Stephen W. Hawking (Oxford, 1942 – 2018), considerado como uno de los más influyentes físicos teóricos de la historia y uno de los grandes divulgadores científicos de nuestro tiempo, ha muerto este miércoles a la edad de 76 años en su casa del Reino Unido.
Su trabajo sobre las singularidades de la Teoría de la Relatividad de Einstein ha ocupado su vida académica y su contribución científica. Al utilizar la Mecánica Cuántica y la misma Teoría de la Relatividad, descubrió que los agujeros negros emiten radiación (conocida como Radiación de Hawking), por lo que pierden energía y partículas, y podrían eventualmente desaparecer. Anunció que, una vez que se forma un agujero negro, comienza a irradiar energía y a perder masa, y que ésto no proporciona información sobre la materia que engulle, y cuando desaparece, esa información se pierde.
Más tarde, en 2004, declaró haber resuelto la Paradoja de la pérdida de información agujeros negros, y de paso haberse equivocado sobre este particular, al admitir que, cuando un agujero negro es destruido, la información que contiene podría no desaparecer. Hawking perdió así una de las apuestas más famosas de la historia de la ciencia que había hecho (junto a Kip Thorne) con otro físico teórico, John Preskill, quien sostenía precisamente que esa información cuántica no debería perderse.
Como muchos otros físicos teóricos, Hawking trabajó intensamente en pos de una teoría unificada que resolviera las contradicciones a nivel subatómico de la Teoría de la Relatividad de Einstein y la conciliara con la Mecánica Cuántica, y realizó sus contribuciones al respecto de un debate que tiene visos de mantenerse activo durante mucho tiempo.
Hawking padecía una enfermedad motoneuronal relacionada con la ELA (esclerosis lateral amiotrófica), que comenzó a afectarle desde muy joven y que al final le postró en una silla de ruedas con casi nula capacidad de movimiento. Gracias al dedicado trabajo de su familia, -en particular de sus esposas Elaine Mason y Jane Wilde Hawking– y de un grupo de asistentes médicos, diseñadores y programadores que cuidaban tanto al científico como al equipo necesario para mantenerle con vida, consiguió dedicarse por entero a su trabajo como físico teórico, y superar con mucho la expectativa de vida que se le diagnosticó inicialmente.
Miembro de la Real Sociedad de Londres, de la Academia Pontificia de las Ciencias y de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, fue titular de la Cátedra Lucasiana de Matemáticas (Lucasian Chair of Mathematics) de la Universidad de Cambridge desde 1979 hasta su jubilación en 2009. Recibió doce doctorados honoris causa y fue galardonado con la Orden del Imperio Británico (grado CBE) en 1982, el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1989, la Medalla Copley en 2006 y la Medalla de la Libertad en 2009.
Desde Fantasymundo recomendamos la lectura de sus libros divulgativos, de un valor enorme para iniciarse en el fascinante mundo de la física teórica y los misterios más elementales del universo que habitamos, especialmente «Historia del tiempo», «El universo en una cáscara de nuez», «El gran diseño» y «Agujeros negros». Podéis encontrarlos en la editorial Crítica, una de las favoritas de esta casa.
Aparte de su contribución científica, queremos destacar una de sus frases más conocidas y al mismo tiempo que más pueden contribuir a mejorar nuestras sociedades: «El peligro radica en que nuestro poder para dañar o destruir el medio ambiente o a nuestros pares, aumenta a mucha mayor velocidad que nuestra sabiduría en el uso de ese poder».
Vamos a echarte de menos, Stephen.