El coloso de Nueva York, de Colson Whitehead: Tránsitos sentimentales por la Gran ManzanaLa ciudad está viva y, cada día que pasa, confirma más su rol como uno de los actores sociales más importantes del s. XXI.  Según estimaciones de la ONU, a mediados de este siglo XXI, más del 50% de la población mundial vivirá en una ciudad. Si llevamos estas proyecciones al fin del siglo, prácticamente el 75% de la población mundial podría llegar a hacerlo. Las migraciones a la ciudad crecen mientras el campo se despuebla. Ya no solo porque el capitalismo ha relegado a las poblaciones disgregadas y/o pequeñas al final de la cola en cuanto a rentabilidad y a beneficio esperado, sino porque la mejora de la productividad agro-ganadera -con la tecnificación y la automatización de los procesos- ha convertido al ser humano en una pieza cada vez más prescindible. Ensayos como «La España vacía» (Turner, 2016), de Sergio del Molino, no hacen más que fotografiar una realidad presente y futura más que esperada.

El protagonismo de la ciudad ha creado una nueva forma de ser y de percibir las cosas que nos rodean. Quizás Tokio pudiese ser un paradigma más comprensible, por esa frecuencia sísmica suya que, durante muchas décadas, ha demostrado tozudamente que en la urbe lo aparentemente sólido e inmutable acababa demostrándose frágil y transitorio. Pero cualquier gran urbe podría demostrárnoslo, cada una a su manera. Dan igual las apariencias. La ciudad está en constante cambio y nosotros, habitantes circunstanciales de sus entrañas, somos igual de débiles y momentáneos que ella.

El coloso de Nueva York’ (Literatura Random House, 2017; originalmente publicada en inglés en 2003) es una obra que recoge, de muchas formas distintas, este momento actual de eclosión de la ciudad que estamos viviendo.

Por una parte, se percibe el claro homenaje del autor a su ciudad. Colson Whitehead (NYC, USA, 1969) es un neoyorquino que ha vivido y vive, con mayúsculas, Nueva York. Él conoce muy bien los rincones, las historias grandes y las pequeñas, los personajes – perennes, pintorescos, transitorios o circunstanciales- y sus perfiles, las leyendas urbanas… Y este conocimiento se refleja en forma de fogonazos, de golpes impresionantes en medio de la narración, que consiguen noquearnos porque no pudimos ser capaces de prever la llegada de ese punch. Su conocimiento sale de la nada para golpearnos con unas historias que salpican una narración centrada, especialmente, en las sensaciones, en las imágenes y en los pensamientos de una ciudad donde todo sucede a nuestro alrededor de forma simultánea y a enorme velocidad, casi sin tiempo de reacción.

Por otra parte, esta obra es un estudio de la ciudad como fenómeno sociológico y humano que es, por numerosos motivos, algo maravilloso. Entre los motivos podemos destacar la inteligentísima composición de la obra, la mano suave e imperceptible tras su desarrollo, su tono entre melancólico y juguetón que está constantemente comunicando con nosotros en cuanto al estado emocional de la voz narradora, o su perspectiva de narrador-testigo que consigue introducirnos en la novela como si todas esas imágenes o sensaciones lo estuviésemos viendo con nuestros propios ojos. Hasta hoy, no había leído un análisis creativo-literario de la ciudad tan genialmente planteado y desarrollado como éste. Y solo por esto, que no es moco de pavo (por cierto), recomiendo encarecidamente este texto.

Uno sabe que está ante un autor de pulso brillante cuando ve cómo se maneja la dimensión espaciotemporal aquí. El conjunto está planteado como un viaje con una entrada (“Port Authority”, la estación de autobuses interestatal) y una salida (“JFK”, el aeropuerto internacional) perfectamente marcados; delimitados al espacio que es Nueva York. Si uno se fija en el microtiempo, las horas y los momentos en los que suceden las cosas, podría incluso llegar a pensar que toda la obra acontece en un único día; pues se hace un uso consciente de este microtiempo para que todas las escenas encajen horariamente, haciéndonos así más coherente y comprensible el viaje. Incluso la organización de los espacios particulares encajan dentro de una ruta por la Gran Manzana. Pero nos estaríamos equivocando.

A través de su uso del macrotiempo, introducido a través de las estaciones climatológicas, se le aporta una nueva perspectiva al texto que alarga nuestra experiencia de la ciudad. Al extenderla, mejora la experiencia urbana aportándole un nuevo potencial de madurez, señala el tono emocional de cada momento mediante la climatología y, además, introduce también una imprevisibilidad e incerteza temporal global que nos lleva a adaptar ese tiempo a nuestra perspectiva como lectores (cada uno podemos darle la duración que deseemos, según nuestras propias expectativas y vivencias previas personales).

El coloso de Nueva York, de Colson Whitehead: Tránsitos sentimentales por la Gran Manzana

De esta forma, la voz narradora nos tiende el texto para que lo tomemos y nos apropiemos de él. Para que lo hagamos nuestro. Para que pongamos, en nuestra experiencia de Nueva York, los matices que queramos dentro y, de esta forma, contribuyamos a darle vida desde la posición de la persona lectora. Una vida nueva y distinta con cada lectura, o con cada reflexión que nos evoque este texto tan rico en matices y detalles.

Y este es, precisamente, el Ser de la ciudad. Esa capacidad para mantener al mismo tiempo una esencia perdurable y una sorprendente capacidad de cambio y renovación constante, es lo que implican las ciudades. Y justo esto, un reflejo de esta esencia es lo que tenemos en ‘El coloso de Nueva York’ (Random House, 2017). Sintetizado perfectamente cuando, paseando por “Broadway”, leemos que “Todo el mundo recuerda la ciudad. La ciudad recuerda a algunos” (pág. 108). Algo parecido nos pasará a nosotros con una obra que será inolvidable para muchas personas lectoras, aunque ella posiblemente jamás se acuerde de nosotros. Un acto mágico de literatura en mayúsculas que no se debería dejar pasar sin disfrutar.

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Fco. Martínez Hidalgo
Filólogo, politólogo y proyecto de psicólogo. Crítico literario. Lector empedernido. Mourinhista de la vida.

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