El historiador británico afincado en los Estados Unidos Geoffrey Parker (1943) afronta en ‘Felipe II: la biografía definitiva’ (Editorial Planeta, 2010) su reencuentro con el rey del Escorial después de haber publicado en 1984 -originalmente en inglés- ‘Felipe II’, una más breve y modesta biografía del monarca editada en España por Alianza.
En las más de dos décadas y media que separan a ambos trabajos es numerosa la bibliografía y la documentación adicional consultada, tanta, que quizás sea Parker el autor con una mayor autoritas para el desarrollo de tan magna empresa biográfica. Un tiempo que le ha permitido, además, madurar y oscurecer su perspectiva, aquí más sombría y crítica de lo que era en obras anteriores. Por lo que, a pesar de las evidentes continuidades, estamos ante una reconsideración de lo antes hecho, ofreciéndonos una perspectiva general sobre la figura de Felipe II ampliamente documentada, enriquecida con aportaciones en forma de textos y láminas, y desde una perspectiva pegada a su personalidad y motivaciones.
La claridad historiográfica se consigue mediante el seguimiento de una línea cronológica y una ordenación episódica capaz tanto de situar los principales hechos dentro un marco global comprehensivo, como de ahondar en las causas explicativas y los factores concretos que dan sentido a lo acontecido.
Pues su largo reinado (1556-1598), que únicamente conoció un semestre de paz, fue abundante en importantes retos para cuya solución el monarca tuvo ocasión de demostrar tanto su reconocido temple (no en vano se le recuerda como “El prudente”), como su temido temperamento: desde la venia concedida al inquisidor Valdés para actuar contra Bartolomé de Carranza (quién había sido uno de sus principales colaboradores y de útil servicio durante la persecución de los protestantes que Felipe desarrollo mientras fue rey consorte de Inglaterra, en un episodio que tuvo lugar en 1558) hasta la precipitada e irreflexiva orden de botar contra las costas inglesas a la denominada Armada Invencible (1588); pasando por el encarcelamiento y la prisión declaradas contra su propio hijo Don Carlos (1568) –a quién en un infructuoso intento de domar en su temperamento y centrar en su compromiso público había nombrado heredero en 1560 y miembro del Consejo de Estado en 1564, la promoción de intentos de asesinato contra Isabel I de Inglaterra (a partir de 1570), o la confirmada por Parker participación en el asesinato del secretario de cámara de su hermanastro don Juan de Austria –rival en intereses por los Países Bajos- Juan de Escobedo en 1578.
Y es que, aunque ‘Felipe II: la biografía definitiva’ le dedica al soberano un tono agrio en el que no se escatiman críticas a su obsesión con los pequeños detalles, la tendencia a un excesivo control que le llevaba en ocasiones a no delegar y por consiguiente a relegar asuntos más importantes a un segundo plano, o incluso a desconfiar sobremanera de sus más próximos allegados. También reconoce en él su afán lector y su buena preparación, su dedicación insistente al trabajo vinculado a los asuntos del trono, y la fidelidad con la que se mantuvo durante toda su vida apegado a las enseñanzas morales recibidas de su madre (Isabel de Portugal y Aragón) y a las instrucciones políticas aprendidas de su padre (Carlos I de España y V de Alemania).
En este punto es relevante el comentario de otra novedad editorial: ‘El imperio español de Carlos V 1522-1558’ (Planeta, 2010), segundo volumen de la obra que el hispanista británico Hugh Thomas (1931) le dedica a la etapa imperial tras ‘El imperio español’ (Planeta, 2003). Lo es porque durante buena parte de la obra de Parker la figura del Carlos V posee un relieve fundamental: en la infancia y primeros años de su adolescencia por la reverenciada dedicada -y transmitida con pasión a su hijo- por su abnegada esposa a la figura del ausente padre batallador, y durante sus pronta madurez y primeros años en el ejercicio del gobierno por el papel de Carlos V como consejero y maestro en las artes de “los negoçios” –reivindicada todavía por el ya rey Felipe II tras su adquisición del título de “soberano” en 1556.
A esta espiritualidad concedió, con exceso de confianza y de forma bastante errática, algunas de sus más importantes decisiones políticas y militares. Tampoco tuvo rubor en hacer uso de exhibiciones de fe, como declaraciones o procesiones, en favor de sus propios propósitos. Su cerrada hostilidad con el papa Paulo IV, más proclive a la defensa de los intereses de Francia, y enemigo del candidato papal (apoyado por Carlos V y Felipe) que rivalizó con él por el pontificado –el inglés Reginald Pole, puso a España en una complicada e inédita tesitura. De la misma forma que, en la cuestión de la fe, y aún cuando sabía ser conciliador con el protestantismo cuando el diálogo convenía, era fiel seguidor de la institución inquisitorial.
El fascinante retrato de ‘Felipe II: la biografía definitiva’ (Planeta, 2010) nos acerca a los claroscuros y matices de uno de los soberanos españoles más importantes y decisivos, y quizá el más relevante en toda la época imperial. Sus hombros cargaron grandes responsabilidades y afrontaron algunos de los más importantes retos a los que cualquier monarca español haya hecho frente alguna vez. En un período que, aunque tratado habitualmente más por sus fracasos –con especial destaque de la honra herida en las costas británicas en 1588, también ha supuesto la muestra más clara de las inmensas capacidades y grandes ambiciones de un Rey a punto de alcanzar el conjunto de sus no escasas metas y objetivos.
Geoffrey Parker vuelca en esta biografía décadas de trabajo y reflexión, en un producto enriquecido por la consulta de varios miles de nuevos documentos, la perspectiva exhaustiva y constante de un hispanista apasionado por la época en la que se sumerge, y que a base de ímprobo esfuerzo y reconocida dedicación nos presenta una obra destinada a ser referencia, a perdurar y sobrevivir en el tiempo y, estoy convencido, a influir en posibles trabajos posteriores.