Horror.
El horror puede tomar varias formas: desde presentarse como una situación de sensación extraña, repulsión frente a algo repugnante o un escalofrío por la espalda. Diferentes expresiones frente a estímulos variados. Charley Winslow tiene mucho horror por delante durante su estancia en el colegio Old Cross y no queda otra que ir de su mano, escalera tras escalera, apartando telarañas, observando insectos, temiendo a los crujidos de la oscuridad y dudando de todos cuantos nos encontremos en la vieja abadía.
«El jardín del tallador de huesos» de Sarah Read es un excelente compendio de horror gótico, a ritmo de thriller, tan escalofriante como bien escrito.
Coged las velas, aguzad el oído y demos una vuelta por el ala este…
El argumento
Se ha escapado. Eso es lo que dicen cada vez que uno de los amigos de Charley Winslow desaparece del colegio Old Cross.
Son solo habladurías. Eso es lo que le dicen a Charley cuando ve la figura gris andrajosa de huesos retorcidos acechando los pasillos de la abadía por la noche.
Cuando Charley perseguirá la verdad que se esconde tras el oscuro secreto que encierra la abadía, deambulando por sus túneles oscuros, rastreando sus pasajes abandonados y escarbando en la costra del legado de locura y muerta de una familia.
No suelo estar muy de acuerdo con las sinopsis editoriales: o desvelan demasiado de la trama o pueden hacer una idea totalmente equivocada del contenido. No es el caso y ese es tan sólo es uno de los pequeños grandes aciertos que acumula la edición de Dilatando Mentes. El resumen del argumento es claro, directo y apetecible, sin contar ni un detalle de más. La mayor parte de los elementos que nos vamos a encontrar en las 250 páginas de lectura están en esas pocas líneas y deberían ser suficientes para lanzarse a sus huesudos brazos.
Charley: ojos, oídos y piel.
La primera novela de Sarah Read cuenta con un protagonista con el que conectas en apenas unas frases. Charley Winslow será nuestro guía por los ancestrales terrenos de Old Cross y su abadía. Guía y también ojos, oídos y la epidermis, la piel con la que nos vestiremos durante la lectura. El libro arranca con la llegada de Charley a Old Cross, antigua abadía reconvertida en colegio masculino para las élites de la Inglaterra de mediados de 1920. Charley llega, dejando a su padre en el territorio militar de El Cairo, a un lugar que cuenta con una férreas normas y en el que no parece que vaya tener una adaptación sencilla. Charley no llega sólo a Old Cross: cuenta con sus tarros llenos de insectos, vivos y disecados. Él es feliz entre arañas, escarabajos, mariposas, gusanos, hormigas y babosas. Le gusta observarlos, entiende sus dinámicas y las diferentes estrategias que utilizan para solucionar sus problemas. Lo que Charley no entiende es el mundo de Old Cross: no comprende sus férreas normas, sus ansias de formar a los líderes del mañana, la jerarquía entre sus supuestos compañeros y a sus profesores. No entiende un mundo de piedra fría después de haber estado correteando por el dorado El Cairo.
Pese a lo que pueda parecer, Charley Winslow no se comporta como un personaje al uso, vistas las características anteriores. Defiende sus pensamientos, sabe que tiene que amoldarse para sobrevivir, pero en ningún momento se derrumba y, en puntos más adelantados de la lectura, parece no estar paralizado por el miedo. Charley siempre se adapta y sigue avanzando, sin dejarse atrapar por las telarañas.
Resulta obvio pensar que sus esfuerzos por pasar desapercibido en el colegio no surten efecto. Entre sus insectos, su extraño comportamiento y una cierta incapacidad para encajar, sus primeras semanas en Old Cross son duras. Apenas cuenta con la simpatía del novato Ethan Bowles, de la Enfermera Jefe Grace y de Sam, el extraño jardinero.
