El guion de esta temporada de ‘El abogado del Lincoln’ es uno de los mayores despropósitos de las series de abogados, posiblemente, de la historia. Nada tiene sentido. La actuación del abogado en sala es histriónica, ridícula, hiperbólica y, en un caso real, garantía de culpabilidad para cualquier cliente que se le pudiera poner por delante. Los gestitos, las muestras de incomodidad, las muecas en los reveses de la fiscalía a su caso… serían muestra de ser un abogado novato en cualquier otra posición, ficticia o real, venida del mundo real. Pero aquí, supuestamente, estamos ante uno de los mejores abogados de Los Ángeles (lo que no es moco de pavo).
Tampoco es comprensible, si tan bueno es, que todo su trabajo se vehicule a través del análisis de las pruebas y la credibilidad de los testigos… además de los trucos en sala. Nada de trabajo jurídico, nada de analizar papeles, observar jurisprudencia, analizar procedimientos…. Todo lo “aburrido” de la carrera jurídica, simplemente, se extirpa de un plumazo. La serie nos deja claro que estamos ante un abogado “espectáculo”, capaz de deducir o de hilar pruebas o de relacionar testigos o circunstancias… pero sin nada más que aportar. Algo que, en si mismo, convierte a nuestro personaje en algo contradictorio.
La segunda temporada de ‘El abogado del Lincoln’ solo tiene un aliciente: el encanto y simpatía de su protagonista
Esta contradicción queda reflejada en su equipo. ¿En serio un abogado tan extraordinario, capaz y sagaz, tiene un despacho tan minúsculo? El truco de los becarios, que se nos introduce de refilón en esta temporada, se desarrolla de forma tan burda como ridícula. Al igual que el desarrollo de sus secundarios, sin personalidad, insistentemente anclados en los temas de la primera temporada y, para más inri, sin un desarrollo que los haga poseer un interés per se más allá de su relación con el protagonista blandengue y absurdo que es Mickey Haller, nuestro abogado del Lincoln.
Y nos dejamos lo peor para el final: la consistencia del caso principal. Que en el octavo capítulo no hay nada más que rascar, queda clarísimo para cualquiera. Y que, a partir de entonces, todo lo que viene a continuación son fuegos de artificio sin sentido para llevar a la serie hasta los diez capítulos programados, tampoco deja dudas. Pero es que antes de este capítulo, salvo el impactante comienzo, nada tiene el empaque suficiente como para tomarnos en serio la consistencia de este caso. La fiscalía que se haya creído algo de lo que se nos presenta es, simplemente, tonta de capirote. Y la serie pretende, pienso, tomarnos por lo mismo en esta segunda flojísima temporada.
Todo es estúpido, ridículamente ñoño y sin sentido
La serie solo tiene un aliciente: el encanto y simpatía de su protagonista. Más allá de eso, todo es estúpido, ridículamente ñoño y sin sentido. Personalmente, la cancelaría sin piedad porque ‘El abogado del Lincoln’ (Netflix) es una falta de respeto a al género de las series jurídicas y a la inteligencia de los espectadores. Un bodrio de tamañas proporciones que no debería tener sitio ni en nuestras pantallas ni en nuestras agendas.