El acuerdo de Mary Balogh es una novela muy confortable y amena, más centrada en las conversaciones torpes y los malentendidos entre los personajes que en la casuística de generar grandes dramas. El título de romance de época es el segundo libro de la serie El club de los supervivientes publicado por Titania. El avance del libro está disponible online.
No es necesario haber leído La proposición previamente ya que son personajes diferentes. Balogh se encarga de explicar los antecedentes en los momentos adecuados y la lectura sigue como la seda.
La historia comienza con el elemento desencadenante de toda escalera de acontecimientos: la huida.
Vincent recibe, por sorpresa y sin periodo de prueba, el título de vizconde de Darleigh. Muchas obligaciones y responsabilidades para alguien que aún está recuperándose y superando las dificultades de haber sido herido en la guerra y quedado sin visión para siempre. Pero hace acopio de valor para aprender sobre ese nuevo mundo en el que tiene que vivir, para aceptar que no es menos que nadie.
Su familia, que lo adora y lo sobreprotege, tiene aún más miedo y problemas para aceptar las secuelas que el propio Vincent. Él lo pasa todo por alto y se deja llevar hasta que le plantan a una resignada candidata a novia, de la que él no sabía nada, a poco que un suspiro del altar. Así que él hace lo que cualquier adulto funcional y independiente haría: sale huyendo. Así comienza la aventura, que es también la primera edición del juego ¿Dónde está Vincent? para su temerosa familia. Su viaje de huida lo lleva hasta un pueblito remoto en el que vive Sophia Fry.
Empezar la novela con Vincent me parece una decisión inteligente puesto que no solo nos presenta las circunstancias dramáticas que rompen la paciencia de Vincent y hace que toda la trama empiece a funcionar, si no que nos presenta el mundo tal cual él lo percibe. La forma en que se mueve, sus nuevos hábitos, sus luchas internas y la negativa a quedarse quieto pese a vivir en un mundo que se rige tanto por el sentido de la vista como por unas almidonadas y rígidas normas sociales que dificultan flexibilizar la situación.
Vincent plantea muchas cuestiones acerca de como el mundo trata a las personas con una discapacidad sensitiva como es la visual, la diferencia entre el apoyo y el paternalismo, de la ayuda y la sobreprotección. La novela me ha hecho cuestionarme muchas cosas y creo que ese es el mejor legado que puede dejar en sus lectores.
La narración se divide entre Vincent y Sophia, de manera que puedas tirarte de los pelos cada vez que surge un malentendido. Esta doble narración genera una dinámica interesante. Vincent es el que da comienzo a la historia por su escape, pero es un personaje que se ha mantenido y mantiene inmóvil casi siempre, estancado entre los algodones que su familia le ha puesto alrededor. Sophia, en cambio, que en principio está atrapada en el pueblo y la obliga a mantenerse cual estatua en el sitio, no para quieta en cuanto logra salir de allí.
Aunque me encantan los romances de época, hay ciertas manías anticuadas en el género que me ponen de mal humor y que rompió en más de una ocasión esa línea tan acogedora que respira la novela: la posesividad. Cada vez que salía el pensamiento o el diálogo de «eres mía» o «él es mío» me entraban los siete males. Al menos hay reciprocidad, supongo, pero fue la nota amarga en una historia de superación y crecimiento que es grata de leer.