Comenté sobre el primer número que, además de ser una digna continuación de la gran obra prima de Koike y Kojima, sentaba las bases de una nueva historia. Añadí, ya sobre el segundo tomo, que dicha historia tomaba un cariz propio y funcionaba más allá del homenaje. ¿Qué puedo decir de esta tercera entrega? Fulmina sin remordimientos a la mayoría de personajes y situaciones que pensábamos que serían ejes argumentales o piezas clave en el desarrollo de esa historia. No sólo vuelca el tablero, es que juega en el lado contrario. Crees como lector que el conflicto se halla ya descrito, medido y examinado y, de un plumazo, desaparecen los pocos puntos que lo mantenían anclado y el dilema desaparece, sólo para dejar paso a otro, que siempre ha estado ahí sin ser visto, mucho más crucial.
Claro que esto pasa en otras obras del Dúo Dorado, como Hanzô, El lobo solitario o Asa el ejecutor, pero el giro continuo que se produce aquí es certero, directo, sin transición. Pero iré por partes.
El verdadero Shimazu se encuentra, como recordarán los lectores, entablando conversación con Togô Shigekata, el nuevo lobo solitario, que había sido engañado para llevar un mensaje oculto a Satsuma, tierra a la que pertenece. Y con él esta Daigoro, el hijo del Lobo, aquel que ha caminado por el meifumado y lleva la muerte en sus ojos.
El problema es claro: sobra un Shimazu, y los ninjas del Ushiku Donki, que trabajan para el Rôjû, lo saben bien. No en vano atacan e incendian el barco con la intención de no dejar testigos ni supervivientes. Pero no cuentan con la habilidad de Shigekata ni con la falta de miedo de Daigoro, aunque estos no pueden evitar el naufragio de la nave ni la muerte de la tripulación.
Y como preludio al acto esencial, Shigekata y Daigoro, merced de las aguas, son salvados por el propio carrito que lanzaron al río en el tomo anterior. Si tomábamos ese primer acto como una declaración de que esta nueva historia sería completamente diferente, el regreso del icónico carrito nos hace recordar que, a fin de cuentas, esto sigue siendo El lobo solitario y su cachorro. Y nada más lejos de confundirse como un arrepentimiento del autor, funciona perfectamente como heraldo del acto de conversión de Shigekata:
El rastro de este simbolismo se puede seguir en mangas como Kitaro, Mushi-shi, Dororo o InuYasha, donde el sacrificio del ojo como fuente de vida o poder es patente. Se comprenderá entonces cuál es el alcance del acto. Es entonces cuando Togo Shigekata, que debería hacerse seppuku por no impedir la muerte de su señor, decide vivir otro día para vengarle. Una decisión propia de su antecesor, Itto Ogami, o de uno de los 47 rônin, base de la épica samurái. En pocas palabras: Shigekata decide seguir el camino del meifumado.
Es aquí donde asistimos a la verdadera génesis de El nuevo lobo solitario y su cachorro. Es a partir de este instante donde tenemos a un samurái sin amo, engañado por el shogunato, que decide recorrer el camino del infierno en pos de la honorable venganza, acompañado de un niño cuyos ojos ya han visto la muerte. El tema central de la obra original trasvasado a su secuela, sin que por ello se vuelva repetitiva. Por si había alguna duda, Koike se deshace de aquellos últimos personajes de la trama anterior que parecían que iban a ser una amenaza constante y que al final han sido arrollados por el súbito cambio de escenario.
Un camino de regreso a casa, pero cuyos habitantes, otrora de confianza, son hostiles desconocidos. Una diferencia hay: si en el original el bushido y el tao tienen más importancia, aquí el budismo cobra mayor relevancia, quizás alentado por las creencias del nuevo lobo. Como apunté al inicio: Se ha dado la vuelta al tablero.
Ya he comentado en anteriores reseñas que Kazuo Koike usa con maestría los puntos clave de sus relatos: la épica, la historia, las conspiraciones… ahora me parece que ha jugado al despiste, que nos ha engañado a nosotros los lectores con tramas cuyos caminos ha señalado con luces de neón, pero que no ha querido seguir explorando. En lugar de eso, parece ser que ha dado un golpe en la mesa y ha hecho virar todo, con superlativa habilidad para que El lobo solitario sea el lobo solitario.
Es una sensación parecida al escuchar un leitmotiv, a señalar y descubrir un paralelismo que siempre ha estado ahí. Seguramente Koike estuviera riéndose mientras enmarañaba aún más el embrollo diplomático y de conjura que nos iba planteando, sólo para cortarlo en dos con la katana dotanuki para quitar de en medio toda paja y revelarnos la verdadera situación, el verdadero inicio, para dejarnos con la sonrisa en la comisura. Aunque seguramente haya que morderse la lengua más de una vez durante la serie si el maestro, aficionado a giros inesperados, hace de las suyas de nuevo.
Se percibe que el dibujante se desenvuelve con soltura, y, aunque entroncado como discípulo del difunto Kojima, su trazo sigue cada vez adquiriendo mayor entidad propia.
Las escenas del naufragio, de la ballena o las del templo budista son una verdadera delicia en la que perderse, abstrayéndose línea a línea.
Ahora que de verdad caminan por el meifumado, ¿lograrán Shigekata y Daigoro soportar las duras adversidades del viaje a la venganza? Lo disfrutaremos en el próximo volumen.