Aunque muchos españoles parezcan hartos de la Guerra Civil que asoló a este país entre 1936 y 1939, tras innumerables libros, películas, series, cómics y otros materiales que la describen con más o menos fortuna, fuera de nuestras fronteras este conflicto sigue viéndose como algo digno de estudio, como lo que fue: preludio y ensayo de la terrible II Guerra Mundial. Sobre ella se ha dicho de todo, desde casi todas las perspectivas, de forma parcial y pretendidamente ecuánime, con acceso más o menos limitado a según qué documentos, y otras más fundamentadas.
Aún hoy, la Guerra Civil Española sigue siendo un tema incómodo, espinoso, que se trata con normalidad quizás en entornos académicos, pero muy rara vez en la vida cotidiana, en la política o en las aulas. Para algunos, su estudio equivale a la resurrección de los viejos odios, de las fracturas que llevaron al fuego y la sangre –como si el silencio pudiera resolverlos-, para otros resulta ser un ejercicio indispensable de memoria histórica, y para la mayoría… simplemente algo del pasado que conviene no repetir, pero quizás sí olvidar.
Si bien se tiene a la II Guerra Mundial por la más sangrienta y masiva de la historia, atendiendo al atroz número de muertos y a la cantidad de países que, más o menos de forma abierta participaron en ella, la Guerra Civil Española fue su preludio y ensayo, y formó parte de la compleja partida de ajedrez que aquellos países jugaban en aquel momento. El fascismo finalmente pareció ser derrotado en todo el mundo –aunque ahora sabemos que sólo permaneció aletargado, esperando su momento, infiltrándose ideológicamente en los países aliados bajo otra forma- salvo en España, donde campó a sus anchas durante cuarenta años, en una versión dulcificada, e influenciaría de forma decisiva la mal denominada “democracia” que sucedió al régimen de Franco. Lo que sucedió en la Guerra Civil y después, lejos de ser cuentos de abuelo, afecta a nuestra vida diaria.
«Guerra gráfica» es un volumen de grandes dimensiones, gramaje y calidad gráfica, que nos proporcionará, aparte de una visión múltiple de este crucial episodio de nuestra historia, una memoria clara de qué nos llevó a matarnos los unos a los otros
Pero en aquel entonces, antes de su estallido, nadie salvo los militares golpistas que participaron en el llamado “Alzamiento”, esperaba algo así. Muchos estaban convencidos de que al país le esperaban tiempos convulsos, con una incipiente revolución proletaria en marcha, que la mayoría trataba de frenar o atenuar, pero casi nadie barruntaba una guerra fratricida que acabaría enfrentando, a menudo, a unos familiares contra otros en dos bandos irreconciliables. La República, simplemente, era el gobierno legítimo y los militares sublevados acabarían por rendirse.
Por encima de ideologías, muchos españoles se vieron obligados a defender un bando en el que no creían, tanto a un lado como al otro, y presenciaron atrocidades que jamás podrían olvidar aquellos que sobrevivieron. Y supieron que, realmente, nadie salvo unos pocos habría ganado a su final.
Al imaginarnos una guerra cualquiera, acuden fácilmente a nuestro cerebro las armas, la sangre, el sudor y el pavor. Es fácil imaginarse los campos de batalla llenos de cadáveres o heridos; aunque jamás hayamos estado inmersos en una, Crecemos con escenas sacadas de noticiarios, series y películas; o con otras sacadas de libros que las describen. Pero “Guerra Gráfica. Fotógrafos, artistas y escritores en guerra” (Lunwerg), con prólogo del controvertido Paul Preston, trata de otra forma de lucha, que se lleva a cabo con otra poderosa arma: la propaganda.
En la Guerra Civil Española se ensayaron distintas formas de lucha “moderna”. El uso de blindados en tácticas de alta movilidad, al igual que la utilización de la artillería contracarro, y más excepcionalmente, el uso de aviación militar contra población civil sin valor estratégico (aunque los civiles hayan sufrido en los conflictos militares desde que el mundo es mundo, y utilizados para debilitar al enemigo), pero que también removió en sus asientos a la opinión pública de medio mundo, y en la que estuvieron inmersos periodistas, fotógrafos y artistas de distintas nacionalidades. Para muchos de ellos fue “la última gran causa”, que sintieron de forma personal hasta el final de sus días.
