Advertencia previa:
Tras los análisis de los tres libros precedentes de la saga en Fantasymundo: Dune (1965), Mesías de Dune e Hijos de Dune (1976), se hace imprescindible una advertencia básica. Si Frank Herbert hubiera detenido su imaginación con el primer libro de la saga, cualquier lector podría elegir entre leer o no un artículo referente a su obra, con los peligros inherentes que conlleva la revelación prematura de hechos que tan solo han de ser descubiertos en un libro. Pero no es así… Herbert firmó cinco volúmenes más de su maravilloso mundo de dunas (el siguiente al presente es Herejes de Dune (1984) y el último Casa Capitular: Dune (1985)), esoterismo y viajes espaciales, y antes de proseguir con el presente artículo, el lector ha de verse prevenido contra los peligros mencionados.
Si los artículos precedentes han aguijoneado su curiosidad sobre el mundo de Dune, le recomiendo que lea los libros y no vuelva a visitar este texto hasta no completar su lectura. Entonces sí disfrutará de él en su plenitud, y quizá descubra lecciones escondidas que no halló en su primera lectura del libro. Claro está, no todos los visitantes de los artículos de Fantasymundo son potenciales lectores, ni les interesará a priori curiosear en el fantástico mundo de Herbert; si este es su caso, le invito a proseguir con el artículo, y quizá descubra que, después de todo, estos libros merecen la pena. Pues este es nuestro objetivo: fomentar la lectura. Sepa pues, lector ocasional de este artículo, que aún puede usted elegir: más adelante quizá conozca ya demasiado el libro que comentamos para leérselo. Créame: jamás nadie encontró un tesoro que mereciese la pena siguiendo únicamente el camino que otros marcan, sin aventurarse lo más mínimo. Está usted ante una de las mejores sagas de la ciencia ficción de la historia de la literatura: descúbrala.
Preludio:
“Debéis recordar que tengo a mi disposición ante cualquier demanda interna todos los conocimientos y maestrías conocidos en nuestra historia. Esta es la reserva de energía a la que recurro cuando adopto la mentalidad de la guerra. Quien no haya escuchado los gemebundos gritos de los heridos y los agonizantes, no sabe nada de la guerra. Yo he escuchado esos gritos en tal número que me obsesionan. He gritado yo mismo por las consecuencias de la batalla. He sufrido heridas en todas las épocas, heridas causadas por puños y garrotes, por pedradas, heridas inflingidas por granadas de mano y espadas de bronce, por mazas y cañones, por flechas, pistolas láser, y por el silencioso ahogo del polvo atómico, por las invasiones biológicas que ennegrecen la lengua y anegan los pulmones, por el veloz lametazo de las llamas y la callada acción de los venenos lentos.. ¡Y otras muchas más que no enumero! Todas las he visto y todas las he sentido en carne propia. A cuantos osan preguntar por qué me comporto del modo que lo hago, les respondo: con los recuerdos que tengo no puedo hacer otra cosa. No soy cobarde, y en otro tiempo fui humano.”
Palabras de Leto II, extraídas de sus Diarios Robados.
El fin del Despotismo Hidráulico
Leto II, el hijo de Paul Atreides, ha asumido por fin su Senda de Oro (Secher Nbiw), el camino destinado a salvar a la especie humana de sí misma, y tras su fusión con las truchas de arena, acumula ya más de 3.000 años de reinado absoluto sobre el universo conocido. Encaminado sin remisión a su implacable transformación corporal en gusano de arena, Leto (el Tirano o el Gusano según la mayoría de sus súdbitos), impone una paz forzosa que los diferentes pueblos bajo su égida intentan por todos los medios quebrar. Su cuerpo físico, casi inmune a los ataques con armas convencionales, se une a su portentosa mente presciente, capaz de ver a distancia los complots urdidos contra él, para conformar un ente casi invulnerable. Él es Dios, la encarnación terrenal de Shai Hulud, cabeza visible de la religión y el gobierno del Imperio.
