Cada vez que Andrzej Sapkowski (Lodz, 1948) visita España, una gran maquinaria de generación de noticias y anécdotas se pone en marcha. El escritor polaco es, además de un magnífico autor, un personaje brillante, dotado de una gran ironía y de una muy amena conversación. Cada vez que su editor, Luis García Prado, lo conduce por los programados vericuetos por los que suele presentar sus libros, Sapkowski es incapaz de dejar indiferente.
Movido por la expectación y la fascinación hacia esa magnética personalidad, quise compartir con él aproximadamente unas doce horas de su estancia en Madrid, el día 15 de junio, antes de que partiera hacia Valladolid, donde estaba previsto que concluyese su viaje por tierras españolas. El resultado de esa mini convivencia no pudo ser más satisfactorio, dado que Sapkowski es feliz ante un público que sabe valorar su calidad y agradecer su honestidad.
Un polaco entre polacos
La soleada y calurosa mañana del lunes 15 de junio, amaneció resacosa tanto para Sapkowski como para sus fieles escuderos, José María Faraldo, y Luis García Prado. Los tres habían asistido al rutilante espectáculo de la Feria del Libro de Madrid 2009, en la que el polaco había sido, sin género de dudas, una de las principales estrellas. El gran día en que Sapkowski firmaba ejemplares de su «Narrenturm» en la caseta de Bibliópolis – Alamut, sólo el simpático y mordaz José Antonio Labordeta era capaz de igualarle en demanda y entusiasmo. Tomando en consideración que ese mismo día coincidían, en el tiempo y el espacio, también Juan José Millás, Isabel San Sebastián o Antonio Gala, podría decirse que su triunfo fue colosal.
Aquella mañana, por lo tanto, exigía calma y tranquilidad. Sapkowski tenía una agenda tan exigente y apretada como generosa, gravitante en torno a una particularidad: Polonia. Varios habían sido los actos convocados para esa jornada, y dos los lugares escogidos: el Instituto Polaco de Cultura, y la Biblioteca Pública de Vallecas, sede del Centro de Interés Cultural Polaco. En ambos sitios estaba citado el renovador de la Fantasía actual, y con él también aquellos lectores o aficionados que quisiesen disfrutar de su agilidad mental y su capacidad para divertir a la concurrencia.
El Instituto Polaco de Cultura, dirigido por la ex cónsul y traductora Joanna Karasek, fue la primera etapa del viaje, pues allí iba a presentarse «Narrenturm». Tan señalado evento, que suponía además el bautismo de fuego del centro, contó con la presencia de García Prado y Faraldo.
Fue el valedor y descubridor del escritor, García Prado, quien levantó la veda al presentarle como “el salvador de Bibliópolis” (el catálogo del sello se abrió, precisamente, con «El último deseo«, primer libro de la “saga de Geralt de Rivia”) y como “un autor de enorme éxito en Europa Oriental”. En su intervención, no dudó en considerar «Narrenturm» como el gran paso adelante de Sapkwoski, “por su ambición”, un libro del que puede destacarse, según sus palabras, “su narrativa muy evolucionada y su evidente mejora estilística”. Para dar fe de lo que supone el autor para sus dos editoriales, García Prado apuntó un dato: en la campaña 2008- 2009, Bibliópolis – Alamut vendió, gracias a Sapkowski, un 50 % más que todo el periodo anterior.
Faraldo ratificaría la importancia de la prosa de Sapkowski, aunque desde el punto de vista de su “enorme complejidad”. Buen conocedor de sus entresijos, pues no en vano ha traducido ya ocho de sus libros, el historiador, pletórico por su reciente fichaje por el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, definió su tarea “como una labor de equipo”, manifestando su total sintonía, durante el proceso, con su editor. La traducción de «Narrenturm», no exenta de polémica, fue “lo más satisfactorio y estresante de mi vida”, apuntó, con sentido del humor (las pullas lanzadas esa velada tendrían por objetivo mayoritario la traslación al castellano de la novela). Al “no venir con los defectos [del traductor] ya instalados”, como afirmó García Prado, Faraldo consiguió “mostrar la riqueza de Sapkowski sin hacerla sencilla. Hemos conseguido mostrar a los lectores españoles lo mismo que a los polacos”, finalizó diciendo el glosista.
El interpelado, aprovechó su turno de palabra para zanjar algunas cuestiones. Sapkowski habló poco durante toda la tarde, al menos de cara al público, pero cuando lo hizo, arrancó carcajadas. El polaco se sintió a gusto, y se despachó con soltura: “Toda traducción es una traición” –dijo, entrando en el debate central de esta primera parte de la jornada- “algunas no se admiten a la primera, otras son de pena de muerte. Las obras maestras resultan, generalmente, destrozadas”.
El autor tuvo tiempo de realizar algunas aclaraciones sobre los títulos de su trilogía de las guerras husitas, nombre dado a la edición castellana de los libros que tienen a Reinmar de Bielau por protagonista, en una decisión editorial similar a la de la “saga de Geralt de Rivia” (llamada “saga del brujo” en Polonia). Sostuvo que «Narrenturm», era, efectivamente, “la torre donde se encerraban a las personas locas en Alemania” pero que, también, admitía “lecturas alegóricas y del Tarot” (en la quiromancia, la Torre es uno de los arcanos más importantes, símbolo de cambios súbitos y violentos, como los que afectan al personaje principal de la obra). “Además” –continuó- “suena muy bien y es un buen elemento de marketing”.