Este imprescindible libro trata precisamente de eso, de la utilización de la propaganda en esta guerra como arma arrojadiza de primer orden, aunque sólo se centra en uno de los dos bandos, el republicano, sin duda el que empuñó esta arma de forma más eficaz y generalizada. A través de más de 600 documentos referenciados, en “Guerra Gráfica. Fotógrafos, artistas y escritores en guerra” podemos apreciar, como en ningún otro volumen publicado antes, la crueldad que sufrió el país tanto en los campos de batalla como en los escenarios civiles, en los que la represión como la manipulación por parte de los dos bandos estaban a la orden del día.
Pese a que el autor, Michel Lefebvre -periodista de Le Monde desde hace 25 años- es, según él mismo afirma, hijo de “rojo”, y el libro pretende ser un ejercicio de memoria histórica y de restitución a las víctimas, en ningún momento nos ahorra los crímenes ni los errores estratégicos y humanos que cometieron unos y otros, ni tiene empacho en mostrarnos cómo un mismo documento puede llenar de vergüenza, más de setenta años después, tanto al bando republicano como al llamado “nacional”. La propaganda republicana fue, durante la guerra, la más eficaz, prolija y creativa, algo admitido por el propio jefe del servicio de propaganda enemigo, Dionisio Ridruejo, una vez tomada Barcelona, al entrar en las oficinas del Comisariado de Propaganda de Cataluña dirigido por Jaume Miratvilles; y en ella participaron profesionales, también extranjeros, que cimentarían su fama posterior en este conflicto, al menos quienes pudieron sobrevivir a él.
Si Franco y sus acólitos ganaron la guerra y dominaron el país durante cuarenta años –y más allá, insisto- Lefebvre sostiene que la guerra moral la ganó la República, no en vano el franquismo como ideología está proscrito en la memoria colectiva, incluso hoy día, cuando los revisionistas intentan emerger en tromba. Personalmente, comparto este punto de vista, pero con muchos matices: si bien casi nadie desea volver a un régimen como el franquista, los españoles a nivel general aún no tienen conciencia democrática, en su corazón sigue habitando y dominando el paradigma autoritario e irreflexivo, poco respetuoso con el sentir ajeno, que nos inculcan desde niños. Identificamos el concepto democrático como la acción de emitir un voto cada cuatro años, no con el respeto a las ideas ajenas, ni con los derechos humanos esenciales, incluido el de manifestación. Ni siquiera con el avance del país, sino con la defensa a ultranza de ideologías. El fascismo sigue impreso en nosotros, y ha dejado una huella quizás insalvable.
Lefebvre nos muestra con su colección de fotografías y documentos varios, conseguida durante catorce años de trueques, préstamos y labor detectivesca, múltiples puntos de vista de la guerra en el bando republicano, y en mucha menor medida en el autodenominado “nacional”. Junto a las soflamas destinadas a hundir la imagen del contrario (tanto en España como en el extranjero) y provocar alistamientos masivos en el propio bando, con carteles artísticos que hacen uso de la épica o del patetismo, según el caso, los numerosos documentos que el autor nos muestra sobre todo inciden en el lado humano de la guerra, en las víctimas de todas las edades, tanto militares como civiles. Ellos y no otros son los protagonistas de este volumen.
La enfatización del sufrimiento provocado por la guerra es un tema recurrente en la propaganda de aquel tiempo, sobre todo en el bando republicano, con la maquinaria mejor engrasada, que buscaba una intervención en el conflicto de los países occidentales no fascistas. Así, la Guerra Civil fue fuente de inspiración de artistas y escritores de aquel momento, algo inédito hasta entonces, conscientes de que precisamente en la península se jugaban el inicio y el devenir futuro de la lucha contra el fascismo, su avance en Europa. De hecho, la ayuda al bando “nacional” por parte de Alemania e Italia retrasó el inicio de los planes de Hitler, quien esperó al final de nuestra guerra para lanzar su ofensiva; esto dio tiempo también a otros países a prepararse contra ella. Sin embargo, el bando “nacional” se centraba más en los crímenes que según ellos sucedían en territorio del enemigo, como el asesinato de simpatizantes y religiosos, la quema, saqueo y profanación de iglesias -que por supuesto, este libro demuestra que tuvieron lugar- en un intento de recuperar terreno en su imagen pública exterior e interior.
