Una novela enigma más británica que las propias novelas enigma británicas. Y que juega desacomplejada y jovialmente con los tópicos y lugares comunes del género.
Quienes amamos el cómic francobelga —conocido como bande dessinée, bédé o, simplemente, BD— sabemos bien del gusto de los autores belgas por el mundo anglosajón. Quizá su mejor exponente sean las historias de Blake y Mortimer, de Edgar P. Jacobs. El profesor Mortimer y el capitán Blake personifican una visión arquetípica que se tiene de lo británico desde el otro lado del Canal de la Mancha.
Algo parecido ocurre con esta obra, El asesino vive en el 21, publicada recientemente por Ediciones Siruela dentro de su Biblioteca de Clásicos Policiacos. Su autor es un escritor belga, Stanislas-André Steeman, y fue escrita originalmente en francés —la presente edición cuenta con nueva traducción, a cargo de Susana Prieto Mori—, alcanzando gran popularidad en su momento entre los lectores francófonos. Y, sin embargo, se trata de una obra quintaesencialmente británica en su ambientación y planteamiento.
Londres. Años 30 del siglo XX. Un asesino en serie atemoriza a la ciudad, en cuyas calles está dejando un siniestro rastro de cadáveres.
Su modus operandi, un golpe mortal en el cráneo. Su móvil aparente, el robo. Su firma, una tarjeta de visita con un apellido: Mr. Smith.
La niebla londinense, tan asociada en el imaginario colectivo al género policiaco inglés, ampara sus fechorías. Pero no totalmente. Un testigo lo ve entrar en el número 21 de Russel Street, aunque sin llegar a vislumbrar su rostro.
Esa dirección se convierte así en el coto donde Scotland Yard, con el superintendente Strickland a la cabeza, llevará a cabo la caza del hombre. Pero no será esa una tarea fácil, pues en ese lugar se ubica una casa de huéspedes, la pensión Victoria, llena de variopintos inquilinos, a cual más pintoresco. ¿Quién, de entre ellos, será el asesino conocido como Mr. Smith?
«Resulta difícil encontrar a dos personas que contemplen un país o una ciudad desde el mismo ángulo. Así, Londres… para unos significa Piccadilly Circus y su ristra de letreros luminosos; para otros, una casa en concreto de Bloomsbury o de Belgravia; para otros más, Rotten Row y sus amazonas, Chelsea y sus muelles barridos por en viento.»
Comienza así un juego del Cluedo literario en el que el autor recurre desacomplejada y juguetonamente a tópicos y lugares comunes del género.
Logra que el lector entre, divertido, en el juego. Y que acepte tácitamente unas reglas conocidas por ambos; sin trampa, aunque con cartón.
Literatura popular en estado puro, muy disfrutable, a base de estereotipos del género policiaco, diálogos enfáticos, giros melodramáticos… y, bajo todo ese artefacto, un guiño de humor irónico.
El misterio se resuelve de manera satisfactoria en poco más de doscientas páginas, divididas en veinticinco breves y ágiles capítulos, cada uno con su correspondiente título.
Uno de los atractivos de cualquier whodunit para un lector es el reto de tratar de averiguar por sí mismo quién es el criminal. Normalmente, eso es algo que se entiende implícito en el juego de muestra y ocultación con el que el autor narra la historia.
Pero, en esta ocasión, Steeman da un paso más allá y se dirige expresamente a los lectores, emplazándoles a descubrir al asesino. Lo hace por partida doble, en las páginas 188 y 195, dirigidas «Al público lector que aún no sabe quién es el culpable».
(Confieso que yo no fui capaz de anticipar el desenlace de la trama, cosa que me ocurre casi siempre)
«La niebla ahogaba sus gritos, el barrio estaba desierto. En un primer momento solo había oído el ruido de sus propios pasos y, acompañándolo en tono menor, los latidos desordenados de su propio corazón. Al cabo de un tiempo, que se le antojó muy corto, el eco pareció multiplicarlas hasta el infinito… No sólo lo perseguían, sino que iba perdiendo ventaja.»
Una reseña de El asesino vive en el 21 no puede terminar sin hacer mención a la película francesa del mismo título. Fue dirigida por Henri-Georges Clouzot a partir de esta novela de Stanislas-André Steeman, quien colaboró en el guión. Estrenada en 1942, tres años después de la publicación del libro, fue rodada durante la ocupación de Francia por parte de las tropas alemanas. A consecuencia de la guerra —al formar Gran Bretaña parte de la alianza enfrentada a Alemania— la acción se traslada de escenario en la película: de un Londres novelesco a un París cinematográfico.
La edición es la habitual de la Biblioteca de Clásicos Policiacos de Siruela: encuadernación en cartoné negro, título y autor en fuente de color blanco y estilo años treinta, guardas negras. Y, siempre, una acertada ilustración de cubierta, seleccionada por Gloria Gauger, que en este ocasión representa una vista nocturna del Piccadilly Circus de las primeras décadas del siglo pasado.
Stanislas-André Steeman (Lieja, 1908-1970) fue un prolífico autor de novelas policiacas, muchas de las cuales han sido adaptadas a la gran pantalla. En la actualidad está considerado, junto a Jean Ray y Georges Simenon, como el máximo exponente del género en Bélgica.