Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944) es licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la Universidad de Barcelona. Fundador de las editoriales Crítica (1976) y Pasado & Presente (2011), ha publicado a lo largo de más de cincuenta años unos dos mil títulos, con especial atención a la Historia.
Convertido en una de las figuras más relevantes de la edición en castellano por su labor divulgativa y su ojo clínico para el buen ensayo, Pontón es reconocido por su compromiso editorial y con el pensamiento crítico. Hoy hablamos con él sobre su labor y el estado de la cultura en España.
Historiador de formación y editor vocacional, fundó Crítica en 1976, con el fin de publicar ensayos censurados por el franquismo. En 2009 fue obligado a jubilarse de Planeta, a los 65 años; tras dos de silencio por motivos contractuales, vuelve a la carga con Pasado&Presente, una editorial que en esencia parece perseguir lo mismo que Crítica y Ariel: combatir la falta de información veraz que en ciertos temas tiene el español medio. ¿De dónde saca Gonzalo Pontón la energía? ¿Qué le motiva para seguir en la brecha?
Es cierto que Pasado & Presente es una continuación de mi trabajo en Crítica y Ariel, donde comencé, pero tratamos de adaptarnos a las necesidades de hoy para afrontar problemas que no son ya los de los años 60 o 70 del siglo pasado, aunque sus raíces sigan siendo las mismas.
En España, la cultura parece ser percibida como algo poco útil y como una «afición» que distrae del objetivo laboral y económico que la mayoría persigue como esencial. Incluso ahora, la educación deriva cada vez más a cubrir puestos en el magro tejido productivo, en vez de contribuir al crecimiento personal y de país. ¿Comparte ese análisis? Para luchar contra ello, ¿Qué puede hacer la divulgación cultural? ¿Hay esperanza para los jóvenes?
Esa percepción anómica de la cultura no es casual. Es uno de los objetivos perseguidos –y logrados—por el sistema económico y social bajo el que vivimos. A la gente se la induce a aprender y cultivar aquello que le interesa al sistema para su supervivencia. La Universidad española es un buen ejemplo de ello: primero incitamos a los jóvenes a que fueran a la Universidad, luego les dijimos que con un título universitario tendrían trabajo asegurado; hoy nos quejamos de tener “sobretitulación”, pero lo que hay en realidad es un 50 % de paro juvenil como reserva para trabajos malpagados en situación precaria.
Ya dijo Spinoza hace más de 300 años que todos nacemos sin capacidad crítica y morimos así, pero la culpa no es de la gente, sino de sus “superiores”.
Si tuviera que explicar la situación actual del país y del mundo en general mediante el análisis histórico, ¿Cuáles diría que son las claves esenciales? ¿El Capitalismo como modelo está colapsando?
El capitalismo nunca llega a colapsarse. Lo que hace es transmutarse en un nuevo “avatar”: empezó el siglo XX como depredador de materias primas y garante de un desarrollo industrial –sobre todo armamentístico– de valor añadido; pasó hacia el final de la guerra fría a ser un capitalismo básicamente financiero; hacia fin de siglo presentó un avatar especulativo y en el siglo XXI es rentista en el sentido en que lo define Guy Standing.
Frente a esa capacidad camaleónica, las sociedades solo pueden defenderse adoptando la globalización, pero una globalización de toda la especie humana que luche por la igualdad, que habrá de ser el único objetivo de una política legítima.
En «La lucha por la desigualdad» (Pasado&Presente, 2016) abomina de la Ilustración, por considerarla -en términos suaves- clasista, como mínimo condescendiente, poco cercana a la miseria que se vivía en las calles en el siglo XVIII. ¿Realmente ha habido en la Historia de la humanidad una revolución centrada en los más desfavorecidos? ¿En España alguien representa a su juicio una lucha tan radical… y necesaria?
