Única y exitosa incursión en la literatura detectivesca de un autor que ya era bien conocido por su obra humoristica cuando escribió esta novela, y que después lo sería aún mucho más como escritor de cuentos infantiles y creador del personaje del osito Winnie the Pooh.
«Como toda la buena gente, tienes debilidad por las novelas policiacas y te parece que nunca hay suficientes. […]»
Esas sencillas palabras del autor, escritas como parte de la dedicatoria de esta novela a su padre, dejan claro desde la primera página del libro que Alan Alexander Milne pertenecía a la legión de amantes de la ficción detectivesca, pese a ser ahora principalmente conocido como autor de cuentos infantiles y creador del famosísimo osito Winnie the Pooh.
Lo refrenda la breve e interesante introducción a «El misterio de la Casa Roja» que Ediciones Siruela ha tenido el acierto de incluir en la nueva edición en castellano de este clásico. Un libro que ha añadido recientemente a su Biblioteca de Clásicos Policiacos con una nueva y buena traducción del inglés a cargo de Raquel G. Rojas.
La introducción —escrita originalmente por Milne para una reedición de su novela cuatro años después de que la diera a imprenta en mil novecientos veintidós— es toda una declaración de amor al género policiaco y una reflexión sobre sus claves que seguramente muchos aficionados compartimos.
Claves que, como lector, buscaba encontrar en sus lecturas y que, como autor, respetó en su obra.
La Casa Roja es una lujosa casa de campo situada en la apacible campiña inglesa. Pertenece al señor Mark Ablett, quien vive allí acompañado de su primo y protegido Matthew Caylay — que ejerce como su secretario personal, encargado de llevar los asuntos prácticos cotidianos— y el personal de servicio.
Ablett gusta de invitar a sus amigos a placenteras reuniones en su magnífica residencia. Reuniones en la que se ocupa hasta del último detalle para que todo resulte agradable a sus huéspedes… aunque imponiéndoles su voluntad, como contrapartida a su generosa hospitalidad.
«Me apasionan las novelas policiacas. De la cerveza, un entusiasta ha dicho que nunca puede ser mala, aunque algunas marcas pueden ser mejores que otras. Con ese mismo espíritu (si se me permite la comparación) abordo yo cada nueva historia de detectives.» dice el autor en la introducción.
Ambos hermanos se reunen y, casi inmediatamente, suena un disparo. Robert Ablett yace muerto y Mark Ablett, el propietario de la mansión, ha desaparecido.
¿Fue el disparo un acto de defensa propia? ¿Por qué huyó entonces? ¿O fue un asesinato? ¿Cuál podría ser, en ese caso, el móvil?
Moviéndose por un quintaesencialmente eduardiano ambiente de jardines, campos de golf y croquet, pistas de tenis, salas de billar, bibliotecas y pasajes secretos, una clásica pareja detectivesca busca la solución al whodunnit. La forman uno de los invitados, Bill Beverley, y su sagaz amigo Antony Gillingham, quien casualmente había llegado a visitarlo justo en el momento de los hechos.
Como el propio autor, poniéndolo jocosamente en boca de sus personajes, se encarga de aclarar, Beverley ejerce de Watson y Gillingham lo hace de Holmes, pipa en mano incluida.
Son, sin embargo, hijos de su tiempo.
En particular, Gillingham tiene un carácter y un estilo de vida que rompe muchas convenciones sociales, aunque sin llegar a desligarse completamente de ellas: ha desempeñado los más variopintos oficios, incluido el de camarero, pero cuenta con una jugosa renta y es miembro de un club de St. James´s.
Su mirada mordaz aporta al relato de misterio el retrato social de un mundo en extinción, que daba paso a una nueva sociedad en la Inglaterra de los Roaring Twenties.
Un tono ligero y bienhumoradamente irónico impregna toda la novela, pero desde un cariñoso respeto por el género policiaco que la pone a salvo de derivas paródicas.
Un tono ligero y bienhumoradamente irónico impregna toda la novela, pero desde un cariñoso respeto por el género policiaco que la aleja de derivas paródicas.
La edición sigue la lograda y ya muy identificable línea de la Biblioteca de Clásicos Policiacos de Ediciones Siruela, con sus características encuadernaciones en cartoné negro y sus bellamente sofisticadas ilustraciones de época en la cubierta, diseñada por Gloria Gauger.
Una vez más, la ilustración elegida —que corresponde en este caso a un edificio real: la Christchurch Mansion, en Ipswick— anticipa estupendamente el ambiente en el que transcurre la novela.
Tres años después de graduarse en la Universidad de Cambridge en 1903, A. A. Milne entró a formar parte del equipo de la revista Punch, donde se hizo popular como autor de artículos y ensayos humorísticos y fantásticos.
Era ya un reconocido escritor y dramaturgo cuando en 1926 dio a imprenta los primeros y exitosos relatos dedicados al más célebre oso de la literatura infantil, universalizado por las numerosas adaptaciones cinematográficas a cargo de Walt Disney.
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