Lo de «me siento como una pieza en un tablero de ajedrez» quizás esté manido como recurso narrativo, aunque no es tan frecuente cuando es el lector el que se siente así. Otra forma de decirlo es que C. S. Pacat nos suelta en el juego como pollos sin cabeza, pero eso queda menos fino. El Rey Oscuro da comienzo a la trilogía de fantasía de C.S. Pacat, puesta a la venta por Umbriel Ediciones. C. S. Pacat es ya conocida como escritora por la saga de fantasía El príncipe cautivo.
Salvar el pellejo era lo único en lo que Will pensaba cuando huía por su vida. Huérfano por culpa de los mismos hombres que no dejaban de perseguirle, tampoco es que pudiera pensar en otra cosa. Pero su vida en el puerto cambia cuando un sirviente le revela que debe luchar junto a los Guardianes de la Luz, personas que han jurado proteger a la humanidad de El Rey Oscuro.
¿Saben de esos escritores que son capaces de explicarte absolutamente todo lo que va a pasar desde el principio, pero como no tienes ni idea de lo que está pasando te pierdes todas esas pistas? Pacat hace algo muy del estilo. Según iba leyendo, tuve un momento muy Heihei, el pollo que aparece en la película Moana, cuando se dio cuenta de que estaba en un barco en medio del océano. Es que, vamos, ¿qué leñes está pasando aquí? ¿¡Y quién es toda esta gente!? No a todo el mundo le gustará esa sensación, pero es una experiencia interesante.
La confrontación entre la Inglaterra de los caballeros de brillante armadura y la que está metida hasta el fondo en la revolución industrial tiene el potencial de crear una imagen particular, pero durante el relato es apenas nítida. Pacat le da más importancia a la creación del mundo de la luz, de los fundamentos del pasado y sus reglas, y apenas hay alguna que otra mención superficial al choque cultural y social que hay entre ambas realidades.
No te fíes de las señales
El Rey Oscuro es un libro que juega, y mucho, con la mente del lector, con las suposiciones y las teorías. Al igual que los protagonistas que saben entre cero y una batata, vamos descubriendo todas las movidas sobre la marcha. Ese recorrido da tiempo de ir armando teorías. Pacat se las apaña para que crees y vigiles mil teorías a la vez porque nada termina de encajar. Las señales que Pacat va dejando son apenas migas de pan y siempre las deja a medio camino, de manera que es difícil saber del todo hacia donde está apuntando hasta que ya es demasiado tarde. Pero ahí está la gracia.
Da gracias si encuentras algo agridulce
Pacat tiene un gusto por las palabras afiladas, los sentimientos quebradizos, las escenas que se deforman ante los espejos, las intenciones retorcidas del mundo y la mala suerte de verte en medio.
Lo más dulce que puedes encontrar son pequeños momentos perdidos, algunos de ellos sin mucha razón de ser al estar tan descontextualizados como un puzzle sin las piezas de los bordes. De resto, a sufrir.
No terminé de encariñarme con los personajes, quizás porque algunos de los momentos más humanos son fugaces o directamente ignorados por Pacat en favor de una trama ágil. Pero sí me atrajo la fuerza de la historia, su intensidad, su amargura y su coraje. Ahora solo queda esperar para la siguiente parte.