Su único amigo desaparece, después de un accidente. El director Byrne y el claustro le dicen que ha vuelto a su casa pero Charley no piensa lo mismo: sus noches en Old Cross se interrumpen por ruidos de arrastre, tenebrosas risas y una figura andrajosa que merodea por el dormitorio…
«El jardín del tallador de huesos» de Sarah Read es un excelente compendio de horror gótico a ritmo de thriller, tan escalofriante como bien escrito. Un descenso a las partes más oscuras de la vieja abadía, con jardines embarrados llenos de huesos, y de la vieja Inglaterra, anclada en un mundo que cambia. Una telaraña que juega con la verdad y la mentira, donde es imposible fiarse de ningún personaje que no sea Charley.
Las piezas clave del libro se ponen encima de la mesa enseguida. A medio camino entre el horror gótico y el thriller, lleno de ritmo y actividad, la lectura avanza sin compasión hasta su desenlace. Suena a tópico pero resulta muy difícil alejarse de la lectura de «El jardín del tallador de huesos».
No se puede desvelar mucho más de su argumento, merece la pena dejarse llevar pero sí se puede ahondar en sus capas de lectura, recogiendo los elementos que quedan adheridos a la telaraña.
Educación, guerra y horror.
«El jardín del tallador de huesos» usa como escenario una vieja abadía convertida en escuela «para los líderes del futuro» y parte de sus terrenos. Una isla dentro del mundo de la Inglaterra de los años 20 del siglo pasado, con sus propias normas, elementos y estructuras. Ya sabemos que Charley es nuestro guía, así que Old Cross es, para nosotros como lectores y para el propio Charley, un monstruo gigantesco. La vieja abadía, dividida en dos por un desastre sucedido y que dejó el ala este inaccesiblemente peligrosa, es un oscuro recipiente donde convive Charley con el resto de personajes. Al igual que nuestro protagonista introduce insectos en un tarro de cristal y cierra la tapa, Old Cross es una vasija de piedra, musgo y telarañas llena de alumnos, profesores y servicio. El edificio y sus jardines, plagados de barro y extraños huesos humanos de antiguos monjes, son un personaje más de la novela, dando la impresión de estar vivo, de ser un ente orgánico que atesora a los personajes en su interior, con su parte este aquejada de una extraña enfermedad, un cáncer que la vuelve oscura y peligrosa.
La galería de personajes está tan medida como la extensión de la novela: ni le sobra ni le falta uno sólo. El círculo de estudiantes, compañeros de Charley, no es muy amplio y se hace hincapié en tres personajes más aparte de nuestro protagonista: Malcom, Sam y Ethan. Con el grupo de docentes sucede lo mismo, con el foco puesto en el Director Byrne, Crawley y hay un tercer nivel donde se englobaría a Sam, el jardinero y a Grace, la enfermera jefe. Todos los personajes se van entremezclando en una espiral, haciendo dudar a Charley sobre quién miente o quién es sincero, en un oscuro juego de confusión.
A medio camino entre el horror gótico y el thriller, lleno de ritmo y actividad, la lectura avanza sin compasión hasta su desenlace. Suena a tópico pero resulta muy difícil alejarse de la lectura de «El jardín del tallador de huesos».
La educación juega un papel fundamental en la novela. El colegio Old Cross representa la educación de las élites, internados alejados de las ciudades donde formar a la alta sociedad del futuro lejos del mundanal ruido… y de los quejidos de la plebe, claro. Charley, que viene de disfrutar de la apertura de mentes de una educación no tradicional choca frontalmente con tanto elitismo de pacotilla. De ahí nacen rasgos de su personalidad como su inconformismo, su distanciamiento respecto a los cánones de «lo normal», su nula competitividad y su falta de miedo a la hora de ir un paso más allá y desafiar lo convencional. Patria, religión y férrea estructura social son algunos de los pilares de Old Cross: se hace lo que siempre se ha hecho, se piensa lo que diga el Director y hay que establecer relaciones con los compañeros para el glorioso mundo del mañana. Un sectarismo elitista que entronca con otro aspecto del libro: el papel de la Inglaterra de la época.
