo a los titulares del poder público (políticos, instituciones e incluso la justicia) con empresarios, ls gestores, empresas de seguridad y, por supuesto, con el sector financiero (sí, los bancos).

Portada de Dinero sucioSu acuerdo está sustentado en dos palabras: interés propio. Mientras ellos/as reciban su parte del pastel, lo demás no importa. ¿De quién es ese pastel? De todos. ¿Qué parte del pastel substraen? Sustanciosa.

La parte del relato más indignante, por lo menos para mí, es ver cómo parece estar permeando y ser compatible este sistema cleptocrático con todas las sociedades, las ideologías y los sistemas económicos. La democracia, la autocracia, la dictadura o la oligarquía son terrenos de derecho ¿y morales? compatibles con este modelo. En el capitalismo liberal o en la economía planificada, da igual, pueden convivir sistemas cleptocráticos son sus pautas. Y esto es así porque la cleptocracia se asienta en un mecanismo aun fuertemente generalizado en todas partes: la opacidad, la ocultación y el “secreto” de la información.

Investigadores e informantes en peligro

Por ejemplo, en economías florecientes, sociedades liberales y fuertemente capitalistas, es posible realizar inversiones a ciegas; sin saber quién es el titular del servicio o el bien en que se invierte, quién es el responsable último si la inversión sale mal o, incluso, si las garantías de la inversión (los hechos supuestos en que se sustenta) son reales o no. No pocas veces, investigaciones sobre inversiones de riesgo o fraudulentas se toparon con estas mismas barreras. Por no nombrar los problemas con que se encuentran las personas que quieren denunciar estos u otros hechos: Burgis nos pone en la pista de Nigel Wilkins y de Bob Levinson, pero otras muchas personas tienen iguales o mayores dificultades todos los días, hasta el punto de poner en riesgo su propia vida.

Sobre esto, un apunte: España ha sido expedientada por la Unión Europea hace pocos días (el 7 de febrero) por, después de dos años, no haber traspuesto aún la directiva europea que obliga a los Estados a proteger a los denunciantes de hechos delictivos tanto del sector público como del privado. ¿Por qué puede pasar esto? Burgis es claro: existe una connivencia descarada de las instituciones supuestamente supervisoras con los infractores y en contra de los denunciantes.

¿No tenemos sentido de lo común?

Para explicar la razón de esto, Burgis pone el punto de mira en la City de Londres. Nigel Wilkins trabajó allí y hasta allí llevó, delante del organismo público supervisor (la SFO), algunos de los papeles de su anterior puesto, en el banco suizo BSI, que demostraban la existencia de una red de ladrones con intereses y posición en empresas cotizadas en la City. ¿Qué creéis que pasó? Wilkins fue despedido. Los papeles durmieron el dueño de los justos. Muchos de los poderosos miembros de aquella cleptocracia siguen hoy por ahí de rositas.

¿Quiere esto decir que, realmente, somos egoístas por naturaleza? ¿Qué es el propio interés lo que mueve el mundo? ¿Qué no tenemos sentido de lo común y que, como decía irónicamente un amigo mío para ejemplificar esta idea, “el monte es de todos, quema tu parte”? Ni mucho menos.

La cleptocracia creciente

Burgis es incisivo, directo, crudo y exhaustivo a la hora de retratar lo amplio de esta red de ladrones; de desentrañar sus múltiples relaciones; y de poner sobre el tapete los numerosos y extraños apellidos que conectan a unos con otros. Pero también es generoso en dejarnos las puertas abiertas a la posibilidad de un cambio, pero que pasa en todo caso por fortalecer la democracia, por centrarnos en los hechos frente a la creciente fuerza de los relatos (la “verdad construida” o la “subjetividad dominante”), por dar confianza y fuerza a las personas con ética que quieren denunciar hechos delictivos (frente a quién quiere ocultarlos) y, por supuesto, por dotarnos de mejores normas en transparencia y rendimiento de cuentas.

‘Dinero sucio’ (Ariel, 2022) es absorbentemente indignante, me tuvo horas atrapado en su narración de los hechos, y me ha dado la fuerza necesaria para ponerme ante el teclado a gritar que este libro es imprescindible, necesario y toda una advertencia de a dónde podemos ir si no reaccionamos frente a esta marea de cleptocracia creciente. Ojo.

Fco. Martínez Hidalgo
Filólogo, politólogo y proyecto de psicólogo. Crítico literario. Lector empedernido. Mourinhista de la vida.

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