El graduado (1967) es una de las películas que abre una época, hasta hoy día inigualable, en la producción de Hollywood. En ella, Benjamin Braddock (Dustin Hoffman) vuelve a casa después de graduarse con honores. El círculo social de sus padres lo recibe felicitándolo y dándole el mejor consejo para guiar su futuro que puede tener el privilegio de escuchar: «Plásticos». Sin embargo, pese a que todos estos adultos insistan en lo contrario, Benjamin no encuentra un motivo para sonreír. «Pensaba que el futuro iba a ser diferente» dice Benjamin justo antes de ser obligado a recibir a toda la familia y amigos que han viajado tanto por verlo. «¿Hay algún problema?» pregunta su madre. «No», decide su padre.
El film dirigido por Mike Nichols se convirtió en un éxito de crítica y de público en su lanzamiento. El graduado narra una historia pequeña en un ámbito doméstico. Un joven no sabe qué hacer en la vida y acaba teniendo una aventura con una mujer casada, con cuya hija, más tarde, encontrará el amor, y que, ante la imposibilidad impuesta por su familia, perseguirá incansablemente hasta interrumpir su boda y huir con ella.
Sin embargo, en esta pequeña historia que es El graduado hay un viaje emocional gigante, que va desde el vacío interior de un joven que no comprende el mundo adulto y del que no quiere formar parte, hasta, justamente por ello —como si se tratara de una tragedia griega—, caer en él.
La soledad que viene al ser adulto y cómo se expresa
Para este viaje Nichols utiliza gran cantidad de recursos técnicos y literarios que tratarán de expresar este tema y, en los mejores casos, que son muchos, conseguirán que los espectadores vivan ese viaje. El mejor ejemplo lo encontramos en una de las primeras y más icónicas escenas del film: Benjamin saluda a toda la familia que ha ido a celebrar su graduación. Esta claustrofóbica escena reproduce, durante una larguísima duración, el recorrido de Benjamin por todo el comedor. No hay cortes, solo mucho ruido, un plano cerradísimo, unos adultos impertinentes queriendo demostrar que saben más que nadie y una sensación de agobio que el espectador solo puede sentir aliviada cuando Benjamin huye de nuevo a su cuarto y cierra la puerta. Nosotros hemos sentido eso por cómo Nichols ha empleado el cine para hacérnoslo llegar. Esto es un punto de partida importantísimo en el filme: a partir de aquí, todo lo que vemos es una traducción al medio de los sentimientos del personaje. También serán comunes las escenas largas que solo nos muestran el rostro de Benjamin reaccionando a aquello que está fuera de plano o en el fondo, desenfocado. Así, igual que él, nosotros estaremos confusos sobre qué sucede exactamente allá, en el mundo exterior, aunque, por otra parte, no nos interesa. Sabemos ya lo que es: fachadas bonitas en un mundo superficial.
Para acentuar esto, los protagonistas de El graduado son una familia de clase media alta estadounidense. La película no trata esto excesivamente con detalle, pero es que no hace falta. Sabemos que es una sociedad que da mucha importancia a los bienes materiales y las marcas. Esto no son más que carcasas bonitas con un interior vacío, y así es como podemos ver que se sienten, no solo Benjamin, sino también los adultos, en especial Mrs. Robinson. De hecho, cabe destacar el regalo que la familia Braddock le hace a nuestro protagonista: un traje de buzo en el que, según su padre, espera no haber malgastado 200 €. Esto nos lleva a uno de los símbolos más claros de la cinta y que mejor expresa Benjamin y los diferentes estados por los que pasa: el agua.
Los símbolos
El agua es un recurso muy utilizado en el cine. En este caso, lo podemos entender como el ambiente en el que se encuentra Benjamin, donde, aunque lo parezca, no puede moverse con libertad. De hecho, es una idea falsa, pues los mejores ejemplos de este mundo adulto acuático los encontramos en la pecera y en la piscina, donde Benjamin siempre va a estar encerrado, y, cuando mira, lo ve todo vacío. Desde el principio de El graduado, Benjamin se siente así, ahogado. El primer plano en su casa nos muestra su cabeza casi dentro de su acuario, y es imposible olvidar la escena del traje de buzo, en el que, por mucho que quiera salir, su padre le empuja hasta el fondo de la piscina.
