Denis Villeneuve ha estrenado ayer la mejor versión cinematográfica de ‘Dune’ de la historia. No la ha habido nunca mejor y, posiblemente, jamás la haya. Esto es así, sobre todo, porque ‘Dune’ es una historia muy difícil de llevar al cine: lo amplio de su trama y argumento, sus diversas razas y personajes, sus muy distintos escenarios y su complejo mensaje interior hacen de ella un caballo salvaje muy difícil de domar para cualquier director; y Villeneuve ha conseguido domarlo con creces.
Su mayor mérito está en lo que él mejor domina: la creación de universos y personajes desde lo visual. El uso de la luz y del color, el maquillaje, el vestuario… es impresionante.
‘Dune’ (2021) es espectacular, inteligente y ambiciosa
El guion también le ha ayudado mucho pues, narrativamente, la película es una roca: en todo instante tenemos claro en qué momento estamos y hacia dónde nos dirigimos. Evitando así uno de los mayores escollos en la traslación cinematográfica de la novela de Frank Herbert a la gran pantalla: el caos narrativo. De hecho, es a partir de la combinación de lo visual y lo narrativo cómo la película mejor comunica sus intenciones.
No obstante, es todo tan apabullante en cuanto a ambientación y desarrollo de los personajes, tan grandiosa la primera hora de metraje que, llegado cierto punto, la inclusión de nuevos temas y claves interpretativas puede hacer que el público se pierda.
Este ‘Dune’ es una historia, en términos generales, de poder y de ambición (el imperio y sus casas), de explotación de los recursos y de esclavitud de los pueblos (Atreides vs. Harkonnen y sus dos formas de vivir en Arrakis), de la familia y de los deberes de sus miembros para con ella (en el seno de la casa Atreides), y del proceso de madurez de Paul Atreides y la posibilidad de romper lazos -o no- con el destino que su familia (padre y madre, cada uno por su lado) parece haberle reservado.
Pero también es otras muchas cosas más. ‘Dune’ reserva espacio para hablarnos de la libertad y la relación entre los pueblos, del poder de los sueños y su relación con las ambiciones y los deseos (¿el destino?) de las personas, de la relación del ser humano con su entorno (la ecología y las energías renovables), de la religión y su relación con la violencia o incluso la guerra… Todo esto dispuesto en pequeñas perlas sueltas a lo largo la trama, plenamente coherentes con ella, que cuando se encajan aportan una riqueza innegable al guion, pero que cuando no se perciben o no se interpretan así pueden acabar despistando más que entreteniendo.
En nuestro caso no fue así, la película nos ha encantado, pero somos conscientes de que podría no serlo en todos los casos. Y esto conviene tenerlo antes de entrar en la sala.
Si se entra en ella sabiendo qué es ‘Dune’, cuando no habiendo leído la novela original, la película será un espectáculo notable, muy disfrutable, digno del esfuerzo que ha exigido su producción. Sin embargo, si se va a ver con un sencillo sentido del espectáculo, ojo, lo ambicioso y apabullante del proyecto puede llevar a más de uno a perderse por los desiertos de Arrakis más de lo deseable. Si estáis en este segundo caso y queréis verla igual, llevaos un guía y lo pasaréis pipa.
Porque ‘Dune’ (2021) es espectacular, inteligente y ambiciosa. Con un Denis Villeneuve a los mandos que vuelve a demostrar, desde su estilo inconfundible, que puede afrontar sin miedo los más exigentes proyectos y salir bien parado. Si su final es lo que parece y se sigue apostando por la historia, no podemos más que desear ver la siguiente.