Yo no ataco a la Ilustración, sino a la imagen interesada que se nos ha transmitido históricamente y que es falsa. Los hombres de la Ilustración eran gentes de su tiempo, comprometidas con él, y ese tiempo era el de la ascensión burguesa, que pareció interesada en una Revolución, pero que la cortó en seco cuando esta revolución quiso desbordar el orden burgués para convertirla en popular. Esta pauta se repitió en 1848, 1871, 1917 o 1968. Hoy el camino ha de ser otro.
Que los españoles sigamos siendo un pueblo de cabreros es algo que se ha conseguido desde el poder, siempre. Y hay que reconocer que el poder casi ha vencido: la mitad de los votantes a día de hoy (unos 15 millones de personas) es de derechas (sume PP y Ciudadanos) y la otra mitad es todavía socialdemócrata en unos tiempos en que el discurso de la socialdemocracia no sirve para afrontar los retos que el siglo XXI nos presenta. A la mayoría de la gente se la ha enseñado, con éxito, a no pensar y a dejar las cuestiones políticas “a los que entienden”.
Una editorial no suele dar cifras de ventas o de tiradas de sus novedades. ¿Diría que es viable económicamente publicar ensayo? ¿Hay mucho público potencial para el catálogo de Pasado&Presente? ¿Nota una mayor recepción o al contrario, cuál es el estado de salud del ensayo?
Le contesto con un dato histórico: A mediados del siglo XVIII, cuando España tenía 8,5 millones de habitantes y el analfabetismo rondaba el 85%, los grandes editores como Ibarra o Sancha, hacían tiradas de 1.500 ejemplares de sus libros de ensayo. Hoy, 300 años después, con una población de 45 millones de habitantes y un analfabetismo cercano al 0, las tiradas siguen siendo exactamente las mismas.
¿Cuál es su análisis personal del ensayo escrito y el publicado? ¿Algún consejo para los ensayistas cuyos trabajos duermen en un cajón?
No me fío nada de “los trabajos que duermen en un cajón”. Cuando en 1976 fundé Crítica lo hice en parte para poder publicar “los trabajos que dormían (por culpa de la censura) en un cajón”. La realidad fue que los publicables se podían contar con los dedos de una mano.
¿Alguna vez se ha arrepentido de haber publicado (o de no hacerlo) un ensayo concreto?
Me arrepiento de haber publicado «Eurocomunismo y Estado» de Santiago Carrillo. Todo aquello del eurocomunismo era una farsa como demostró el propio autor renunciando a la lucha por la igualdad.
¿Qué diferencia a un editor de ensayo de uno literario? ¿Qué se necesita para ser lo primero y no morir en el intento? ¿Cómo se convirtió Gonzalo Pontón en uno?
Por encima de todo, hay que tener un proyecto cultural (es decir político y social) claro y persistir en él. Incluso contra uno mismo.
Habrá casos en los que los derechos de un ensayo se compran precisamente para que jamás vea la luz… ¿conoce alguno?
Sí, y financiados por grandes empresas. Como también financian los ensayos que les interesan.
¿Qué opina sobre los acuerdos de silencio o de confidencialidad? ¿Le parecen éticos o democráticos?
Depende, como todo.
¿Cómo convenció a Aznar para la publicación de los diarios robados de Azaña? ¿Qué representan históricamente hablando?
Yo no convencí a Aznar de nada; no hubiera podido. La propiedad intelectual de los diarios robados de Azaña era de sus herederos, y con ellos contraté la edición. Lo que sucedió es que, como los diarios robados los devolvió la hija de Franco al gobierno y ese era el de Aznar, él fue quien los presentó públicamente.
Nacido en el año 1944, vivió de lleno el Franquismo, la Transición y el remedo de democracia en el que vivimos. ¿La Transición fue una derrota o no se pudo hacer más? ¿Por qué ahora involucionamos, sólo por la crisis económica y social?
La Transición fue un acuerdo entre las clases políticas que habrían de repartirse el poder con el permiso de los que tenían armas (que no era solo el ejército). Eso está muy bien estudiado por Xavier Casals en su libro «La Transición española». Pero yo no veo ninguna involución hoy, solo continuidad con un largo pasado.