Esto, entre otras cosas, se pregunta Garth Ennis en “El Soldado Desconocido” (ECC Cómics, 2016), buscando las respuestas en un escenario, la guerra, que en sus múltiples formas cobija las más grandes pasiones y los actos más rastreros. Los discursos célebres dejan paso a “las botas sobre el terreno” y lo que sucede entre medias solo el Soldado Desconocido lo sabe.
Ennis (Predicador) encarga al lápiz de Kilian Plunkett abrir con una bandera estadounidense enmarcada por una noche plagada de nubarrones en el cementerio de Arlington. Toda una declaración de intenciones a la que sigue otra noche más vil en las oficinas de la CIA, en la que entre el humo de cigarros y la falta de escrúpulos unos funcionarios regañan a otro por no matar a unos niños durante una misión. No hay luz que acabe con semejante oscuridad.
Ya en su mesa, el agente Clyde (Serio, trabajador, alto, rubio, no le gustan las fiestas) llama a un colega del FBI porque en su ordenador aparecen nombres que no deberían. Comienza así un thriller formidable que nos llevará de los campos de exterminio a la selva de Camboya, y ello a pesar de que el primer lugar al que el agente dirigirá sus pasos es un asilo cuyo director nos recomienda comenzar a fumar o a beber porque no nos gustaría terminar nuestros días en un sitio como ese.
La curiosidad mató al gato y a Clyde le ha puesto en el punto de mira. Literalmente. Lejos de achicarse, el chico perfecto continúa con la investigación de esos nombres que siguen apareciendo en su pantalla arriesgando su carrera y su vida. Con cada hombre que se cruza en su camino hacemos un recorrido por la historia contemporánea del intervencionismo norteamericano: Irán, Vietnam, Nicaragua…un camino a la perdición en el que cambian los países, los métodos y el reparto pero subsiste un personaje: el Soldado Desconocido.
Una máquina de matar implacable que se alimenta de barras y estrellas para hacer el trabajo sucio del ejército y las agencias gubernamentales, y para la que sólo existe el fin: Estados Unidos. Nosotros. Los buenos.
El Soldado Desconocido es la representación corpórea de un país al que cuando le tocó crecer perdió toda brújula moral o ética. Cuando los malos ya no eran los nazis, los papeles de la obra no estaban tan claros y la gente sin escrúpulos tomó el mando. El deber y el patriotismo se convirtieron en excusas y los defensores de la libertad y la democracia se quedaron sin razones.
La degradación es total y no afecta sólo a las instituciones. El deterioro físico y mental del agente Clyde según avanza la historia destapa el grado de putrefacción de aquello a lo que se enfrenta. Incluso él, vivo reflejo de lo que debería ser el ciudadano modelo, comienza a dudar y actúa en contra de sus principios cegado por la venganza.
Un soberbio recordatorio de que las acciones que como sociedad realizamos o dejamos hacer no son inocuas para nosotros como individuos. Muy al contrario, corrompen nuestro propio código de conducta convirtiéndonos en cínicos o en relativistas aun a nuestro pesar. Las playas del mediterráneo dan fe de ello.
El trabajo de Plunkett y Sinclair encaja a la perfección con el guion de Ennis gracias a unas imágenes de gran fuerza y a una paleta de colores que según se acerca el final – intenso y sorprendente – consigue que sobren las palabras. A esto cabe añadir la buena labor del ilustrador Tim Bradstreet en las portadas de los cuatro números agrupados en el tomo. Cierran la edición de “El Soldado Desconocido” a cargo de ECC Cómics en su colección Grandes Autores de Vértigo, unos cuantos bocetos y una pequeña aproximación a la trayectoria de los artistas sin duda útil para los que como un servidor, se acerquen por primera vez a su obra.
Mucho ha llovido desde que en 1997 Garth Ennis recuperara el personaje creado por Robert Kanigher y Joe Kubert para DC Comics. Tanto, que hoy la pregunta no es dónde está el Soldado Desconocido, sino cuántos son. Sólo él sabe la respuesta.