Sobre los otros dos encabezados, Los guerreros de Dios y Lux perpetua, dijo: “Como en Polonia me consideran un cerdo cosmopolita, decidí tener con ellos un detalle y bauticé a todos mis libros con títulos en idiomas extranjeros” (Los guerreros de Dios está escrito en checo en el original, mientras que Lux perpetua, es, como resulta evidente, latín). Esta práctica de Sapkowski por “agradar” a sus compatriotas no es nueva: en La tarde dorada, su revisión del clásico Alicia en el País de las Maravillas, usó hasta cinco lenguas distintas para su redacción.
Incansable, prosiguió dejando algunas perlas: “Los salones del mainstream me recuerdan a una pocilga abandonada”, apostilló cuando tuvo que defender el carácter “alternativo o distinto” de su narrativa.”Yo uso las fuentes” –añadió a renglón seguido de analizar el título de la primera parte de su trilogía- “La Universidad sólo te enseña dos cosas: a jugar a las cartas y a usar las fuentes” Al hacerle ver que esa frase ya la había empleado en su serie sobre el brujo albino, sentenció: “Me encanta citarme a mí mismo, porque así sé que uso buena literatura”.
Con esta frase lapidaria, se puso el colofón al acto. El vino y una serie de productos de la tierra castellana sirvieron para reponer fuerzas, pues el día no había hecho sino comenzar: quedaban aún dos encuentros a los que había que asistir.
Un escritor entre lectores
La siguiente etapa de nuestro seguimiento nos llevaba a la Biblioteca Pública del madrileño barrio de Vallecas, en donde Sapkowski se reuniría con lectores, mayoritariamente polacos, de sus obras. La Biblioteca tiene, desde hace meses, su propia sección centrada en este idioma eslavo, como consecuencia de una iniciativa de la Comunidad de Madrid llamada “Biblioteca Abierta”, que pretende integrar, a base de incluir volúmenes en su lengua, a los inmigrantes de la nacionalidad más numerosa en los distritos a los que pertenezcan las bibliotecas de titularidad pública. Gracias a esta buena propuesta, en Madrid capital se contabilizan, además del Centro de Interés polaco, dos árabes, uno rumano, otro búlgaro y uno chino.
En este escenario tuvo que hacerse valer maratonianamente: “No soy lector habitual de la Fantasía, pero me baso en su cánon tradicional para escribir mis libros”, dijo, en respuesta a una pregunta. Otra lectora consiguió sacarle una completa declaración de intenciones, al manifestarle su estupefacción a la hora de leer una novela («Narrenturm») con un personaje distinto (Reinmar), en vez de una continuación del universo de Geralt de Rivia protagonizada por éste o, en su defecto, por un familiar. Sapkwoski, bastante serio, reivindicó su pasión por los cambios, al afirmar que “encasillarse sólo lleva a repetirse y, por tanto, a aburrirse penosamente”.
Tres cuartos de hora después de iniciado el acontecimiento, y por cuestiones de agenda, los organizadores liberaron a Sapkowski, quien, no obstante, se complació en firmar todos los libros que le presentaron, y en posar (como hizo con nosotros, sin ir más lejos) para las fotografías de rigor.
De vuelta al Instituto Polaco, el maestro se sometía a una multitudinaria mesa redonda sobre su persona y su bibliografía, en la que iban a participar Alejandro Salamanca, encargado de leer un pasaje de «Narrenturm»; Luis Alberto de Cuenca, ex Secretario de Estado de Cultura y ex Director de la Biblioteca Nacional; Fernando Otero Macías, lingüista especializado en filología eslava, y, de nuevo, José María Faraldo.
Tras la fabulosa lectura del exorcismo de Scharley y Reynevan en el monasterio benedictino, que arrancó una cerrada ovación por la combinación del estilo de Sapkowski y la maestría con la que Salamanca interpretó el texto, Luis Alberto de Cuenca tildó el sentido del humor de Sapkowski de “rabelesiano, totalmente medieval, negrísimo”. “Sapkowski es un goliardo del siglo XXI, que ha nacido para deleitar a un público muy numeroso. Ni siquiera es un autor nacional [en cuanto a su idiosincrasia autoral], pero sí es polaco”.
Precisamente de lengua y lenguaje trató la intervención de Otero Macías, futuro co-traductor de las novelas venideras de Sapkowski, quien dijo lo siguiente sobre el creador polaco: “Es el escritor de las personas normales del Medioevo, muy dotado para interrumpir el flujo del lenguaje normal con otros giros idiomáticos”.
La mesa redonda se cerró en un ambiente distendido y muy participativo, en el que se valoró la obra de Sapkowski en relación con la de muchos otros autores medievales o contemporáneos. Su parecido con la novela picaresca y con la obra de Cervantes salió inevitablemente a colación, aunque sería nuevamente Luis Alberto de Cuenca, quien, citando a su vez a un historiador, se apuntaría el mérito de haber formulado la sentencia que resumiría el acto: “Una novela histórica no es más que Fantasía que intenta disimular los anacronismos”.
Sapkowski, el gran narrador de la Fantasía Histórica, aquella que va más allá del puro anacronismo, se despidió de la capital española con un baño de multitudes, a la altura de su calidad como narrador. El próximo año, si Dios quiere, quizás vuelva a visitarnos.