Esta serie tira por tierra, de forma más descarada cuanto más pasan los capítulos, su mayor valor y reclamo: el apellido Wallander. Con una rapidez pasmosa obvia casi toda la obra de Mankell para pasar a ser, ni más ni menos, que un noir procedimental típico, tópico y mal ejecutado. Este “joven Wallander” no tiene ninguna de las características de su personaje matriz, ni sabe aprovechar el espacio dónde se encuentra (la urbanísima Malmö nada tiene que ver con Ystad), ni los aspectos climatológicos le aportan una particularidad propia, ni cuenta con un equipo a su alrededor o una vida personal lo suficientemente interesante como para dotarlo de esa inconfundible personalidad que sí tiene el personaje en las novelas.
Si en vez de llamarle, insistentemente (eso sí), Kurt Wallander, le llamasen de otra forma, daría absolutamente igual. El envoltorio literario de la serie sirve como atractivo, siendo malpensando incluso podríamos pensar que como anzuelo, pero nada más. Ni suma, ni se aprovecha.
El material y el personaje dan para mucho más que para un cascarón vacío y sin alma como ‘El joven Wallander’
Este desperdicio sigue campando a sus anchas en cuanto a las tramas y subtramas; tan simples como un botijo. La primera temporada aún se esfuerza algo, tocando con algo de inteligencia los palos de la xenofobia, la multiculturalidad, la crisis democrática y el auge de la ultraderecha en Europa. Pero es que la segunda temporada es un despropósito: mezcla temas de forma caótica, desarrolla personajes de forma irregular entre la hipérbole y la caricatura, los supuestos giros de guion son bastante obvios, y algunas de las escenas y los planos (además de su actuación) rozan el flagrante delito.
Para más inri, el guion está tan mal escrito y la serie tan pésimamente realizada que el último capítulo es un interminable carrusel de obviedades. Hasta llegar a él, además de un desarrollo sin sentido de ciertas líneas argumentales artificialmente construidas o estiradas, el principal error que nos encontramos es la inconsistencia y la incoherencia de las tramas. No queráis buscarle un sentido a algunas de las cosas que pasan aquí, simplemente no lo hay.
Esto se refleja en un ritmo errático e irregular que, igual que mezcla los temas, mestura los personajes y pega saltos de un lado a otro como pollo sin cabeza; que si aquí te cuento una cosa a continuación te cuento otra que no tiene nada que ver. En un error de diversificación que, además de distraerte del meollo, consigue dejar la sensación de estar ante una serie improvisada, realizada de prisa y corriendo, sin nada bien construido y con demasiado relleno cutre y fuego de artificio de medio pelo.
Echo de menos a Kenneth Branagh
Personalmente, ‘El joven Wallander’ (Netflix) me aburrió bastante, y eso que son solo seis capítulos de unos cincuenta minutos cada uno. La serie desperdicia el material original, lo realiza con aires de primerizo y, sobre todo, con muy poco respeto tanto al material literario original como al subgénero noir nórdico del que tan claramente deriva. Plagada de errores en todos los aspectos, acaba por ser una serie prototípica repleta de estereotipos gestionados según el canon para que, como espectadores, seamos incapaces de sorprendernos y sepamos casi en todo momento que va a ocurrir a continuación. Por esto no creo que merezca la pena ni considerarla como una alternativa, ni creerla digna de seguir en pantalla.
Ojalá Wallander vuelva a conocer tiempos televisivos mejores, como los que vivió con Kenneth Branagh. El material y el personaje dan para mucho más que para un cascarón vacío y sin alma como ‘El joven Wallander’.