Sus memorias previas, millones de almas acumuladas en su mente, le dan una perspectiva inigualable de la historia humana y sus peligros, y conforman en ocasiones un inmenso lago donde Leto acostumbra a nadar, evadiéndose de la realidad inmediata. Le proporcionan así mismo lecciones incomparables, opciones y caminos vedados, pero sobre todo una hastiante repetición de actitudes, situaciones y recuerdos. Pese a ser memorias ajenas, Leto las vive y experimenta como propias; él es un hombre y una mujer, un anciano y un niño, es soldado, es pescador, es rey, es esclavo,… ningún punto de vista le es ajeno ni ninguno domina sobre él. Es la Conciencia de la Humanidad. Y conocedor del peligro al que se enfrentaría la Humanidad, la fuerza soportar su tiranía, con el fin de aguijonearla y que busque caminos alternativos de dominio.
Leto sabe que la especia (melange) seguirá dominando al ser humano y condicionando su supervivencia, así que se propone convertir de nuevo el planeta Dune (Arrakis) en un vergel, donde debido a la nueva acumulación de humedad perezcan los gusanos de arena, productores de la sustancia geriátrica, de forma que la única especia que circula por su imperio en los tiempos relatados en el libro es la de su propio e inmenso almacén secreto. Tan sólo una minúscula porción de desierto amurallada, sostenida por los satélites de control climático queda en Dune: el Sareer, el Santuario de Leto, pero de allí no sale ya especia. Busca acabar con el llamado “despotismo hidráulico”, con la dependencia económica de una sola fuente de energía o bienestar. Cada pueblo recibe una asignación anual a criterio de Leto II, de forma que tiene así dominados los destinos de todos los planetas dependientes al Imperio. Por supuesto, estos no aceptarán una tal subordinación de buen grado, y la mayor parte de sus esfuerzos tecnológicos irán destinados a producir especia de forma sintética, para no depender de los favores del Emperador. De entre estos pueblos, destacarán por su ferocidad e inteligencia los Tleilaxu, amos de los secretos de la genética, quienes además proporcionan a Leto un arma de doble filo imprescindible: innumerables gholas (copias exactas conseguidas de las células de una persona) de Duncan Idaho, antiguo capitán de los Atreides, que entró al servicio de su padre y que fue conocido por su ferocidad en el campo de batalla. Mantiene una deuda de honor con los Atreides, por lo que éstos fuerzan siempre que pueden su lealtad inconmovible a través de los siglos.
Los Duncans proporcionados por los tleilaxu recuerdan sus memorias originales, por lo tanto transcienden a su propia muerte, ya que además de su nueva vida, conocen el momento exacto del fallecimiento del original, y representan para Leto un valiosísimo tesoro genético, por lo que “anima” a los gholas a procrear con sus Habladoras Pez, su ejército de implacables guerreras guardianas, cuyas habilidades en muchos terrenos se mejoran cada año. Los Duncans son también un misterio peligroso, ya que nadie sabe qué condicionamientos han podido incluir los Tleilaxu, enemigos del Emperador, para dañar a éste. Los Duncan Idaho son capitanes natos, y Leto suele utilizarlos, a pesar del peligro, para que asuman el mando de sus ejércitos.
Las Habladoras Pez conforman el pilar básico de su estructura de poder; son mujeres adiestradas en los usos de la guerra y la paz, e implacables en defensa de su señor. A pesar de que son mandadas por hombres de confianza de Leto, las mujeres son, en palabras del Dios Emperador, “las que mejor mantienen la Senda de Oro”, al estar más predispuestas que los hombres a la conservación de la vida: no sólo luchan, sino que proporcionan al Imperio hijos e hijas de genética cada vez más atreides y más fuerte. Son madres y guerreras… y en ocasiones sacerdotisas de la religión imperial, fanáticas seguidoras de su amo.
Leto II mantiene una relación ambivalente con la tecnología. De forma pública, alienta la fidelidad a la Yihad Butleriana, que prohíbe el desarrollo de cualquier máquina pensante o que imite la capacidad humana de pensar, pero acepta la tecnología ixiana, que bordea y muchas veces traspasa la legalidad, pero que contribuye también a hacer más llevadera la adaptación a su cuerpo de pre-gusano.
