Si todo hubiese salido según los planes originales de Kevin Feige para la fase 4 del UCM, “Doctor Strange en el multiverso de la locura” se habría estrenado justo antes de “Spider-Man: No Way Home”. El orden en que finalmente han tenido lugar estas historias me parece el más natural: comenzamos con una introducción al multiverso antes de zambullirnos en él de cabeza. Sin embargo, vistas ambas, entiendo la lógica de estrenarlas a la inversa. “No Way Home” fue todo lo que se esperaba de ella y más, ofreciendo un nivel de satisfacción, no ya cinematográfico, sino puramente emocional, casi imposible de igualar.
La secuela de “Doctor Strange” (2016) debía hacer frente a las expectativas de ser más que una buena aventura protagonizada por el Maestro de las Artes Místicas. Parecía llamada a ser el punto de unión entre la mencionada película de Spider-Man, “Loki” (serie con la que comparte guionista: Michael Waldron), “Wandavision”, “¿Qué pasaría si…?”, las franquicias anteriormente en poder de Fox y quién sabe qué más. En definitiva, un macroevento más cercano a “Vengadores: Infinity War” (2018) que a una película en solitario de Stephen Strange. Y aunque hay cameos, debuts y apariciones sorprendentes, no tienen el peso en la trama que se había teorizado. En su lugar tenemos un argumento que hace malabares con la fantasía y el terror, mientras reflexiona sobre el precio de la felicidad y la tragedia del heroísmo.
“El multiverso de la locura” es, en el fondo, una historia sencilla. Una exploración de cómo sus personajes principales (Stephen y Wanda) reaccionan ante la pérdida. Un viaje que les enfrenta a las consecuencias de su egoísmo. Esto juega a su favor, contrarrestando un barroquismo estético que de otra forma podría llegar a abrumar.
El director Sam Raimi (“Spider-Man”, “the Evil Dead”) está desatado. No deja nada al azar. Cada plano, cada movimiento de cámara, cada transición entre escenas lleva su sello grabado a fuego. Hace uso de su magia particular en un despliegue de imaginación y trucos visuales apabullante. Y no se corta a la hora de introducir elementos de horror clásico, sin restricción ni complejos. Así, inquieta, asquea y espanta con maestría y belleza, consiguiendo que la hechicería de Strange y la brujería de Wanda sean mucho más que movimientos de manos y colores brillantes. Integra, además, la música de Danny Elfman de forma sobresaliente en la acción, incluso literalmente en una de las escenas más creativas y originales del film.
El tono de la película oscila entre el terror, el estilo desenfadado y humorístico más Marvel, y el del cine campy, exagerado y ostentoso en sus golpes de efecto. No dudo de que esto sea fruto de una decisión consciente. Aun así, no es algo que funcione del todo, llegando a chirriar en según qué momentos.
La Bruja Escarlata interpretada por Elizabeth Olsen, más bruja y poderosa que nunca, rivaliza con el personaje de Benedict Cumberbatch en minutos y protagonismo, adueñándose de cada escena en la que aparece. Wanda resulta terrorífica: es Carrie cubierta con la sangre de sus enemigos, es un Terminator de ojos rojos, imparable.
“El multiverso de la locura” sirve como continuación de “Wandavision”, más que de ninguna otra serie o película del UCM, independientemente del peso argumental del multiverso. Maneja muchos de los mismos temas, con menos sutileza, pero más espectáculo. Anticipo las acusaciones de repetición, aunque opino que se trata de una segunda parte justificada con creces por el guion. Una evolución cuyas bases vienen sentándose desde incluso “Vengadores: la era de Ultrón” (2015).
Los nuevos mundos, al no estar sujetos a la continuidad establecida, aportan frescura y libertad. Al mismo tiempo, generan en el espectador una sensación de irrealidad, de distancia. Todo vale, porque no está pasando en nuestro universo. Las consecuencias, con contadas excepciones, no parece que existan. Aunque pronto se dejarán sentir, estoy segura. Con todo, la película falla en transmitir la sensación de urgencia y gravedad que persigue.
En cuanto a los esperadísimos cameos, sirven su propósito, pero carecen de verdadera trascendencia. Por la misma premisa del film, eran inevitables, y suponen un aliciente para los fans. Son, no obstante, un arma de doble filo, que debe manejarse con cuidado. Proporcionan gratificación instantánea, pero hasta ahora el secreto del éxito de Marvel ha sido la paciencia. Por ello me pregunto si no se estarán arriesgando a que la reintroducción de ciertos personajes quede descafeinada. Imaginaos por un momento que Tony Stark hubiese conocido al Peter Parker de Andrew Garfield o al de Tobey Maguire antes de que el de Tom Holland debutase en “Capitán América: Civil War” (2016). No habría sido lo mismo.
Pese a todo, «Doctor Strange en el multiverso de la locura» es un espectáculo desenfrenado. Un caos de luz y sombra, sueño y pesadilla, que no da tregua. No todos los conjuros que lanza surten efecto, pero sí los suficientes. Es una película de Marvel diferente. Tan extraña y loca como debía ser.