A raíz de la traducción al español de su último libro, “Los amores de Nishino”, la editorial Alfaguara ha aprovechado para reeditar alguno de sus grandes títulos, como “El cielo es azul, la tierra blanca. Una historia de amor”, novela galardonada con el prestigioso premio Tanizaki.
Como su propio título indica, este libro es una historia de amor entre Tsukiko Omachi, una oficinista japonesa, y Harutsuna Matsumoto, su antiguo profesor de literatura. Estas dos almas solitarias comparten comida, alcohol y charlas; comparten, en definitiva, momentos, y en su mutua compañía hallan refugio de la soledad que arrasa el mundo.
A través de una primera persona muy intimista, la autora nos envuelve en los sentimientos de Tsukiko; una mujer terca, independiente, caprichosa y sentimentalmente insegura que cree que el amor no se hizo para ella… hasta que empieza a pasar tiempo con el maestro. Una protagonista herida por la soledad con la que me identifiqué desde las primeras páginas, cuyas imperfecciones la hacen parecer casi real.
El personaje del maestro (así lo llama Tsukiko) está rodeado de un atractivo halo de misterio y elegancia. Su peculiar carácter es más difícil de comprender, y solo hacia el final del libro el lector intuye por qué hace lo que hace.
El suyo es un amor que nace como un escape egoísta de la soledad, pero que va madurando muy lentamente hacia un sentimiento puro de necesidad y comprensión mutua. Hacia una relación hermosa y sutil, donde la pasión ocupa un lugar secundario. La historia se centra en esta relación y en lo que supone, sin adentrarse en otros terrenos ni personales ni laborales de los personajes. Los dos temas principales, la soledad y el amor, ocupan siempre el primer plano, entrelazándose en un conjunto tan sólido como hermoso.
Al final, “El cielo es azul, la tierra blanca” no es más que un pedazo de vida, narrado con sensibilidad y ternura a partir de momentos que, aunque parecen elegidos al azar, ocultan un gran significado que unas veces está claro, otras solo podemos intuir y las restantes ni siquiera vemos.
Kawakami teje con una prosa correcta, fluida y delicada una red cuyos hilos mecen suavemente al lector, y de la cual no se desea escapar. Esta obra tiene un ritmo pausado, reflexivo, pero al mismo tiempo envuelto en un magnetismo que te impide abandonar la lectura y, aun cuando lo haces, te deja pensando por qué esos dos personajes siguen sin confesarse sus sentimientos.
Se trata de una historia preciosa, que es emoción pura. Como una caricia que te toca el corazón casi sin que te des cuenta. Necesaria, pero no apta para todos los públicos, ni siquiera para todos los amantes de la literatura romántica actual: solo para los lectores que disfruten paladeando una novela despacio; para aquellos que saben que la soledad duele, y que solo la compañía de la persona amada es capaz de cerrar esa herida.
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