Un palazzo veneciano inacabado, El Palazzo Venier dei Leoni, para tres mujeres muy poco convencionales: Luisa Casati, Doris Castlerosse y Peggy Guggenheim.
Visité en una ocasión Venecia, hace ya varias décadas. Recuerdo contemplar desde un puente la panorámica del Gran Canal, flanqueado por sus mundialmente conocidos palazzos, como quien contempla un gigantesco decorado. Un decorado para una obra en la que yo solo era un figurante más entre una muchedumbre de turistas.
Hay, sin embargo, personas que encontraron allí un papel protagonista, haciendo suyo un palazzo y convirtiéndolo en escenario central de sus vidas.
Tres de esas personas, tres mujeres extraordinarias del siglo XX, son las protagonistas de la obra El palazzo inacabado: Arte, amor y vida en Venecia, de Judith Mackrell.
Esas mujeres fueron Luisa Casati, Doris Castlerosse y Peggy Guggenheim, y el libro ha sido recientemente publicado por Ediciones Siruela, con traducción del inglés a cargo de Lorenzo Luengo.
En cuanto al palazzo, se trata del Palazzo Venier dei Leoni. Un monumental proyecto encargado a mediados del siglo XVIII por la prominente familia Venier, pero cuyas obras se paralizaron en 1780. Las razones no son conocidas con certeza (las autoridades, problemas económicos, decaimiento de la dinastía por la falta de descendencia…)
Fue abandonado con solo una planta y tres columnas del pórtico de triple arco de la fachada contruidas. Y así permaneció durante más de un siglo —il palazzo non finito, lo llamaban los venecianos— hasta que, ya en el siglo XX, fue ocupado sucesivamente por las tres mujeres de cuyas biografías se ocupa este libro.
«Juntos causaban una inevitable agitación: las multitudes se abrían nerviosamente para dejarlos pasar cuando aparecían por la calle, y los curiosos se agolpaban a aplaudir desde los puentes cuando Luisa paseaba al guepardo por los canales. En opinión del barón Adolph de Meyer, fotógrafo, uno de los mayores espectáculos en la Venecia de la preguerra era la «marchesa Casati, en el ocaso, reclinada en su góndola, envuelta en pieles de Tigre y acariciando a su leopardo favorito»»
La primera fue Luisa Casati, y a ella se dedica la primera parte del libro, que lleva por título Una obra de arte viviente.
Nacida en Milán en 1881, hija de un magnate textil, quedó huérfana a los quince años, heredando una gran fortuna. Casada con un marqués y madre de una hija, sus aspiraciones sociales iban mucho más allá del ámbito familiar.
Deseaba un lugar en el mundo elegante de su época, y lo logró gracias a su gran riqueza, innata elegancia y calculada excentricidad. Fue amiga y mecenas de algunos de los grandes nombres del arte de su época como Gabriele D’Annunzio (su amante durante un tiempo), Vaslav Nijinsky o Jean Cocteau.
Ella fue quien recuperó el Palazzo Venier, adquiriéndolo en 1910 y viviendo allí durante buena parte de la segunda y tercera décadas del siglo XX. Pero no reanudó las obras, como esperaban los venecianos: lo quería como un escenario de carácter gótico, ricamente decorado y en una ubicación privilegiada.
La segunda fue Doris Castlerosse, y a ella se dedica la segunda parte del libro, titulada La salonnière.
Nacida en Londres en 1900, sus orígenes eran mucho más humildes que los de Casati. Fue una mujer determinada a aprovechar su capital erótico y capacidad de seducción para ascender socialmente. Tras una trayectoria como «amante profesional» se casó con el vizconde Valentine Castlerosse. La pareja disfrutó de unos años locos al final de los locos años veinte, en compañía de personajes como Noël Coward o Tallulah Bankhead.
En los años treinta, Doris fue sumando nuevas conquistas, como Cecil Beaton e incluso —aunque nunca fuera confirmado— Winston Churchill, quien pintó tres retratos de Doris. En un nuevo giro a su destino, Doris sedujo a una rica heredera lesbiana estadounidense, Margot Hoffman. Margot fue quien compró para ella el Palazzo Venier en 1936.
Después de modernizarlo, Doris cumplió en él su sueño de ser una gran anfitriona. Organizó allí una serie de fiestas a las que asistieron personalidades como Douglas Fairbanks e incluso miembros de la realeza británica. Pero su estancia en Venecia se vio truncada por la guerra que, a la postre, también la abocaría a su final.
«A Doris debió de antojársele un golpe de suerte que el Palazzo Venier dei Leoni se hubiera puesto en venta cuando ella y Margot comenzaban a buscar propiedades. Tras haber escuchado tantísimas historias acerca de los días en que Luisa residió allí, ahora solo podía imaginarse como la sucesora de la Casati. (…) aún cuando requería de un amplísimo trabajo de reconstrucción, era notablemente más sólido que la mayoría de las propiedades que se repartían por el Gran Canal»
La tercera, y la más famosa, fue Peggy Guggenheim, y de ella se ocupa la tercera y última parte del libro, titulada La coleccionista.
Nacida en nueva York en 1898, recaló en Venecia después de la Segunda Guerra Mundial, tras décadas viviendo en su ciudad natal, París y Londres. Años durante los cuales coleccionó no solo obras de arte, sino también maridos y amantes.
Adquirió el Palazzo Venier en 1949, y lo abrió como museo poco tiempo después. Fue la que más se integró en la ciudad de las tres y conocía bien Venecia y el dialecto veneciano.
Está enterrada en el jardín del palazzo.
Su colección de arte, un legado al que dedicó todo su empeño, ha resultado una importante contribución a la ciudad. Y ha dotado al palazzo de un propósito definitivo como museo, un lugar donde sus obras de arte se mantienen juntas y permanentemente expuestas en Venecia.
«Los amigos más íntimos que Peggy tenía en Venecia eran extranjeros, al igual que ella; (…) afirmaba desconfiar del carácter italiano, al resultarle básicamente histriónico y demasiado veleidoso. No obstante, se enorgullecía de haberse integrado en la ciudad. Cuando salía por la noche a tomar algo en el Harry’s bar le gustaba llevarse dos gondoleros por compañía»
El libro me ha parecido tan o más interesante por el ambiente y los personajes que rodearon las vidas de las protagonistas que por ellas mismas. Se movían en unos círculos sociales que aunaban el elitismo del gran mundo con la genialidad de grandes nombres de la cultura del siglo XX. El lector se convierte en observador privilegiado de las vidas privadas de esas figuras, amor y sexo incluidos. Todo vinculado a un rincón veneciano que va transformándose a medida que lo hacen sus ocupantes.
Eso sí, pese al empeño de la autora en resaltar —más allá de que residieran en el mismo palazzo en épocas distintas— los paralelismos entre las tres mujeres, muy especialmente entre Casati y Guggenheim, el libro me ha parecido básicamente la suma de tres partes casi independientes. Y como tal puede ser leído, pienso. Algo a considerar si se tiene en cuenta que, aún narrado con amenidad y agilidad, resulta bastante extenso y prolijo en detalles.
Bien editado en tapa blanda por Siruela, la ilustración de cubierta es una fotografía que muestra a Peggy Guggenheim tomando el sol en el tejado del palazzo, acompañada por uno de sus queridos perros. Sus casi cuatrocientas páginas, de un tamaño de fuente bastante pequeño, incluyen numerosas fotografías en blanco y negro.
Judith Mackrell es crítica de danza del diario británico The Guardian. También es la exitosa autora de varias obras biográficas, una de las cuales entró en la selección de los Costa Book Awards en la categoría de Biografías.