Pero la persona que más tiene contacto diario con Leto y mejor le comprende es Moneo, su asistente personal y gobernador. Por supuesto, es un atreides, uno de los “productos” genéticos de Leto, dotado con una inteligencia y dotes de mando innatos y unos reflejos físicos mejorados aún a pesar de su ya avanzada edad. Comparte con él gobierno y responsabilidades, pero por encima de todo, los peligros. Moneo no sólo está expuesto a las intrigas de los diferentes pueblos que ambicionan el poder, sino a los cada vez más frecuentes signos de la presencia del Gusano en Leto. En ocasiones, la parte humana del Emperador pierde el control y cede terreno a la ira del Gusano, una auténtica tormenta que no respeta nada. Conforme se acerca su transformación final a Gusano de Arena, Leto es cada vez menos humano y más irascible: tan sólo su cabeza, sus brazos y unas minúsculas piernas atrofiadas son identificables como tales en su cuerpo de gusano. Moneo como atreides, es depositario de la herencia genética presciente de la familia, aunque teme descubrir en él mismo esos poderes, e intenta negar la evidencia, retrasando indefinidamente el momento de su exposición masiva ante la especia. Pero estos poderes han sido transmitidos a su descendencia… y serán la clave del futuro… como lo han sido a través de toda la saga.
La Bene Gesserit prosigue con su propio programa genético (del que Leto tomó la base para el suyo), pero los nacimientos son vigilados por las Habladoras Pez, que eliminan aquellos que no se ajustan a los designios del Emperador. La Hermana Chenoeh, representante de la Orden ante Leto, se queja repetidamente de ello, pero éste, como toda respuesta, amenaza con un escueto “agradeced lo que tenéis”. La Bene Gesserit se ve obligada, como el resto de pueblos y órdenes, a agradecer a Leto lo que tiene a bien dispensarles.
Las antiguas Grandes Casas del desaparecido parlamento del Imperio, el Lansraad, han perdido todo su poder con la caída del mercado de la especia, tan sólo seis de ellas tienen ahora el estatus de Casa Menor. La Cofradía también está bajo el absoluto control de Leto, debido a su patética dependencia de la especia, aunque intentarán buscar otros caminos junto con Ix para asegurarse la sustancia geriátrica que les permite viajar rápidamente entre mundos.
Los ixianos, por su parte, idearán un plan para dañar al Tirano donde más le hiere. Diseñarán a una mujer llamada Hwi Noree, tras estudiar los gustos amorosos, intelectuales y físicos de Leto, y la situarán como embajadora de Ix ante él. Éste, que ya no puede experimentar el amor físico con mujer alguna, se verá torturado por un sinfín de emociones muy a su pesar, distraído del gobierno. El Emperador no tiene apenas debilidades físicas, pero aún puede sentir amor…
La hija de Moneo, otra atreides llamada Siona, descendiente en línea directa de Ghanima Atreides, hermana de Leto, resulta ser la auténtica clave de la historia posterior del Imperio, gracias a que en ella ha culminado la selección genética que Leto iniciara con su reinado, similar a la emprendida siglos atrás por la Bene Gesserit, pero mucho más refinada. Siona, declarada en rebeldía, roba los Diarios Secretos de Leto, y será puesta a prueba por éste (como lo fue Moneo en su juventud) en una suerte de Gom Jabbar mejorado: el destino de Siona será el destino del mundo, y en ella renace el espíritu fremen, ahora sólo latente en los patéticos y degradados Fremen de Museo.
Ingeniería social
En Dios Emperador de Dune, cuarto libro de la saga de Frank Herbert, se eliminan casi por completo el misticismo y la acción que dominaban los libros precedentes, sustituidos por una profunda y en ocasiones árida reflexión sobre el devenir de la Humanidad y la soledad del poder. La ecología, de la que Herbert era un apasionado (tuvo su propia granja autosuficiente antes de mudarse definitivamente a Hawai), muy presente en los anteriores volúmenes, se ve reducida aquí a su mínima expresión, arrinconada de forma inmisericorde por las necesidades prácticas e inmediatas de supervivencia de los humanos. Los diálogos y reflexiones son de veras impagables, sinceros y en ocasiones dotados de un cinismo absoluto, del conocimiento completo de quien se sabe depositario de las memorias y la historia humanas, de quien distingue los finales de casi todos los caminos, y los recorre sin temor pero también sin arrogancia.
