Desde los primeros minutos de visionado de ‘Dopesick’ queda claro que esta serie tiene una narrativa clásica, perfectamente elaborada, directa al grano, básica y efectiva. Se deja tan claro qué se nos quiere contar que, todo lo que viene después, solo amplía y redunda en este tema: cómo Purdue Pharma manipuló distintas palancas de la industria médica y farmacéutica para colar un opioide altamente adictivo como un simple analgésico para el dolor. De esta forma, los clientes se “colgaban” del fármaco y se mantenía abierto, e incluso se aumentaba, el grifo de los ingresos y los beneficios para la empresa.
‘Dopesick’, una puerta a la reflexión colectiva a partir de un caso real tan representativo como indignante
Para tratar este tema se crean tres focos narrativos claros y contundentes.
Primer foco: Purdue Pharma. Los protagonistas de este gran engaño tenían un interés claro: substituir una patente que estaba a punto de caducar y les garantizaba jugosos ingresos, por otra que les garantizara los mismos (o más) ingresos/beneficios de los hasta entonces obtenidos. Un objetivo empresarial que corre paralelo a la lucha, dentro de la empresa, por el poder, el ego y la envidia entre los accionistas/familiares, ansiosos por demostrar quiénes eran los mejores a la hora de generar beneficios sin importarles otra cosa; tampoco la salud de los pacientes. El personaje de Richard Sackler (Michael Sthulbarg) da pie a todo lo que de aquí se deriva.
Segundo foco: la profesión médica. Purdue Pharma investigaba, producía y vendía fármacos. Pero ninguno de estos productos podría alcanzar el éxito comercial sin la receta médica. ¿Cómo llegaron los especialistas, investigadores y doctores, a recetar un opioide como si fuese un analgésico? ¿Cuál fue el proceso por el que se fraguó esta gran estafa? Aquí es dónde entra, entre otros, el personaje del Dr. Samuel Finnix (Michael Keaton), un médico rural de zona minera que, harto de tratar dolores intensos de articulaciones y lesiones sin remisión, dio el paso delante de recetar Oxycontin a sus pacientes.
Este humilde médico y su cambio de criterio es la base a partir de la cual se abre el melón a otras historias, de médicos y de pacientes, afectados por la adicción que generó el fármaco; y por los efectos secundarios, para la salud y para las comunidades, de su consumo intensivo.
Purdue Pharma, un rival duro de pelar
Tercer foco: la investigación del fraude. Para muchas personas, la investigación llegó demasiado tarde, el fraude llevaba ya varios años en marcha cuando se empezó. Pero el proceso es apasionante porque es, en sí, una lucha de “David contra Goliat”: una empresa farmacéutica lo suficientemente influyente como para torcer la voluntad de la administración federal y la industria médica es -siempre- un rival duro de pelar. Las fases en cómo sucedió todo, sus dificultades y los intereses que levantaron todas las barreras que aparecieron en el camino, son muy significativas.
A partir de la combinación de estos tres focos narrativos, y proyectándolos en el tiempo desde el presente (dónde Oxycontin ya está catalogado como un medicamento opioide altamente adictivo) al pasado (dónde era un inocente analgésico), es cómo la serie entra de lleno en una crítica social multinivel que desarrolla con gran maestría.
Barry Levinson hace un trabajo inmenso en los dos primeros capítulos de ‘Dopesick’. No sabemos cómo serán los seis siguientes, dirigidos ya por otros nombres (Michael Cuesta, Patricia Riggen y cierra Danny Strong; este último también creador y coguionista); pero cuando lleguen lo harán sobre raíles. La serie es clara, directa, eficaz y tiene ya una construcción narrativa cristalina, de esas que te atrapan (o no) desde el principio. Además, cuentan con que estamos ante un hecho real, perfectamente investigado por el libro que sirve de base a la serie, escrito por la periodista Beth Macy.
La medicamentalización de la salud
Además, ‘Dopesick’ (Disney +) es un punto de base para analizar desde la ficción televisiva un problema tan actual, en USA y cada vez más en otros países, como la creciente medicamentalización de la salud y, como efecto indeseado, la creciente dependencia social de medicamentos de todo tipo; también opiáceos. Una cuestión de creciente interés periodístico, editorial, social y, ahora también, audiovisual.
El resultado es una serie que consigue ser, con enorme calidad, lo que quiere ser: una puerta a la reflexión colectiva a partir de un caso real tan representativo como indignante. El punto de vista autoral es honesto, toma posición y no se esconde. Pero también se pone del lado de las personas que, necesitando medicación para sus dolores crónicos, no tienen acceso a medicamentos eficaces a precio razonables. Personas que son las víctimas de una estafa depredadora ignorante, desde el inicio, tanto de su objetivo final (la salud de las personas) como de los medios éticos para conseguir que esa salud sea lo mejor posible para el mayor número de gente.