Por tanto, en España los antagonistas del fascismo se jugaban mucho, no es de extrañar el esfuerzo propagandístico que, tanto aquí como en sus países de origen, pusieron en marcha para provocar una intervención que, a través del envío de hombres y material, ayudase a la derrota de los militares sublevados, mucho mejor preparados para el combate que las tropas y las milicias republicanas. Ilustres nombres del arte o de la propaganda nacional e internacional formarán ese ejército de papel que empapelará el país y las publicaciones con mensajes de todo tipo a favor de la República, como Agustí Centelles, Alfonso Sánchez Portela, José María Díaz Casariego, Robert Capa, Gerda Taro, David Seymour (Chim), Jaume Miravitlles, Willi Müzenberg, Henri Cartier-Bresson, Picasso, e inumerables escritores como George Orwell, que se alinean en el bando “de la libertad”.
Durante ese tiempo, se dedicaron a sembrar ideas que luego serían perseguidas y aplastadas por Franco en una represión que duró décadas, con innumerables asesinados que se unirían a las víctimas de la propia Guerra Civil, pero mientras duró la contienda, pudieron verse escenas inéditas en España, recogidas por las cámaras, de niños recibiendo educación distinta a la tradicional católica, de mujeres enroladas en múltiples oficios y hasta en el propio frente, de proclamas ideológicas que antes hubieran resultado imposibles… algo que no se vería hasta mucho tiempo después, una vez finiquitado –aparentemente- el franquismo. Estos documentos nos muestran una España dividida en lo ideológico –fruto de las corrientes, a menudo contrarias, que surtían las filas de la República-, alejada del patetismo y el blanco y negro con que solemos identificarla desde la distancia en aquellos momentos de hambre y sangre, pero que duraría muy poco. No hay documentos parecidos que nos hablen de los cambios en este sentido en la zona “nacional”.
Pero no podemos caer, ni tampoco lo hace este libro, en una visión idealizada de la España republicana. El autor nos habla a las claras de una guerra civil dentro de la misma Guerra Civil, con choques y asesinatos entre las distintas facciones que formaban la heterogénea sociedad republicana, en una pugna que sólo llevaría a su debilitamiento, mientras que el otro bando disponía de un mando claro y unívoco. Lefebvre no nos ahorra, como decía al inicio, ninguna faceta de la guerra propagandística, conoceremos de primera mano cada año de la guerra, y desmontaremos algunos de los mitos creados a posteriori (y acusaciones fundamentadas que unos y otros siguen lanzándose hoy día). Comunistas contra anarquistas, socialistas anticomunistas contra socialistas y republicanos aliados con los comunistas, comunistas españoles apoyados por sus consejeros soviéticos contra antiestalinistas del P.O.U.M. (Partido Obrero de Unificación Marxista)… conflictos dentro del global que perdurarían hasta mucho tiempo después.
Todas las agencias fotográficas enviaron representantes a España, que siguieron la guerra y surtieron a sus medios de abundantes testimonios gráficos. Y convenía a la República, en muchos casos, esta difusión en el extranjero, mientras que el bando “nacional” se veía inmerso en un embargo gráfico sin precedentes, del que muy pocos documentos escapaban, y casi siempre con el visto bueno de su servicio de propaganda. Es muy difícil conseguir este material incluso hoy día, según Lefebvre, una de las razones por las que este libro se centra en la República.
En definitiva, Lunwerg, fiel a su proberbial modo impecable de edición, nos “regala” un volumen de grandes dimensiones, gramaje y calidad gráfica, que nos proporcionará, aparte de una visión múltiple de este crucial episodio de nuestra historia, una memoria clara de qué nos llevó a matarnos los unos a los otros, y cómo comprender las décadas subsiguientes a la Guerra Civil Española; pero sobre todo, nos hablará de aquellos que sufrieron sus horrores, de las víctimas.