Pero el camino es largo, e Izunokami arriesga lo menos posible enviando a los mejores ninjas asesinos de los que dispone: el Ushiku Donki, capaces de sacrificarse sólo para que el último de ellos cumpla su objetivo.
Ushiku Donki es precisamente el nombre del capítulo que abre este nuevo tomo, en donde se demuestra una vez más la capacidad de sacrificio de este grupo armado secreto. Esta capacidad parece traspasar las propias páginas e imbuir al propio guionista, Kazuo Koike, quien, casi sin inmutarse, se deshace de personajes sugerentes sólo para demostrar el tremendismo del Ushiku Donki, consiguiendo abanderar además su propia veteranía en materia de construcción de personajes desdeñando algunos que en otras manos parecerían preciados tesoros de genialidad.
Demostrada la determinación de Ushiku Tenzen, capaz de incendiar un castillo para continuar la persecución, volvemos a la carretera con Shigekata y Daigoro en el capítulo En esas pequeñas manos, explorando el entrenamiento e iniciación del cachorro del lobo en el estilo Jigen-Ryû que maneja su padre adoptivo. La belleza y dureza que supone que un niño aprenda a manejar la katana y a matar, incluso si ya ha elegido desde hace mucho el camino del infierno, se percibe majestuosamente en los paisajes nevados que se muestran, bellos y letales a su vez. La determinación, la reiteración y la exigencia del entrenamiento compiten con el cariño o la cotidianeidad del viaje o del hogar en el que son huéspedes. Sin embargo, el pequeño drama familiar se atraviesa en el camino de los protagonistas, anteponiéndose al épico destino de ambos, presentándose más humano y más cercano al lector que los ideales resolutos de Shigekata y Daigoro.
El final del tomo y del capítulo no podría alcanzar más épica. Sobre un puente bajo la mirada del Fuji, Daigoro en solitario observa a los viajeros intentando discernir quién es uno de sus perseguidores. La capacidad del joven de desenmascarar a primera vista a los ninjas del Ushiku Donki derivará en un enfrentamiento a cara descubierta sobre las tablas del propio puente, en donde el mismo Daigoro empuñará la katana con todas sus consecuencias.
Koike se vuelve poético en este tomo. Aunque arranca con el tremendismo del Ushiku Donki, pronto se embarca en la quietud lírica del entrenamiento de Daigoro y del camino hacia Edo. Al contrario que el que hiciera Itto Ogami, dicho camino se torna en estos momentos más introspectivo, menos sanguinario, con conflictos más mundanos y costumbristas (recordemos que Itto Ogami trabajaba de espada de alquiler, por lo que sus enfrentamientos abarcaban un amplio espectro y centraban la narración) y centrándose en ese entrenamiento de edad tan temprana enmarcado en el blanco de la aséptica nieve.
Y qué sería de las ideas del guionista si Hideki Mori no las plasmara con tal delicadeza. Sus splash pages de cuerpo entero siempre impresionan, y sus pinceladas de paisajes nevados donde Shigekata y Daigoro entrenan se agraceden en todo momento, más aún firmados por ese leitmotiv del que siempre hace gala, que no es sino la colonización y la ruptura de la viñeta por el tronco de un árbol, por la vegetación, que enmarca, reverenciando a la naturaleza, todos esos poéticos momentos. Y, por si fuera poco, se convierten en más de una vez en símbolo o en el centro de la narración (por ejemplo, cuando Daigoro practica con uno de los troncos). Se percibe, sobre todo, una soltura inusitada, donde, aunque aún esté ahí entre los trazos, nos olvidamos de la gran deuda que tiene para con Gôseki Kojima y lo disfrutamos con el propio nombre de Hideki Mori, que firma su mejor trabajo hasta la fecha en este título.
¿Cómo concluirá el enfrentamiento sobre el puente entre Shigekata, Daigoro y el Ushiku Donki? Tendremos que esperar impacientes.
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