No se trata de un libro de monólogos ni mucho menos. Cada uno de los personajes representa la visión de una época; de los roces y conflictos nacidos entre éstos surge una contraposición de ideas y formas de actuar frente al poder única. La Visión fremen y práctica de Leto, clara e imprescindible para él, representa para otros el poder absoluto y destructor que las libertades individuales. El enfrentamiento ideológico y físico deriva en interesantes contradicciones de unos y otros, y de nuevo sienta las bases para las guerras abiertas que se declararán en los dos últimos libros de la saga, mucho más dinámicos en cuanto a trama y más cercanos al espíritu original de la primera novela que la presente. La democracia, tan amada entre nuestros contemporáneos como la única forma respetuosa de convivir con nuestros semejantes, se ve en este libro puesta en tela de juicio por un Leto que considera que no es el momento de que el Imperio adopte ese “modus vivendi”. Para él, los sistemas presuntamente igualitarios (todos sabemos que el mundo en que nosotros vivimos es una democracia tutelada) tan sólo refuerzan la cobardía, modulando los instintos humanos que conducen a la voluntad y la valentía, regulando apetitos y voluntades, marcando unos límites precisos: se nos domestica desde pequeños para vivir una vida tutelada por la moral común. De este modo, según Herbert, la sociedad pierde valor y se ve en peligro frente a amenazas externas. Más adelante, en el libro final de la saga, un modo especial de democracia tutelada con poderes compensados, la sociedad de las Bene Gesserit, casi el ideal de Herbert, tendrá en sus manos la supervivencia del mundo ajeno a la Dispersión.
Pero Leto no sólo abomina de la democracia clásica, sino también del conservadurismo. Desconfía de ambos extremos. Según afirma, si tras un conservador se encuentra un hombre que prefiere el pasado antes que el futuro, alguien que obliga a sus subordinados a involucionar, tras un liberal se esconde un aristócrata; en palabras de Leto II: “Los gobiernos liberales se convierten irremisiblemente en aristocracias. Las burocracias traicionan la verdadera intención de las personas que forman dichos gobiernos. Desde el primer momento, los hombrecitos que formaron los gobiernos que prometieron equiparar las cargas sociales se hallaron inopinadamente en manos de aristocracias burocráticas. Ya se sabe que todas la burocracias siguen esa pauta, pero qué hipocresía descubrirla incluso bajo una enseña comunizada. Ah… bien, si las pautas me enseñan alguna cosa, es que se repiten y se repiten incansablemente. Mis congojas, en conjunto, no son más angustiosas que las de los demás, al menos yo enseño una lección nueva”.
Leto domestica a la Humanidad con una paz de 3.000 años, les priva de la básica libertad de elección de la propia voluntad. Al dirigirles de esta forma, con el tiempo los diferentes pueblos echarán de menos aquello que se les arrancó sin piedad, buscarán su propia autodeterminación y el instinto humano creativo y guerrero aflorará de nuevo en ellos. Al mismo tiempo, Leto casi les priva de la sustancia que sostiene el Imperio: la especia, ocasionando la caída del peligroso modelo socio-económico pasado, y provocando la Dispersión. Miles de millones de personas mueren debido a su dependencia física de la especia, y otras emigran de sus planetas natales y colonizan otros mundos, multiplicando la variedad de comportamientos, aptitudes, inventos, formas de pensamiento y religiones. La vuelta de las gentes de la Dispersión provocará de nuevo una guerra contra las que se quedaron en los planetas conocidos, de la que los más aptos conseguirán sobrevivir, asegurando el futuro de la raza humana. El peligro que Leto vió en la especia y el despotismo hidráulico que ésta provocaba, quedará por fin conjurado. El tirano se convierte en el catalizador de esta evolución.
La futilidad de la historia escrita por los vencedores queda patente en todo el libro: la historia oral finalmente se lleva el crédito de la crónica de la Humanidad; tanto Leto como sus súdbitos ridiculizan constantemente los hechos consignados por los cronistas “oficiales”, y conceden mayor importancia a los hechos transmitidos entre personas. El propio Leto ironiza constantemente con el tratamiento que pueda llegar a darle la historia póstuma, y desconfía de los historiadores.
Sobre el libro
Aún dada la ocasional aridez de Dios Emperador de Dune, este libro es imprescindible para comprender toda la saga, para apreciar los vericuetos de la evolución humana y extraer valiosas lecciones de convivencia y organización social. Los fans de la serie sin duda apreciarán su contenido, pero no es el libro ideal para comenzar a iniciarse en el mundo de Herbert. En el prólogo de Domingo Santos, este escritor español, traductor de la primera novela de la saga de Dune y director de varias colecciones de ciencia ficción, afirma que Dios Emperador de Dune puede leerse separadamente del resto, incluso en primer lugar, pero para quien suscribe este artículo esto sería un tremendo error. Al igual que una casa no debe ser comenzada por el tejado, el orden de publicación de la saga de Herbert es precisamente el adecuado. Saltarse alguno de los libros significa dejar en tinieblas buena parte de la comprensión que iluminará el resto, y lo que es más importante: mutilará la evolución necesaria de los personajes y sus antecedentes. Los hechos acaecidos en cada uno de los libros son consecuencia directa de la acciones de los personajes del anterior, y el lector puede encontrar un tremendo placer previendo la evolución del mundo en función de los hechos presentados ante él.
