URSS agrietada - comunismo

Para un lector, finalizar un libro que disfruta sin reservas, que se ha pasado días explorando a fondo, resulta ser a la vez un regocijo y un dolor. Uno lucha claramente entre dos polos opuestos; la alegría de incorporar nuevo conocimiento, nuevo disfrute, y la tristeza de saber que jamás podrás volver a leer esa obra con los mismos ojos inocentes y ávidos. Que incluso tras una relectura, ese libro no te volverá a impactar de la misma manera. Me ha ocurrido con muchos libros a lo largo de mi vida, y “El fin del Homo sovieticus” (Editorial Acantilado, 2015), de la escritora y periodista Svetlana Aleksiévich, nacida ucraniana pero criada en Bielorrusia, forma parte de ese distinguido olimpo personal de obras que ojalá pudiera volver a disfrutar desde el desconocimiento.

Se han escrito numerosas obras sobre la URSS y el devenir del comunismo ruso durante décadas, a menudo desde la distancia focal del historiador que, a posteriori, une las numerosas piezas dispersas de un intrincado puzle y les da una forma determinada, que puede asemejarse más o menos a la realidad que intenta describir. Sin embargo, pocas veces se otorga la voz narrativa al pueblo, a los individuos anónimos que realmente formaron parte, de una manera u otra, de las corrientes subterráneas que dieron forma a la Historia, y cuyas vidas quedaron moldeadas o segadas por ella.

“El fin del Homo sovieticus” representa la lucha contra la polarización, en un mundo en el que cada vez se escucha menos y se pontifica más, a menudo desde la distancia emocional

Svetlana Aleksiévich, premio Nobel de Literatura en 2015, se inhibe como escritora para transmitirnos casi sin filtro los variopintos testimonios de personas que recabó sobre la vida en la URSS, durante su fin y el resurgimiento de Rusia como entidad nacional, hasta llegar, por supuesto, a los tiempos de Putin como autócrata. Son palabras llenas de amargura, dolor, humillaciones, ofensas y rabia, pero también de nostalgia, de resistencia, de lucha.

En tiempos regidos por la polarización, “El fin del Homo sovieticus” resulta ser uno de esos faros que no se decanta por ningún lado, sino que nos cuenta con palabras anónimas el verdadero carácter de una revolución de pensamiento llevada a la práctica, y sus consecuencias a medio y largo plazo. Sus páginas están repletas de sufrimiento y dramas personales, de violencia y de anhelo, de esperanza truncada y de rencor visceral. La tragedia lo envuelve todo, incluso los tiempos actuales, en los que el capitalismo descarnado ha enterrado el comunismo y el socialismo rusos y ha llevado a los ciudadanos a la nostalgia por los tiempos pasados, en los que eran temidos en todo el mundo.

Sin rastro de parcialidad

La grabadora de Aleksiévich registra sueños enterrados bajo la losa de la realidad; ideales que algunos ofendidos se resisten a sepultar; pobreza y hambre extremas y cotidianas; depredaciones y altivez de los nuevos rusos; nostalgia por la idealización de tiempos pasados; orgullo por contribuir a forjar la tumba del nazismo; dramas personales provocados por el avance irresistible de las olas del pensamiento ideológico que lo arrasan todo…

No encontramos aquí rastro alguno de parcialidad, de simpatía por el comunismo, el socialismo o el capitalismo. “El fin del Homo sovieticus” da voz a personas que vivieron en sus carnes aquello que otros intentan comprender desde la distancia, de individuos (mayoritariamente mujeres) con necesidades y esperanzas, que se dieron de bruces con una realidad que hoy yace entre cenizas. Pero también ofrece un altavoz a las personas que les sustituyeron como representantes de una nueva sociedad, más jóvenes, que no se rigen ya por las mismas coordenadas de sus letárgicos padres o abuelos, y que ve los tiempos pasados como una rémora, y a sus protagonistas como inocentes corderos que se creyeron el ideal del Homo sovieticus a pies juntillas ─o se vieron obligados a simularlo─, y que hoy día no tienen lugar en la frenética “nueva Rusia”. Una Rusia moderna, por cierto, que sólo existe en las ciudades, en contraposición con el campo, donde no han olvidado su pasado soviético y cuyos ciudadanos viven bajo unas condiciones que en poco se diferencian de las de aquellos tiempos.

Un libro estremecedor y que nos alerta sobre el pensamiento monolítico, venga de donde venga

Portada de El fin del Homo sovieticus, de Svetlana AleksiévichEs este un libro que estremece y nos interpela, y que nos muestra hasta donde puede llegar el ser humano cuando una idea indiscutible se adueña de toda la sociedad, gobernada por figuras mitificadas y omnipotentes que están por encima del bien y del mal. Los testimonios recopilados de estas personas provoca hambre de libertad, pero también de conciencia sobre qué hacer una vez que has conseguido al menos una porción de ella. Estas confesiones, de la mano de personas que suelen ser ignoradas hoy día, se tornan en amargas advertencias sobre el pensamiento monolítico y sus consecuencias, sea cual sea la idea de la que parte.

