Un monumento a los libros en forma de libro, que conecta el mundo clásico con el presente y lleva de la mano al lector a recorrer su historia.
Irene Vallejo titula —y escribe— muy bien, y logra que los títulos de muchos de sus libros sean memorables por sí mismos: La leyenda de las mareas mansas, La luz sepultada, El silbido del arquero, El inventor de viajes…
Con El infinito en un junco, su última obra, publicada recientemente por Ediciones Siruela, logra una vez más atrapar la realidad con unas pocas bellas palabras.
De forma inmediata, ese título nos remite a los juncos del Nilo, materia prima de aquellos papiros egipcios que fueron el soporte físico de un sinfín de saberes, posibilitando su difusión en un sinfín de lugares.
Esas pocas palabras evocaron también en mi mente una imagen que me acompañó durante toda la lectura, a modo de metáfora: la del delta de un río, lleno de meandros y recovecos que parecen conformar un laberinto. Pero en el que, al navegar por sus aguas, se siente siempre presente la corriente que arrastra hacia su desembocadura en el mar.
Y es que no resulta fácil definir esta obra. Ensayo narrativo quizá sea la mejor manera de referirse a lo que es un apasionante recorrido por siglos y lugares siguiendo el rastro de los libros, la escritura y la lectura.
Pero, seguramente, esa definición se queda corta para abarcarla. Al ir avanzando en su lectura vienen a la mente palabras como oralidad, novela, cuento, crónica, autobiografía, anecdotario, artículo, diario de viajes…
Habla de la antigüedad, pero recurriendo a referencias del presente. Trata del libro, pero abundando en historias personales. Y lo hace con un estilo saltarín y digresivo, que entremezcla desprejuiciadamente la cultura clásica antigua con la cultura popular contemporánea, creando un cóctel muy personal y sumamente entretenido, que atrapa al lector.
«Leer es un ritual que implica gestos, posturas, objetos, espacios, materiales, movimientos, modulaciones de luz. Para imaginar cómo leían nuestros antepasados necesitamos conocer, en cada época, esa red de circunstancias que rodean el íntimo ceremonial de entrar en un libro.»
El libro se articula en dos partes, una para cada patria de la cultura grecolatina.
La primera se titula Grecia imagina el futuro, y en ella el lector se adentra en la historia de la Biblioteca de Alejandría, desde su creación hasta su destrucción. Además, asiste a hitos como la invencion del alfabeto y la aparición de los libros.
Alejandría, Atenas o Babilonia comparten páginas con Oxford, Florencia o Sarajevo.
Nombres de la antiguedad griega como los de Alejandro, Ptolomeo, Estrabón, Homero, Aristófanes, Platón, Safo, Hipatia, Cleopatra… se entremezclan con otros del mundo contemporáneo como los de Bradbury, Bauman, Borges, Eco, Kapuściński, Popper… Y también Pérez-Reverte, James Stewart y hasta el capitán Haddock.
La segunda parte se titula Los caminos de Roma. En ella el lector contempla el pillaje literario y el trasvase cultural forzados por el poder del oro y de las armas. Se commueve ante el protagonismo que en la historia de los libros en Roma tuvieron los esclavos griegos. Aprende los riesgos del oficio de librero. Asiste al nacimiento, con los códices, de los libros de páginas. Se sorprende ante el origen de los títulos.
Y también aquí ve desfilar ante sus ojos los nombres y avatares de personajes de la antigüedad, romana ahora: Escipión, Julio César, Marcial, Virgilio, Horacio, Plutarco, Cicerón, Quintiliano, Demóstenes, Suetonio, Séneca… Y, junto a ellos, los de figuras contemporáneas: Guggenheim, Calvino, Beard, Fitzgerald, Joyce, Pinker, Nabokov, Benjamin, Colette, Zweig…
Como si todos los caminos aún llevasen a Roma.
«Mientras que el bibliotecario acumula, atesora, a lo sumo presta temporalmente la mercancía, el librero adquiere para librarse de lo adquirido, compravende, pone en circulación. Lo suyo es el tráfico, el pasaje. Si las bibliotecas están atadas al poder, a los gobiernos municipales, a los Estados y sus ejércitos, las librerías vibran con el nervio del presente, son líquidas, temporales. Y, añadiría yo, peligrosas.»
Durante todo ese largo y azaroso recorrido, Vallejo lleva de la mano al lector. Al compartir no solo sus conocimientos de la materia del ensayo, sino también algunas de sus vivencias personales, establece con él un vínculo que lo hace sentirse un acompañante bien acompañado en este viaje por la historia de los libros. Un viaje que su prosa clara y su cadencia serena hacen agradable y enriquecedor.
Una extensa bibliografía y un completo índice onomástico ponen la guinda al ensayo.
Encuadernado en una tapa blanda que hace cómodo su manejo, y con papel de buen gramaje, resulta un libro agradable de tener en las manos.
Las fuentes son de tamaño adecuado, haciendo fácil la lectura de sus cuatrocientas cincuenta páginas. Algo a lo que también contribuye su estructuración en capitulos bien titulados y epígrafes numerados más breves.
Gloria Gauger ha elegido como imagen de cubierta un elegante dibujo botánico: Papyrus.
Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) estudió Filología Clásica y obtuvo el doctorado europeo por las universidades de Zaragoza y Florencia. En la actualidad lleva a cabo una intensa labor de divulgación del mundo clásico impartiendo conferencias y a través de su columna semanal en el diario Heraldo de Aragón. De su obra literaria destacan las novelas La luz sepultada (2011) y El silbido del arquero (2015), la antología periodística Alguien habló de nosotros (2017) y los libros infantiles El inventor de viajes (2014) y La leyenda de las mareas mansas (2015).