Amante de la ecología y estudioso de la evolución natural de los microcosmos, Herbert proporciona una valiosísima lección de evolución humana que no puede pasar desapercibida. Toda esta evolución sobreviene de forma natural, nunca se muestra forzosa, fluye como lo haría cualquier otra corriente lógica. No encontraremos en sus libros “soluciones mágicas” repentinas que suelen evidenciar una carencia argumental del escritor; da la impresión de que, al iniciar la saga, Herbert sabía como terminaría. Y aún así, dejó el final abierto… esa habilidad suele distinguirse en muy pocos autores. Por otra parte, comparte con J.R.R. Tolkien la importancia de la sugestión: Frank muestra diferentes mundos, culturas, religiones, corrientes de pensamiento,… el detalle a menudo incluso abruma sin llegar a empalagar, pero a la vez sugiere un fondo aún mayor del que despliega, induce al lector a imaginarse “lo que hay más allá”, a desear explorar más de lo que se muestra a simple vista. Es por eso que uno desea seguir leyendo la saga, aún a pesar de que la atracción disminuye un tanto tras el primer y básico volumen, tras adentrarse en temas mucho más complejos y transcendentales.
Esta profundidad sugerida aumentará notablemente a partir del próximo libro, cuando los efectos de la Dispersión sean ya patentes. Entrarán en juego nuevas variables, y la saga se volverá más dinámica y atractiva para el que busca una ciencia ficción más al uso, con personajes carismáticos, civilizaciones atrayentes, batallas, situaciones límite y diálogos con cuerpo.
Este es, pues, un libro enormemente denso y, para aquellos que gusten de la reflexión histórico-sociológica, imprescindible. Supone un momento de inflexión en el desarrollo de toda la saga, no sólo en la línea argumental, sino también en el tono narrativo, con frecuentes visitas al pasado. Al igual que los diferentes pueblos del Imperio se ven obligados a aceptar una paz forzosa, el lector no tiene más remedio que asistir a una ralentización de la historia que sin embargo no merma el atractivo del libro, ya que todo se aproxima a una conclusión sorprendente. Muy pocas veces he podido asistir al dibujo de personajes tan sinceros consigo mismos, tan bien definidos y responsables con su propio entorno. Puede uno sentir más o menos empatía con ellos, pero desde luego parecen reales, en ningún momento se notan forzados, pese a lo extraño de la forma física o el extraordinario carácter de algunos de ellos.
Leto se define a sí mismo como “El último depredador de la Humanidad”, circunstancia que se entiende con la sola lectura de esta cita, con la cual ponemos punto final a este artículo, y que puede resumir buena parte del objetivo del Dios Emperador: “Disponiendo las generaciones del tiempo suficiente para evolucionar, el predador produce determinadas adaptaciones de supervivencia en su presa, las cuales, mediante un ciclo operativo de alimentación, producen cambios en el predador, que a su vez modifica a su presa, etcétera, etcétera, etcétera… Innumerables son las fuerzas poderosas que producen el mismo efecto. Las religiones pueden contarse entre dichas fuerzas.” Él es el Último Tirano, al que la historia venerará posteriormente, como al Salvador que es.
Dudo que pueda extrapolarse esta Senda de Oro a nuestro mundo, el mismo Leto afirma que ésta tan sólo es posible cuando el gobernante que la hace posible tiene sus mismas memorias y su amplia visión de la historia y sus peligros, y hoy por hoy, aún a pesar del despotismo hidráulico provocado por el petróleo en nuestro mundo, no hay nadie con los poderes prescientes de Leto II, ni atreides que puedan sacarnos de este atolladero. Deberá ser la propia Humanidad, sin intervención de caudillo ninguno, quien aprenda a reinventar la historia. Que nadie vea en este libro un manual de gobierno o una solución mágica universal: es tan sólo la etapa básica en la conclusión de una de las mejores sagas de la ciencia ficción conocidas.