Con todo esto, el experimento de ingeniería social que significó el comunismo ruso es poliédrico, y este carácter fundamental se desliza en las páginas de este libro basado en testimonios. No encontraremos uniformidad, y sí cierta variedad de puntos de vista emitidos también por personas que hoy tienen distinta nacionalidad, pero que un día fueron todos soviéticos y sentían que formaban parte de una única patria. La URSS intentó unificar territorial e ideológicamente a distintos pueblos con diferentes tradiciones, y ese carácter monolítico estalló con la disolución del ente político que los cobijaba, dando lugar a toda una serie de purgas, asesinatos en masa y deportaciones de los rusos que vivían en territorios asimilados. En este libro podremos leer testimonios de estos rusos desplazados y sus descendientes, pero también de personas de la periferia de la URSS que hoy se ven forzadas a emigrar a las grandes ciudades rusas en busca de sustento, y que sufren abusos, intimidación y discriminación.

Las mujeres, guardianas de la memoria, depositarias del horror y de una esperanza que apenas tiene ya luz

Estas microhistorias se suceden a lo largo de las más de 600 páginas de “El fin del Homo sovieticus”, y de un muestrario tan impactante, se nos fijan en la memoria algunas de ellas de forma indeleble e inevitable. Especialmente clarividentes se nos muestran las palabras de las mujeres, mucho más analíticas y de largo alcance que las de sus compatriotas masculinos, más dados a la molicie y a la bebida, y a quedar anclados en el pasado, incapaces de procesar lo que sufrieron en la vida civil o en el entorno militar. Estas mujeres ejemplifican las contradicciones rusas y su ansia de transcendencia, sufren en sus carnes el conflicto entre los tiempos pasados y las nuevas coordenadas por las que se rigen sus hijos e hijas, están más próximas a la vida burbujeante que se desliza ante sus ojos, que a la tramposa memoria que conservan de ella. Al mismo tiempo, se ven obligadas a enferntarse con el pasado, al ejercer de terapeutas de sus hombres, de sacos de boxeo, figurativa y literalmente, de niñeras y enfermeras.

Pero este no es un testimonio comunal del comunismo en realidad, sino del amor, los celos, la infancia, la vejez, la música, los bailes… emociones que no parecen tener cabida en la Historia, sobre todo la violenta, pero que la moldean, la caracterizan, y al final dejan el poso necesario para calificar la Historia como algo vivo. Este libro trata, en el fondo, de todo esto, de lo que tenemos en común los seres humanos, independientemente del lugar en el que vivamos y de sus particularidades. Sólo al observarnos con variables comunes podemos llegar a entendernos y a extraer lecciones del pasado. ¿Cómo amaban en tiempos de la URSS y cómo lo hacen ahora en Rusia? ¿Cómo odian, cómo viven sus vidas, cómo bailan, qué música escuchan…? ¿Cómo procesan hoy día la guerra con Ucrania iniciada por Putin?

Microhistorias de drama y supervivencia

Svetlana Aleksiévich escucha a personas que ansían hablar, en un tiempo que ignora sus palabras y no quiere saber nada sobre el pasado. Sobre aquella mujer que tuvo que matar y descuartizar a uno de sus hijos para poder dárselo de comer a los demás; sobre los combatientes que volvieron triunfantes del frente tras arrasar a los nazis y que se encontraron con la desconfianza del gobierno de su país, que los discriminó y les puso toda clase de trabas para que no medraran en la vida civil; sobre los militares que volvieron de las campañas de Afganistán y Chechenia y fueron incapaces de reintegrarse a la sociedad civil y permanentemente ebrios apaleaban sin cuartel a sus mujeres; de niños nacidos de madres y padres “enemigos del Estado” en tiempos de la URSS, y criados en campos de trabajo bajo condiciones miserables; sobre las deportaciones a Siberia que incluso algunas de sus víctimas justificaban; sobre los verdugos en los campos de trabajo y la banalidad del mal; sobre la vida de los tayikos explotados, violados y asesinados en Moscú; sobre los pocos soviéticos de hoy día, aferrados a sus libros y que acusan a sus compatriotas de vender el país por un puñado de embutidos, tejanos, hamburguesas y cigarrillos Malboro; sobre la nostalgia del Imperio; sobre la euforia que reinó cuando parecía que Rusia cambiaría el comunismo por un “socialismo con cara humana” o incluso a una democracia…

Sin embargo, a pesar de sus particularidades, es esta una historia universal, que nos muestra que, en todas las sociedades existen testimonios estremecedores que nadie registra, que hay silencios que se llevan su memoria a la tumba, que hay abuelos, abuelas, madres y padres que callan por no condicionar a sus hijos, que luchan de esta forma para impedir que sus descendientes soporten la carga de un pasado que a ellos se les hizo casi insoportable. ¿Qué callan los españoles? ¿Qué sentiríamos si quebraran el silencio al unísono? ¿Les escucharíamos?

Una obra perdurable, sobre víctimas y verdugos

Llevo varios párrafos y ni siquiera me aproximo a describir con precisión lo que he sentido con la lectura de “El fin del Homo sovieticus”. Denle una oportunidad a esta obra perdurable, merece la pena. Eso sí, quizás sea otra la persona que termine la lectura… al fin y al cabo, ¿no es esa la aspiración de cualquier ávido lector, ser trocado una y otra vez con cada libro por alguien distinto, más completo y más consciente, más humano?

Alejandro Serrano
Cofundador de Fantasymundo, director de las secciones de Libros y Ciencia. Lector incansable de ficción y ensayo, escribo con afán divulgador sobre temáticas relacionadas con el entretenimiento y la cultura cercanas a mis intereses.

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