Parece increíble que la historia real contada en los cuatro capítulos de ‘El código que valía millones’ (Netflix, 2021) sea real. Y digo esto porque, ante todo lo sucedido y lo dicho, extraña horrores que no se supiese, que no recorriese las redes sociales, no estuviese publicado en bibliografías, en libros, en documentales… Porque estamos hablando de 1992, un momento clave en el salto adelante de la actual era digital, y algo así debería (necesariamente) formar parte del relato sobre esta chispa inicial… ¿o no?
En la explicación de porqué no se popularizo hasta ahora quizás esté el hecho de que uno de los constructores de este relato sea, en esta historia, un ladrón. ‘El código que valía millones’ cuenta cómo Google pudo llegar a apropiarse sin escándalo de la creación de un equipo de jóvenes alemanes y, casi de forma mimética, clonar su original Terravisión, presentada por primera vez en 1994, en la archiconocida aplicación de navegación Google Earth, presentada por primera vez en 2005.
‘El código que valía millones’ hace una apuesta moral y ética claras para dar pasos atrás en el camino y cambiar la “era digital” del s. XXI de dirección y de sentido
Para fundamentar estos hechos, paralelamente a esta sorprendente e indignante historia, se nos muestran dos relatos más.
Uno es sobre el muy pequeño poder de la inventiva, la creatividad, la osadía, el ingenio, la inteligencia y el talento, frente al inmenso poder organizativo de la empresa, el egoísmo y el dinero. Una escena del segundo capítulo lo explica mejor de lo que muchos discursos o libros podrían hacerlo. Para el joven Yuri, uno de los máximos responsables de Terravisión y el ingeniero informático tras su código de navegación, era un sueño de futuro lo que, para su interlocutor, con más recursos que él, podría ser una patente, un proyecto o una sencilla apuesta empresarial.
En definitiva, se trata de la más desigual lucha de “David contra Goliat” pues, mientras el primero no es consciente de que existe una contienda entre dos rivales, el segundo sí es consciente y lucha, además, al máximo de su motivación y con todos sus recursos. ¿Qué oportunidad tendría, siendo así, David de vencer a Goliat?
El sueño de la innovación
Pero, quizás, más interesante aún que este relato empresarial, duramente crítico con el mercado digital en cuanto lo supone totalmente alejado respecto al sueño de innovación que estuvo en su origen, es el más inocente y humanista segundo relato desarrollado por esta serie: la amistad entre los dos máximos responsables de este proyecto, Juri Müller (ingeniero informático y hacker) y Carsten Schlüter (artista digital). Durante toda esta historia, ambos personajes se profesan una necesidad, admiración y cariño mutuos en plena sintonía con el mensaje humano de futuro y progreso que la “era digital” albergaba en sus inicios; antes de que las grandes compañías y sus intereses lo fagocitasen todo.
Estos tres pilares: historia real de egoísmo empresarial, crítica con la evolución de la “era digital” desde su comienzo hasta hoy, y una reivindicación del lado humano y de unidad de las personas a partir de la tecnología; son la matriz de ‘El código que valía millones’. Una miniserie alemana de cuatro capítulos, de una hora media de duración cada uno, que de forma extraordinaria nos cuenta cómo fue posible llegar hasta aquí y, desde luego, hace una apuesta moral y ética claras para dar pasos atrás en el camino y cambiar la “era digital” del s. XXI de dirección y de sentido.
Una produción que compite de tú a tú con las de otras latitudes
Audiovisualmente, la miniserie cuenta con trabajadísimos guiones (no obstante, se buceó durante semanas en las actas y la documentación disponible, además de contar con los testimonios de algunos de los protagonistas), sólidas actuaciones, escenarios a la altura y un nada desdeñable esfuerzo de producción y posproducción que la lleva a estar entre lo mejor de este año. Narrativamente también es más que notable, con un relato coherente y perfectamente ensamblado que mantiene la tensión en todo momento y que nos sabe llevar por los hechos con su atrayente ritmo electrónico.
Da gusto ver como el audiovisual europeo cada vez es más capaz de competir “de tú a tú” con otras latitudes. Quizás así, en vez de mantener ocultas durante lustros historias como éstas porque no interesan a los poderosos (o vencedores), podamos abrir una puerta a la verdad, a la justicia y, de paso, al talento y a la inteligencia frente a tanta barbarie.