Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores de Barcelona como Yelmo, Verdi y Grup Balañà emitirán el filme los 8, 9 y 10 de marzo de febrero. Consúltese en FilmAffinity para saber en qué salas de España se podrá ver.
Artista, icono, mujer, esposa, santa, mártir… símbolo. Así podríamos definir hoy en día a Frida Kahlo (1907-1954) si preguntáramos a personas muy diferentes. Esos sustantivos son mencionados por Asia Argento (añadimos de nuestra cosecha el último: símbolo), que pone la voz narradora y a modo de presentadora, a un documental que se presenta en España como uno de los actos del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Y es que Frida ha sido vista desde hace décadas como un símbolo del feminismo: la representación del cuerpo femenino en su obra rompe con la visión tradicional masculina, sacando a la luz la identidad netamente femenina y más en una sociedad como la mexicana en la época en que vivió, la primera mitad del siglo XX. La relación con el muralista Diego Rivera, con un matrimonio en dos etapas jalonadas por las infidelidades del pintor mexicano, moduló también la forja de su propia identidad como mujer y su trabajo como artista (Diego podía ser un pésimo marido y al mismo tiempo un gran admirador de la obra de Frida).
Un arte en el que la cultura y las raíces mexicanas (que la propia Frida asumió como parte de su imagen, con los vestidos tradicionales y collares que siempre lucía) se mezclaba con elementos del surrealismo y el expresionismo que Kahlo llevó a su propia esfera personal, marcada por un dolor físico que, desde aquel nefasto accidente de autobús en septiembre de 1925 –con una severa y triple fractura de la columna vertebral, la pierna derecha rota en once partes, lesiones en clavícula y costillas y una vara metálica que le atravesó la cadera izquierda–, que le dejaría secuelas físicas de por vida (no pudo tener hijos, además) y operaciones quirúrgicas constantes.
El arte sería la tabla de salvación de la joven Frida, postrada en la cama, pues, aunque ya había empezado a pintar poco antes del accidente, animada por su padre (fotógrafo de profesión): se le construyó una cama especial, con un espejo en el dosel para que pudiera verse y pintar. Cuadros de sí misma, de su cuerpo, convertido poco a poco en el principal objeto de su arte, protagonista de cuadros como «Autorretrato con vestido de terciopelo» (1926), «Las dos Fridas» (1939) y «La columna rota» (1944), entre otros muchos retratos, o en «El venado herido«, en el que su rostro enastado se superpone al de un venado herido con flechas, y en los que la feminidad y el dolor formaban a menudo un dúo inseparable de la imagen que la artista mexicana tenía de sí misma.
El documental (con retazos de dramatización/coreografía) «Frida: Viva la vida», dirigido por Gianni Troilo, que escribe el guion junto a Jacopo Magri y Marco Pisoni, se centra especialmente en el icono, bastante menos en la artista. Cierto es que se comenta algunos de los cuadros mencionados de Frida, pero se ha priorizado el componente más biográfico del personaje y el símbolo feminista en el que se ha convertido a nivel mundial. De ahí que, siguiendo la narración de Asia Argento (no es casual su elección como maestra de ceremonias), se hable más de la vida de Frida, de su sufrimiento físico (o del emocional causado por las infidelidades de Rivera o la imposibilidad de poder tener hijos) que de su arte. Un dolor que siempre acompañó a Frida en vida y la presencia sorda de la muerte, amenaza soterrada desde la poliomielitis que sufrió de niña al accidente y las secuelas físicas ya mencionadas. En la que se considera su última pintura, el bodegón «Naturaleza muerta: viva la vida» (1954), que muestra unas sandías enteras o ya abiertas, y sobre una de cuyas rodajas Frida añadió la inscripción en tres líneas “VIVA LA VIDA – Frida Kahlo – Coyoacán 1954–México”, se trasluce un mensaje positivo en alguien que estaba ya enferma de muerte.
Quizá el hecho de que, como reconozca Hilda Trujillo Soto, directora de La Casa Azul – Museo Frida Kahlo, al principio de la cinta, prácticamente se haya dicho y escrito todo sobre Frida deja la sensación de que este filme no ha sabido ir más allá de lo que se sabe sobre la artista mexicana. Se echa de menos que incidiera con más detalle en el arte de Frida, sus raíces y evolución al margen de la terapia contra el dolor que de manera casi machacona se reitera en la cinta. Que sacara más partido a ese subtítulo, a partir del último bodegón de la artista, y se sumergiera de pleno en su intensa vida, su relación con artistas de la época, el vitalismo con el que también pintó sus cuadros, la personalidad que sedujo a filósofos, escritores y artistas, por no hablar del legado en la cultura popular de las últimas décadas. Repetir por dos veces la secuencia dramatizada de Frida entrando en el quirófano para la amputación de una pierna no ayuda a que se muestren más aristas de una pintora con tanta personalidad como Frida Kahlo.
Si por algo acaba brillando en algunas ocasiones el documental es por la fuerza de algunas imágenes y por el comentario, más bien breve, de varias de las obras mencionadas; o por la interpretación del tema “Yo te cielo”, a cargo de Yasemin Sannino y cuyo título se saca de una carta escrita por la propia Frida en 1947, y con música de Remo Anzovino, que compone la banda sonora del filme: “amarte sin medida, amarte sin medida, yo te cielo para amarte sin medida”, se canta en el estribillo. Sin embargo, para el neófito en el arte y las influencias artísticas de las que bebió Frida, o para el simple curioso, queda un documental en el que se habla mucho del icono doliente, pero se escamotea bastante a la artista de un marcadísimo carisma sobre el lienzo y que supo exprimir lo máximo que la vida, corta y difícil, le pudo dar. El resultado es un documental reivindicativo del símbolo feminista y de la mujer sufriente, pero en general se olvida de Frida Kahlo la artista.