Charley viene de El Cairo, una zona convulsa en la época, en pleno proceso de independizarse del Reino Unido. Una zona peligrosa, tanto por la guerra como por las ideas libertarias, así que Charley debe refugiarse en Old Cross. Considerando la abadía casi un ser vivo que atesora a los niños dentro, su papel como centro educativo adquiere un tinte más terrorífico: los niños rotos por las guerras caen en sus fauces para ser digeridos y transformados en los líderes conservadores del mañana, purgados de cualquier pensamiento de libertad. Esos mismos niños son los fantasmas que recorren sus pasillos. El ala este, la zona prohibida, es una de las zonas importantes del libro. Los «esqueletos» que pueblan ese ala casi pueden considerarse los muertos por los sistemas educativos y sociales. Charley se convierte en la mezcla perfecta de ambos mundos: demasiado perspicaz para ser un desechado por el sistema/abadía pero muy rebelde para ser controlado y reeducado.
El pecado del ala este es el pecado del pasado, de lo prohibido por la sociedad, arrinconado en las partes oscuras de los edificios para no ser visto y no debilitar el modo imperante de hacer las cosas.
«El jardín del tallador de huesos» es, en esencia, un libro de horror gótico. Pasillos oscuros, viejos edificios, sombras que arrastran pies por las noches, desapariciones y secretos truculentos. La cantidad de elementos que desplega Sarah Read en primera novela es apabullante. Elementos clásicos, como bien se indica en la parte final que completa la edición de Dilatando Mentes y otros actuales, enlazando con algunas de las corrientes cinematográficas del terror moderno como «The lodgers» (Brian O’Malley, 2018), «The hole in the ground» (Lee Cronin, 2019), «A dark song» (Liam Gavin, 2016) o su conexión con la vertiente más comercial y asequible como es la serie «The haunting», disponible en Netflix. También hay otros puntos de conexión con «Housebound» (Gerard Johnstone, 2014) o «The pact» (Nicholas McCarthy, 2012). Nada que no se haya visto con anterioridad (en el postfacio de Consuelo Abellán se cita a «Flores en el ático», por ejemplo) pero con un giro interesante.
Hay partes de puro horror, algunas descripciones dolorosas (algunas entre escayolas y terribles operaciones) y una atmósfera oscura que lo inunda todo, con toques oníricos, extraños. Una delicia para los amantes del género.
En definitiva:
Como lector, no le suelo conceder demasiada importancia a los premios. En el caso de «El jardín del tallador de huesos» creo que merece todos y cada uno de los que ha conseguido, comenzando por el Stoker a mejor novela debut. Con una potente atmósfera gótica, una narrativa imbatible y un delicioso personaje principal, la novela quema en tus manos y es imposible dejar de leer. Una duración medida, una ambientación excelente y algunas capas que van más allá de lo que se percibe a simple vista, convierten «El jardín del tallador de huesos» en una de las novelas de terror de la temporada. Pocos peros se le pueden añadir al conjunto: algún bajón de ritmo en la parte media, quizás alguna persecución demasiado laberíntica, un exceso de descripciones… muy poca cosa.
No había hablado hasta ahora de la edición de Dilatando Mentes y merece detenerse en ella. La editorial ha crecido mucho en un 2020 lleno de buenas decisiones editoriales, que la llevaron a colarse entre nuestras recomendaciones de autoras para Halloween y en nuestra lista de las mejores lecturas del año. La edición es hermosa, llena de detalles, ilustraciones, con un aspecto muy personal y un atmosférico prólogo de Daniel Pérez Castrillón y un postfacio de Consuelo Abellán. La traducción corre a cuenta de Jose Ángel de Dios García y sale airosa de tanta descripción tétrica y de algunos usos del lenguaje de la época.
«El jardín del tallador de huesos» es un triunfo de la atmósfera gótica, a medio camino del terror y el thriller. Una novela cargada de ritmo, con un delicioso personaje principal y un descenso a las partes más oscuras de la vieja abadía, con jardines embarrados llenos de huesos y de la vieja Inglaterra, anclada en un mundo que cambia. Una telaraña que juega con la verdad y la mentira, donde es imposible fiarse de ningún personaje que no sea Charley.
No se le puede pedir más.
No tardéis en devorarla.