Esta novela, publicada por primera vez en 1935, es considerada una obra fundacional del giallo italiano. En ella, De Angelis presenta por primera vez al comisario Carlo de Vincenzi, de la Brigada Móvil de la policía de Milán.
La palabra giallo en italiano significa amarillo. Y sirve —al menos en lo que a literatura se refiere, pues en el cine el concepto ha mutado un tanto— para denominar al género policiaco y de misterio en aquel país.
El origen del término se encuentra en una colección de libros de bolsillo publicada en Italia por la editorial Mondadori a partir de 1929. Llevaba por nombre Il Giallo Mondadori, en consonancia con su cubierta, de un característico color amarillo.
Su éxito entre los lectores, que demandaban más títulos de misterio y crimen, hizo que otras editoriales se sumaran a la tendencia. Lo hiciero copiando, además, el color amarillo de sus cubiertas. Y así, la palabra giallo se hizo de uso común en italiano como sinónimo de novela de misterio.
Inicialmente, el giallo consistió casi exclusivamente en traducciones al italiano de novelas de misterio escritas originalmente en inglés, obra de escritores británicos y estadounidenses.
Que eso cambiase, y apareciera una narrativa policiaca italiana propia, se debe en buena medida al escritor Augusto de Angelis. Él fue pionero en llevar a ese misterio los elementos de la vida italiana real del momento. Un autor cuya novela El caso del banquero asesinado acaba de ser publicada por Ediciones Siruela dentro de su Biblioteca de Clásicos Policiacos. Cuenta con traducción del italiano a cargo de Alfonso Zuriaga.
Esta novela fundacional del giallo italiano, publicada por primera vez en 1935, es la primera de una serie que tiene como personaje protagonista al comisario Carlo de Vincenzi. Un inspector de la Brigada Móvil de la policía de Milán en la convulsa Italia de los años 30 del siglo pasado.
«Los dos inspectores se miraron. Maccari se encogió de hombros. Podía ser un indicio: alguien que debía haber estado allí se había ausentado. En esa casa, en lugar de a un criado, habían hallado un cadáver. Sin embargo, ambos sintieron que esa no era la pista correcta. Habría sido demasiado siemple: un crimen vulgar, un crimen de rufianes. Y no debía de ser así, había algo más, algo mucho peor.»
Ya desde las primeras páginas de la historia se perfilan, hábil y rápidamente, algunos rasgos determinantes de su carácter. A través de sus lecturas sabemos que se trata de un policía atípico, culto e inteligente, interesado en la psicología humana.
En una fría y brumosa noche milanesa, el comisario De Vincenzi se encuentra de guardia en su despacho de la comisaría de policía.
Allí recibe sorpresivamente la visita de su amigo Giannetto Aurigi, antiguo compañero de estudios y aficionado, como él, a la literatura. Pero dedicado ahora a la especulación bursátil.
Apenas han pasado unos instantes conversando cuando una llamada telefónica le comunica que el rico banquero Garlini ha aparecido muerto de un disparo. Y el lugar del crimen es ¡el apartamento de su amigo Giannetto!
De Vincenzi, estudioso de la naturaleza humana y un tanto fatalista, aborda la investigación sin prejuicios. Atiende tanto a las pistas como al estudio psicológico de las personas a la hora de hacer sus deducciones. Y, aunque todo parece apuntar hacia la culpabilidad de su amigo, está decidido a averiguar si realmente él es el asesino.
El enigma no se erige como protagonista absoluto de la trama, un tanto teatral y algo ingenua, con una acción que se desarrolla en menos de veinticuatro horas. El crimen central y la serie de dramas personales relacionados con él dan pie a que el autor se adentre en la psicología de los personajes. Unos personajes que aparecen como seres de carne y hueso, aunque puedan parecer hoy un tanto melodramáticos al lector actual.
La atmósfera de los años treinta —que se reconoce auténtica, leída más de ochenta años después— lo impregna todo. Pero, al mismo tiempo, el dinero, la especulación, el escándalo, la distancia entre la clase alta y el proletariado urbano… resultan muy actuales.
A destacar la ausencia de alusiones a la situación política de aquellos años: no se menciona al régimen fascista, salvo una referencia puntual a la campaña de Abisinia. Pero no siempre el que calla otorga.
«Una constatación de ese tipo era suficiente para que un hombre inteligente y observador como De Vincenzi dejara de considerar sospechosos a esos tres individuos. Sin embargo, no servía por el momento para desenmascarar al asesino, ni tampoco constituía una prueba irrefutable de la inocencia de nadie. De Vincenzi reflexionó sobre todo ello con frialdad y ponderación, mientras en su rostro se hacía visible una profunda concentración.»
Para mí es difícil no ver en el comisario Carlo de Vincenzi —ambos personajes son coetáneos en la ficción— al pariente milanés de mi bien querido comisario napolitano Ricciardi. Este último, una criatura literaria contemporánea salida de la pluma del escritor Maurizio de Giovanni, vive también en la ficción en tiempos del dictador Benito Mussolini.
Unos tiempos que, para su desgracia, a De Angelis le tocó vivir en la realidad.
Como es norma en la Biblioteca de Clásicos Policiacos de Siruela, el libro tiene encuadernación en cartoné negro, título y autor en fuente de color blanco y estilo años treinta y guardas negras. La, una vez más, acertada ilustración de cubierta seleccionada por Gloria Gauger representa una reunión de caballeros bien trajeados de las primeras décadas del siglo pasado, ocupados en firmar unos documentos.
Augusto de Angelis (Roma, 1888-Bellagio, 1944) fue periodista, traductor y autor de la famosa serie protagonizada por el comisario De Vincenzi. Considerado por el fascismo enemigo del régimen, fue encarcelado durante varios años. Poco después de su puesta en libertad, murió a consecuencia de una paliza propinada por un fanático de la República de Saló.
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