Lo primero que me sorprendió de este nuevo trabajo fue que se apartaba del género fantástico/ciencia ficción, para adentrarse en la ficción realista a través de la historia de Caden, un adolescente afectado por una enfermedad mental.
Dolencia que hace que el despierto e inteligente Caden, cuya afición es desarrollar un juego de rol junto a sus amigos, comience a cambiar, a oír y ver cosas, a temer por su seguridad y por la de su familia, a ser dos personas. Porque Caden no es solo ese joven que deambula sin rumbo por la ciudad y al que sus amigos empiezan a evitar. Sino también un grumete en un estrambótico barco comandado por un capitán tuerto, que se dirige al Abismo Challenger, el punto más profundo conocido en el mar. Porque Caden debe sumergirse en lo más hondo de su mente, cueste lo que cueste, para poder salir a flote.
Así, a través de capítulos muy breves narrados (casi todos) en primera persona, Shusterman nos presenta dos tramas, la del mundo real y la de la mente enferma del protagonista. Lo hace mezclando anécdotas y reflexiones entre las que discurre, diluida, la acción. De tal manera que al principio el lector es incapaz de saber qué está pasando, de encontrarle sentido al libro, de discernir qué es real y qué imaginario.
Creo (quiero creer) que este efecto es intencional, pues es como ser arrojado de sopetón al interior del caótico mundo de Caden, dentro del cual él también se siente perdido. Una forma curiosa, y efectiva, de hacer empatizar al lector.
Uno de los grandes aciertos de la historia es que, a medida que avanza, el mundo real y el imaginario se van fundiendo cada vez más, influyendo uno en el otro, hasta que el lector no sabe si la mente ha cambiado la realidad o es esta la que se ve forzada a encajar en los patrones torcidos de Caden.
Cuesta un poco empezar a comprender “El abismo”, pero llega un momento en el que todo encaja, fluye como las mareas, y aceptamos nuestro papel de acompañantes de Caden en el viaje a lo más profundo de sí mismo. Y en ese preciso instante, se hace imposible dejar el libro.
Esto se debe en parte a sus personajes. Shusterman construye a un protagonista muy sólido, cuyos problemas y preocupaciones se sienten verdaderamente reales y cercanos. Y la estrafalaria tripulación del barco, a la que Caden encuentra un alter ego en el centro psiquiátrico en el que ingresa, es una ingeniosa prolongación de los miedos y necesidades a las que el chico debe hacer frente. Desde Calíope, el mascarón de proa que es su única amiga, hasta la dicotomía entre el capitán y su loro, que quieren matarse el uno al otro y en uno de los cuales Caden debe confiar.
El autor, además, aborda la enfermedad mental con muchísimo respeto y de forma emocional e íntima, ya que el hijo de Shushterman, como él mismo dice en una nota al final del libro, pasó por una experiencia parecida a la de Caden. De hecho, sus dibujos aparecen ilustrando las páginas de esta historia.
Todo en conjunto convierte a “El abismo” en un título capaz de encoger el corazón de los lectores. Bello, respetuoso y en ocasiones perturbador. No creo que sea un libro para todo el mundo, debido a su ritmo lento y la ausencia de acción. Pero, para aquellos que sepan bucear más profundo, la obra se convertirá en algo distinto a todo lo que hayan leído. Y eso, hoy en día, resulta muy difícil de conseguir.
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