Comedia desquiciada y absolutamente freak que trata sobre la alienación del individuo y la necesidad de lograr la aceptación de los demás.
Verano de 1999. El temor al efecto 2000 flota en el ambiente. Abbie vive pegado al sofá y permanentemente atemorizado por su hermano, que le obliga a enfrentase a desafíos estúpidos y probablemente dañinos para la salud. En un momento dado, le propone jugar constantemente al Pacman, sin levantarse absolutamente para nada, hasta llegar al mítico glitch del nivel 256. Abbie intentará demostrarle que por una vez, terminará algo que ha empezado. Sin levantarse del sofá, recibirá la visita de amigos descerebrados, exterminadores de plagas y alguna vecina preocupada por su situación.
Relaxer empieza como una comedia simpática y algo chorras, pero hacia la mitad da un giro decididamente surrealista y a partir de ahí se convierte en un viaje delirante que pone todos sus huevos en la cesta de la demencia, llevando sus premisas iniciales hasta el último extremo y retando al espectador a seguir hasta el final. Lo que en principio parece el sueño de cualquier adolescente antisocial se convierte en una pesadilla kafkiana, inspirada, como el propio director admite, en “El ángel exterminador” de Buñuel.
El retrato de este tipo de personajes es una constante en el cine de Joel Potrykus. Los protagonista de sus películas son individuos que, voluntaria o involuntariamente, se mantienen al margen de la sociedad y que tienen una visión extremadamente peculiar de la realidad. Así se puede ver en sus anteriores largos “The alchemist Coockbook”, “Buzzard” y “Ape”, estos dos últimos protagonizados, al igual que “Relaxer” por Joshua Burge, reencarnación física de Buster Keaton.
Relaxer, por tanto, no será plato del gusto de todos, pero aquellos que entren en el juego la disfrutarán de verdad.