Historia, política, arte, jardinería, filosofía, teología… reunidas para plasmar las creaciones, materiales e inmateriales, que reflejaron una nueva mirada al mundo. La del Imperio español al inicio de la Edad Moderna.
Durante esta sucesión de confinamientos y cierres perimetrales que sufrimos, los espacios abiertos de las ciudades han cobrado una importancia capital. Refugio al aire libre para las sufridas poblaciones urbanas, esos pulmones verdes han actuado como válvulas de escape. Nos han ayudado a soportar mejor las restricciones.
Es probable que esta situación, tan prolongada ya, deje como legado un cambio en nuestra manera de ver el mundo. Un nuevo paradigma. Que tras esta discontinuidad, o esta revelación de la discontinuidad, nuestra mirada sea otra. O no. El tiempo lo dirá.
Escrito por la conservadora del patrimonio y doctora en Letras Dominique de Courcelles, ha sido publicado recientemente por Ediciones Siruela. La traducción del francés ha corrido a cargo de Susana Prieto Mori.
«A finales de la Edad Media y en el Renacimiento, con el redescubrimiento de la filología y de los textos antiguos y sagrados, con la invención y la difusión de la imprenta, con los grandes viajes y la exploración de mundos desconocidos, las representaciones no solo literarias, sino también artísicas de los elementos naturales, de paisajes y jardines, permitirán verdaderamente nuevas formas de sensibilidad y constituirán las primicias de la emergencia del sujeto moderno.»
Con una prosa rica y compleja, en la que lo material y lo inmaterial van de la mano en un juego de soportes y tensiones, de Courcelles sumerge al lector en un mundo que lo abruma y deslumbra. Historia, política, arte, jardinería, filosofía, teología… componen un colorido y complejo caleidoscopio. El de las creaciones, materiales e inmateriales, en el Imperio español al inicio de la Edad Moderna.
El propósito de tantas creaciones, de disciplinas tan variadas —construir jardines, palacios, o galeras reales; relatar un viaje de descubrimiento o una búsqueda mística; pintar paisajes terrenales o glorias celestiales— es poner de manifiesto el vínculo entre el príncipe, sus territorios y sus pueblos. Y refleja una profunda renovación de la mirada en múltiples campos de conocimiento. De una nueva forma de habitar el mundo, surgida de una nueva mentalidad.
«Sabemos que, con el renacimiento general de la vida civil y urbana que señala el fin de la Edad Media, son muchas las ciudades que sueñan con igualar a las grandes metrópolis de la Antigüedad, Roma y Atenas. La evocación de esas míticas ciudades del pasado se inscribe entonces en complejas estrategias de reorganización del espacio. A través de esa evocación se expresa un ideal de renovación, de ‘renovatio’, que es también la invención de un nuevo espacio desde una perspectiva a la vez política y poética.»
La obra se estructura en cuatro partes, y cada una de ellas lo hace, a su vez, en dos capítulos. El primero, el principal, sirve para presentar las tesis. El segundo sirve de confirmación y ejemplificación de esas tesis.
Esas partes son:
– Palacios y jardines de España, que trata de los jardines de la Casa de Campo y sus artífices: su impulsor, el rey Felipe II, y su ejecutor, el jardinero y sacerdote Gregorio de los Ríos.
– Las maravillas del universo: de Sevilla a México, donde la atención se desplaza a Sevilla, puerto de Indias desde el que partían nuevas ideas al Nuevo Mundo, un mundo que a su vez había tenido una gran importancia en su génesis.
– Paisajes, mística, magia natural, centrada en la reflexión acerca de la naturaleza, el misticismo y la magia. Y que trata las representaciones pictóricas femeninas en algunas iglesias catalanas.
– Miradas al infinito, deseo de eternidad, en la que el objeto de análisis es el palacio de El Escorial, con su dimensión simbólica de eternidad, y que concluye con una profunda y perspicaz mirada al cuadro El entierro del conde de Orgaz, desde el que contemplar el infinito.
«Del jardín bíblico del edén, desde donde fluyen los cuatro ríos, al jardín plantado por el poeta a la espera de su fruto, los elementos naturales son convocados para una mejor comprensión y exposición de la relación de lo humano con lo divino. La belleza del mundo es el reflejo y la proyección de una belleza ideal, según una concepción muy platónica. Para el filósofo-poeta, el mundo es, en efecto, el lugar por excelencia de la comprensión teológica de la salvación y la encarnación divina:»
A modo de conclusión, acompañan al texto de De Courcelles una muy extensa bibliografía y una treintena de ilustraciones a color, que muestran algunos de los jardines, edificios y cuadros tratados en la obra.
Soy consciente de no haber podido aprehender más que una parte de la erudita exposición de la autora. Pero, incluso así, creo que este es uno de esos libros que ensanchan la mirada. De los que ayudan a ir más allá de la categorización material de la realidad y tratan de integrar las muchas facetas de su carácter poliédrico.
Encuadernado en rústica, la cubierta del libro muestra una pintura de la Casa de Campo en 1634. El diseño gráfico ha corrido a cargo de Gloria Gauger.
Dominique de Courcelles (París, 1953) es conservadora del patrimonio y doctora en Letras. Es catedrática directora de investigación en el CNRS-Escuela Normal Superior de París. Miembro del Colegio Internacional de Filosofía (París), de la Real Academia de Buenas Letras y del Instituto de Estudios Catalanes de Barcelona y de la Academia Hispanoamericana de Ciencias, Artes y Letras de México.