Diría que voy a empezar una reseña sobre “El suicidio de Willy Malpica” (Booket, 2021) la primera novela de su autor, Dani Ferrairó, y la primera de su saga “Barba Rossa Beach Bar”. De su autor díria que ha hecho del tiempo condicional un sello propio (¡eso es valor!) y si no que se lo pregunten a su protagonista, el inspector Tito Vegas. Diría que la novela negra española tiene un nuevo autor con ganas y brío. El asunto diría que merece apagar motores, acodarse en la barra del bar y tomarse unas birras con calma para no perder el hilo de la historia.
Dejemos los condicionales y entremos en faena.
CUANDO SE LUCEN TIBURONES EN LOS MUROS
He leído críticas que dicen que lo más flojo de esta novela son las partes en las que aparece el Barba Rossa Beach Bar, porque distraen de la historia central y no aportan profundidad a los personajes que por el desfilan. Bueno, cierto es que la pandilla que por ahí aparece es un grupo de macarras y moteros poco perfilado pero es que esa es su función: hacer de telón de fondo de la historia, dar ambientación y estilo al relato. Estilo. No olvidar esta palabra.
Demos más gas al motor.
El caso es que, como decía Hannibal el Caníbal en una de mis pelis favoritas, siempre deseamos lo que más cerca tenemos y está claro que Ferrairó siente una relación de amor y deseo hacia este bar que es real y empezó su andadura en Castelldefels.
El Barba Rossa Beach Bar es un bareto de moteros que, cosas del capitalismo, se ha convertido con los años en una pequeña franquicia donde brillan los tiburones de mandíbulas abiertas entre tanta decoración “Made in U.S.A.”. Recinto donde nuestro autor se fogueó durante cinco años y que impregna sus páginas con el deseo de lo que tal vez fue o no pudo llegar a ser. Bar temático que en “El suicidio de Willy Malpica” se transforma en ese antro glorioso que todo motero de pata negra quisiera para si. Un lugar de reunión para los personajes donde el suelo se llena de regueros de cerveza y cáscaras de cacahuetes mientras el mandíbulas de la pared devora sujetadores perdidos.
Recomiendo no perder de vista el antro para futuros libros.
ESTILO VERSUS TÓPICOS
Dice (que no diría) Ferrairó que su libro es como un puzzle. Muy cierto. Pero un puzzle muy bien meditado.
Ferrairó asistió hace ya una década a un master de creación literaria y vaya si le ha sacado partido. Además (¡bien por él!) tiene la carrera de Historia Contemporánea (otro más en mi club de historiadores). Ambas cosas parece que le llevaron hasta la creación de “El suicidio de Willy Malpica”.
No se dónde leí que la novela negra es hoy en día el mejor vehículo literario para la denuncia social. Ferrairó no es que abunde en el asunto (hay que admitir que le falta mucho para llegar a mi admirado Markaris) pero su historia de bebés robados, corrupción policial y abogados suicidas algo aporta, desde luego… aunque no sea originalidad. Hagamos recuento. Un hospital de monjas dónde desaparecen recién nacidos. Un abogado con pasta de procedencia indefinida muy nervioso. Un capitán de policía corrupto con unos seguidores que parecen una panda de mafiosos… Son ingredientes que bien podrían pasarse de unas historias a otras por demasiado conocidos. Por no hablar de la periodista guapa, inteligente e incisiva, léase Lola Santos, o el policía honrado, algo ingenuo y leal entre tanta corrupción que es Tito Santos. A estos les falta un hervor de profundidad que apuesto que vendrá en nuevas entregas.
Lo verdaderamente original de la historia es como la ha organizado Ferrairó, su estilo literario. Los distintos escenarios, los diversos cruces de tramas y, sobre todo, el despiste temporal de las mismas. Esos capítulos cortos que te van dando pequeñas pistas sobre las tramas, hasta que todo confluye en un único hilo, y que avanzan y retroceden en el tiempo, sin dar tregua al lector para que este haga también su trabajo y piense, leches, que para eso está. Hay algún momento, y no voy a decir dónde, en el que a Ferrairó le puede la ambición creativa y nos confunde un poco al no ofrecernos las claves suficientes para situarnos temporalmente pero, tranquilos, no se repite.
Así que duro y de cabeza a la lectura.
Y EN CONCLUSIÓN…
Me ha encantado la forma de escribir de Ferrairó, su modo de desarrollar la historia, aunque creo que aún le falta pulir la cuestión de los personajes.
Diría (ay, Ferrairó, que me pegas los condicionales) que debe darles una profundidad a los personajes principales que aún no tienen. En comparación, me parece que quedan mucho mejor dibujados los personajes de Maca, la librera, y el propietario del Barba Rossa Beach Bar, Pony Boy, que con unos cuantos trazos bien potentes quedan muy bien reflejados.
- Por cierto, el verdadero propietario del bar también se llama Pony Boy. La ficción esa, que siempre imita a la realidad…
En cuanto al resto de los secundarios, incluyendo a la sufridora Sara Cruz, cuyo relato desencadena la trama, les hacen falta más aristas. Si, aristas, igual que a los protagonistas, recovecos alegres en historias tristes, malvados en historias felices pues nadie, o casi nadie, es bueno siempre ni es siempre malvado. Al menos yo lo veo así.
Y no alargar tanto el relato de Sara Cruz versus monjas también hubiera sido un puntazo aunque el número de páginas sufriese. Pero eso ya son estrategias editoriales, me temo.
“El suicidio de Willy Malpica” no es una obra perfecta pero es una buena primera obra. Tiene mucho de la clásica novela negra, con personajes que luchan por seguir adelante arrastrando sus culpas, un buen punto de partida, una buena(s) trama(s) de fondo y una resolución inesperada y brillante de la cual no pienso hablar. Así que, nada, a leer.
Y no me tiren más sujetadores al tiburón, por favor, que queda bastante machista y estéticamente queda fatal. Pobre bicho, leches.
Ah, y si queréis empezar ya el libro tomad un traguito aqui.