En realidad, este será el punto de inflexión que le hará tomar una decisión: ver a Mrs. Robinson. A partir de aquí, los dos personajes empiezan una aventura que libera a Benjamin de la presión que sentía. Con la obra maestra de The Sound of Silence de Simon & Garfunkel como banda sonora, Benjamin ha conseguido superarla y encontrar algo que, por lo menos, le hace sentir. Este es el contacto inicial con su madurez, y así lo muestra cuando, por vez primera, Benjamin no están en el fondo de la piscina, sino flotando, tranquilamente, sobre ella, en una colchoneta. «Es muy agradable flotar aquí», dice a su padre. Sin embargo, contrariamente a lo que este desearía, Benjamin no ha tomado ninguna responsabilidad y no ha crecido, sino que, simplemente, se evade. Por eso esta situación se convertirá en incontrolable y Benjamin, demasiado tarde, se dará cuenta de que no puede evadirse para siempre. Cuando le fuerzan a quedar con Elaine, se caerá de la colchoneta y volverá al fondo de la piscina. Toda esta sensación culmina cuando Benjamin se enamora sin pretenderlo de Elaine. Se da cuenta de que, quizá demasiado platónicamente, ella es lo único que le hace sentir bien, con quien puede hablar y no sentir ese vacío que en realidad nunca lo ha abandonado. Es un paso para llegar a ser adulto y tomar responsabilidades, pero Benjamin, con miedo a perder eso que ha encontrado, decide mentir. En la resolución de estos sucesos, Benjamin va a ver a su amada y Mrs. Robinson se lo impide. En el exterior llueve y ambos acaban empapados. Nuestro protagonista no puede escapar a las responsabilidades y eso le acaba saliendo caro.
He mencionado la banda sonora porque es espectacular y el significado de las canciones también está supeditado a este tema. El célebre primer verso de The sound of silence da la bienvenida a la oscuridad, nuestra vieja amiga. Y es que, además de la terrible sensación de vacío que nos puede transmitir esta pieza, otro de los símbolos recurrentes en la película es el de la oscuridad. Cuando Benjamin decide sucumbir a los no tan sutiles cortejos de Mrs. Robinson y entregarse a ese placer evasivo que hemos visto antes, lo hace cerrando las ventanas y apagando la luz. Así, podemos entender esta oscuridad manual como la representación de una droga que no soluciona nada, sino que evita el, a la postre, inevitable confrontamiento. Es el clásico caso de «si no lo veo, no existe». En El graduado es destacable la escena en la que Benjamin quiere hablar con su amante y, mientras ella apaga la luz constantemente, nuestro protagonista la enciende. Estos son los momentos en los que Benjamin es consciente de lo que le está sucediendo, pero sus intentos por cambiarlo son inútiles.
El inevitable camino a la soledad. Un final trágico evidente.
En El graduado merece la pena dedicarle atención al excelente personaje de Mrs. Robinson para entender el trágico final del filme. Al principio lo vemos como a un animal a la caza de algo que quiere. De hecho, es fantástica su caracterización y la de su entorno: al principio va vestida con estampados animales y la decoración y plantas de su casa nos recuerda, quizá sin que nos demos cuenta, a una selva. Incluso hay planos en los que la composición nos hace ver a Benjamin como a una presa siendo observado por quien se lo va a comer. Sin embargo, el personaje se acaba revelando como una víctima también del proceso de la madurez. Debido a un embarazo no deseado, quizá por culpa de querer ser adulta demasiado pronto, se le ha despojado de sueños y hasta de nombre, pues este no lo llegamos a oír en ningún momento. Igual que Ícaro, Mrs. Robinson acabó precipitándose en los océanos. E igual que en la pintura de Brueghel que ilustra esta leyenda griega, la vida continúa y las demás personas no pueden hacer otra cosa que seguir a lo suyo. El graduado así no se muestra optimista en su tema. Ser adulto te lleva a ser una víctima más de las desgracias que, aleatoriamente o no, te pueden suceder. Solo puedes recibirlas y asumir con ello las responsabilidades que conllevan.
Se entiende así la desesperación de Benjamin cuando pierde lo único que no le hace sentirse ahogado: el amor que siente por Elaine. Sin embargo, y este es el punto crucial, justamente intentando evitar ser lo que ha aprendido que es ser adulto, empieza a comportarse como tal. Al perseguir desesperadamente a Elaine se convierte en un hombre mentiroso y egoísta —como todos los adultos que mínimamente podemos conocer en El graduado— que piensa que, en su causa, en este caso el amor, está todo justificado. Es por lo que cada paso que da Benjamin para estar más cerca de Elaine es un clavo más en un ataúd en el que, en realidad, hace tiempo que está enterrado. Por ello, aunque triunfe el amor, Benjamin ha perdido. Igual que Elaine, Mrs. Robinson, y todos.