Los planetas se han alineado, solo así se explica la existencia de “El último duelo”. Hacía ya demasiado tiempo que un trabajo de Ridley Scott no me permitía reconocer en él al director que nos dio “Gladiator” (2000). Mucho tiempo, también, desde la última (y primera) vez que Matt Damon y Ben Affleck decidieron ponerse manos a la obra y escribir juntos un guion que les diera la oportunidad de dar lo mejor de sí mismos delante de las cámaras. El resultado de aquel experimento fue “El indomable Will hunting” (1997) y un Oscar a mejor guion original. Y no volvieron a repetirlo… hasta ahora.
París, siglo XIV. Bajo la autorización del rey Carlos VI, se libra el último juicio por combate en la Historia de Francia. Los contendientes: el caballero Jean de Carrouges y el escudero Jacques Le Gris, antiguos amigos convertidos en rivales. La causa del duelo: la acusación de que Le Gris violó a la esposa de Carrouges, Marguerite. La vida de los tres está en juego, pues quien pierda habrá dejado en evidencia su falsedad. Sus destinos quedan en manos de Dios.
Affleck y Damon forman equipo con Nicole Holofcener (“¿Podrás perdonarme algún día?”), tomando como base la novela de Eric Jager: “El ultimo duelo: Una historia real de crimen, escándalo y juicio por combate en la Francia medieval”, para contar de forma brillante cómo y por qué se llegó a ese punto. El film se estructura en tres partes, cada una de las cuales está dedicada a la perspectiva de uno de los protagonistas. Tres guionistas, tres voces, tres versiones de la verdad. Y solo una de ellas la Verdad con mayúsculas.
El recurso narrativo de mostrar los mismos hechos desde varios puntos de vista, dependientes de las percepciones subjetivas de los personajes, en aproximadamente dos horas y media, podría hacer presagiar una narración tediosa y repetitiva que se eterniza. Sin embargo, esto no sucede. No es, en realidad, una historia contada tres veces. Muchas situaciones se solapan, es cierto, pero no todas y, en cualquier caso, más que repetirse, se complementan. Se añaden matices e interpretaciones nuevas cada vez. Se aprecian las inconsistencias del relato, las implicaciones ocultas de las palabras o los gestos.
Las revelaciones no están en grandes batallas, sino en los detalles. Las inflexiones de voz, las sonrisas que parecieron sinceras y tras las que de pronto podemos atisbar el recelo y el miedo. Una mujer que se descalza, tentadora. O que pierde los zapatos mientras huye escaleras arriba, su carrera alimentada por el pánico. Una burla a Cenicienta, o un vistazo a la realidad que endulzan los cuentos.
La primera parte corresponde a Carrouges (Matt Damon) y es cuanto podríamos esperar en una película épica. El valiente caballero, injustamente tratado, que defiende el honor de su dama. Conocemos esta historia, nos creemos esta historia. Es LA Historia: la escrita por los vencedores, los poderosos… los hombres. La segunda parte, la verdad según el ambicioso e inteligente Le Gris (Adam Driver), cambia el tono a otro más irreverente, menos obvio. Ambas, en conjunto, dibujan un paisaje rico en intrigas políticas y relaciones complejas. Son, por sí mismas, intensas y absorbentes.
“El último duelo” ofrece un relato anclado firmemente en su contexto histórico, que aprovecha al máximo. Exquisitamente ambientada, la película se deleita en enseñar no solo la guerra y la violencia, sino los códigos, roles y ceremonias que regían la vida de la época. Lo técnico está siempre al servicio de lo narrativo, no al revés. Los planos, los movimientos de cámara, el ritmo… todo contribuye a hacer más inmersiva la experiencia, a definir con precisión el marco de una fotografía que únicamente aparece enfocada al final.
Es ese final, esa tercera parte, la que desmantela y reconstruye el film al completo. La verdad de Marguerite. Pero, si tan determinante es el personaje y su versión, ¿por qué relegarla al final? ¿Por qué dedicar buena parte del metraje a dos hombres, mientras a ella se le niega el foco, la palabra incluso? Puede parecer contradictorio, pero esto da más impacto al momento en que, por fin, Marguerite alza la voz. Nos enfrenta al honor en su faceta más perversa, a nuestros prejuicios, nuestra susceptibilidad para dudar o creer. A la poca consideración que hasta entonces se ha mostrado hacia la mujer alrededor de quien debería girar todo, que no es más que un reflejo de la sociedad patriarcal que aceptamos por defecto.
Es aquí cuando la verdad subjetiva pasa a ser la verdad a secas. Una decisión que a muchos no gustará, pues la ambigüedad puede ser parte del encanto en este tipo de películas, pero considero que es una decisión acertada. Ciertos hechos no están ni pueden estar sujetos a interpretación. Cuando hablamos del daño infligido a otros, este solo puede existir o no hacerlo. No hay medias tintas.
Jodie Comer está espectacular en el papel de Marguerite, tan sutil como desgarradora, destacando por encima de las también soberbias interpretaciones de Damon y Driver. Por otro lado, Ben Affleck sorprende como Pierre d’Alençon, señor feudal de Jean de Carrouges; se gusta y se luce como jamás me habría imaginado que lo haría en un film de época.
Los personajes rezuman humanidad. Se mueven continuamente en una escala de grises, desde lo más heroico a lo más vil y detestable. Los monstruos no han de serlo todo el tiempo y raramente lo son. Pero el encanto o la amabilidad no invalidan la monstruosidad, ni al contrario.
Provocadora y llena de aristas, “El último duelo” es la película que estaba deseando ver y que, al mismo tiempo, no me atrevía a esperar. Un relato del siglo XIV que no pierde vigencia e invita a reflexionar, una clase magistral sobre cómo llevar la Historia al cine sin sacrificar veracidad por espectáculo y una exhibición actoral que atrapa, lejos de la frialdad solemne o de una grandiosidad histriónica e irreal.
Un peliculón con todas las letras.