Cada vez es más difícil para un autor entrar en el sistema literario. La oferta crece. Los nombres de autores y autoras crecen. Las estrategias editoras se sofistican, con sellos para cada público, y un puñado de autores de referencia para cada grupo de lectores dentro de cada sello. Todo se ha diversificado, se ha extendido y se ha enraizado, y el entramado tiene tal tamaño, que penetrar entre sus densas raíces es cada vez más y más complicado.
Scott McClanahan (USA, 1978) entra en el sistema literario español como un autor nuevo. Lo hace a través de Reservoir Books con una de sus principales obras, ‘El libro de Sarah’ (Reservoir Books, 2020). Y lo hace con una de esas estrategias que pocas veces falla: referenciar su literatura sobre otros autores, en concreto, Flannery O’Connor, Charles Bukowski y Harry Crews, con una hermosa cita de Donald Ray Pollock en un ala de la contraportada, por si las coordenadas anteriores no fueran suficientemente claras. Vi la estrategia cristalina, vi el intento de seducción y reconocí lo que era y, aún así, piqué. Me dejé seducir. Entré en su propuesta.
Y, la verdad, aunque sí existen detalles que podrían conectarlo con todos estos autores, no lo hacen de la forma clara que uno esperaría. Ni si quiera creo que se parezca a alguno de ellos lo suficiente. Lo que es, pienso, muy positivo. Porque significa que Scott McClanahan posee una voz propia, un estilo personal y reconocible; una base a partir de la cual definir su literatura. Además, muestra una valentía fuera de lo común al usar la creatividad artística justo en los límites de la vida y la ficción a través de la biografía: usando para sus personajes los mismos nombres, las mismas historias o incluso imágenes propias que lo que hacen es romper la línea que separa a la una de la otra.
En esta novela el experimento va un poco más allá pues, en esencia, lo que aquí se intenta es convertir a Sarah en un significante vacío a partir del cual poder representar una vida masculina en crisis; una crisis en la que, quizás, muchos hombres puedan también sentirse identificados. La de un hombre sencillo de clase media, residente en Virginia Occidental, profesor de lengua inglesa en Beckley, cuyas malas decisiones han conseguido alejar de sí a aquello que más ama: a su mujer Sarah y a sus hijos Iris y Samuel McClanahan. Lo inmenso del amor de Scott por Sarah nos da el sentido de su pérdida. Cuanto más amor demuestra Scott por Sarah, y cuanto más se equivoca en su relación, es cuando comprobamos el sentido de la pérdida y, por extensión, el sentido de la vida.
¿Es ésta una novela romántica? No, no lo es. Ni de amor ni de desamor. Porque el narrador quiere que sea otra cosa, y porque nos lleva por otros caminos para que así sea. Lo hace inteligentemente, usando la biografía ficcional como estrategia: convirtiendo ese juego vida-literatura en una cortina de humo, en una distracción. Así es como nos olvidamos de que Sarah es un significante vacío, un personaje ancla al que prestar nuestra atención mientras todo lo demás gira alrededor. Mientras los hijos de Scott se desesperan ante la vida mísera, y por veces incluso pareciera que fuera de control, de su padre. Mientras se enfrenta a gatos malheridos o a perros pulgosos como si fuesen los peores enemigos del mundo. O mientras cree ver fantasmas de engaño por todas partes.
Por otro lado, el protagonismo absoluto de un Scott McClanahan ficticio lleno de miedo y pavor se acentúa con un estilo fragmentario muy acentuado. De escenas cortas. De frases cortas. Donde las repeticiones, las enumeraciones, los cambios rápidos de perspectiva… son la maquinaría lingüística de este juego narrativo. Lo que nos parece un ritmo acelerado, es un juego de distracción. Lo que creemos que es parte del estilo personal del autor, se trata de una forma de que atendamos más a su estado emocional, a su perspectiva personal, a lo que acontece en ese momento dentro de su cabeza, que a todo lo demás -como, por ejemplo, lo cuan vacía y universalmente representativa es Sarah respecto a todo lo que hay en la vida de Scott-.
La novela consigue adentrarnos en sus redes… siempre que cedamos al juego que nos propone: a jugar al despiste, a ir de aquí a allá dejándonos arrastrar por su caza del gato al ratón, aderezada por ese estilo gamberro tan característico de la literatura estadounidense de finales del s. XX y comienzos del XXI. Solo que, además de ser fiel a una escuela literaria, Scott McClanahan define un estilo particular a través de la valentía creativa, la originalidad de la propuesta y un enorme sentido de la ironía. Por eso, puede que esta novela no sea para todo el mundo, acostumbradas como están las masas lectoras a propuestas lineales de corte más bien clásico. No obstante, si se quieren nuevas emociones, obras de esas que sorprenden, que te desencajan y desconciertan, ‘El libro de Sarah’ (Reservoir Books, 2020) es una estupenda opción por varios motivos.
A nosotros nos sorprendió, sobre todo, el atrevimiento e inteligencia de la propuesta; excelentemente llevada a pesar del máximo riesgo que el autor asume. La construcción de personajes a partir de la vida ficcional aporta, además, una dosis extra de realismo y credibilidad que refuerza la hondura de los personajes y la empatía de la lectura con la trama y sus distintas líneas argumentales. Y, por supuesto, en tiempos como los actuales, dónde vivimos el fin de tantas cosas antes del nacimiento de otras nuevas, el tema de una vida en profunda transformación y cómo el desconcierto nos afecta es un tema que nos llega hasta el tuétano. Así que, si tienen tiempo y quieren enfrentarse a una nueva experiencia creativa, ‘El libro de Sarah’ es una excelente opción.
Ojalá tengamos oportunidad para leer más de Scott McClanahan y comprobar si, tras esta osada novela, hay otras sorpresas dignas de ser leídas. Sin duda, esta novela sí lo es.