Brillante y concisa, esta estupenda muestra de la novela criminal francesa de los años sesenta toma elementos clásicos del género para llevarlos por caminos poco transitados.
La literatura policíaca constituye uno de los pilares del catálogo de Ediciones Siruela. Su notable fondo editorial del género abarca títulos clásicos y contemporáneos, de autores nacionales e internacionales. Entre estos últimos, si bien es cierto que predominan los nombres anglosajones, tampoco se descuidan las letras francesas. Por poner un ejemplo, se trata de la editorial que publica a la muy premiada escritora francesa Fred Vargas en nuestro país.
Recientemente, Siruela ha recuperado para los lectores españoles —con una nueva traducción del francés, a cargo de Vanesa García Cazorla— la obra El montacargas, una novela policiaca de Frédéric Dard, incluyéndola en su colección Libros del Tiempo.
El autor francés, extremadamente popular en su época por su serie de novelas protagonizadas por el comisario Antoine San-Antonio, la escribió en 1961.
Tomando elementos y arquetipos de la literatura y el cine policiacos y llevándolos por caminos poco transitados, creó un clásico del género.
Narrada en primera persona por el protagonista de la historia, la trama se desarrolla en el París del comienzo de los años sesenta. Una ciudad y una época que, como lector asiduo que fui en su día de la obra de Simenon, me resultan literariamente bastante familiares.
«— ¡Vamos a coger el montacargas! — anunció.
La seguí y me adentré en una vasta caja de metal. Por la reja que le servía de techo, vislumbraba, dos pisos más arriba, una trampilla de cristal por la que se filtraba un vago fulgor»
Albert Herbin regresa a casa (luego nos enteraremos de que se trata de un ex convicto que acaba de salir de prisión) en fechas navideñas. En el pequeño apartamento de su barrio parisino nadie lo espera, pues su madre falleció mientras él cumplía condena.
La nostalgia lo embarga y sale a deambular por unas calles iluminadas en la víspera de la Navidad. La fortuna (¿o la fatalidad?) dirige los pasos de Albert a una brasserie donde conoce a una mujer joven y atractiva, la señora Dravet, que está allí con su hija pequeña.
Necesitados ambos esa noche de la compañía de otro ser humano, conectan enseguida.
Pero en el piso de la joven —situado sobre un taller de encuadernación y al que se accede a través de un montacargas— el destino, con rostro de femme fatale, le tiene reservado a Herbin una sorpresa.
Metido de lleno en una situación endiablada y lastrado por su pasado carcelario, tratará de salir bien librado de ese peligroso embrollo en una noche frenética.
«Tenía una parte del cráneo levantada. Entre la sien derecha y la coronilla no había más que una herida borboteante. La bala le había destrozado la cavidad craneana y había acabado rebotando en el techo, provocando un enorme desconchón de yeso»
Dard construye con sobriedad una espiral de intriga muy bien armada, en la que la tensión dramática va creciendo, imparable, a medida que avanza la trama.
Un estilo conciso y de diálogos directos marca el tono de la acción.
Incluso el título de cada uno de los doce capítulos en los que se divide el libro responde a ese patrón austero y pragmático: La cuarta visita, El hallazgo, Los imponderables…
La perceptible influencia del cine negro en el texto en cuanto a ritmo, personajes, ambientes… encontró pronto un eco recíproco en la industria cinematográfica. Solo un año después de su publicación, El montacargas fue llevado exitosamente a la gran pantalla por el director Marcel Bluwal.
Encuadernado en cartoné, la cubierta resulta deliciosa. Gloria Gauger consigue, con gran austeridad de elementos, una imagen que evoca aquella época y remite al relato.
Sus apenas ciento cincuenta páginas permiten que la novela pueda leerse de un tirón, aunque recomendaría tomarla con un poco más de calma y, como hice yo, dedicarle un fin de semana tranquilo.
(1921-2000) fue un prolífico guionista, dramaturgo y escritor de novela policiaca francés, que firmó su extensa obra con multitud de seudónimos.
Su extensa serie protagonizada por el comisario Antoine San-Antonio disfrutó de una enorme popularidad en la Francia de las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX.