Muy pocas veces tenemos la oportunidad de acceder y leer un testimonio de primera mano tan extraordinario como éste. Prosper-Olivier Lissagaray (Francia, 1838-1901) vivió un momento único en la historia de Europa y del que, en cierto sentido, todos nosotros somos sucesores: la errática construcción del estado de derecho occidental a partir de los valores surgidos de la revolución francesa; libertad, igualdad y fraternidad. Lo hizo, además, en un instante dónde lo nuevo aún no acababa de nacer y lo viejo se resistía a morir, en una lenta agonía cuyo mejor reflejo es el ascenso y caída de Napoleón III, el último rey de Francia.
La Comuna de París de 1871 nos lleva justo hasta este momento. Napoleón III ha visto precipitada su caída como consecuencia de la desastrosa Guerra Franco-Prusiana y de haber sido detenido en ella. Francia pierde su corona y, con ella, también su horizonte sobre qué es y qué quiere ser. La III república nacerá varios años después, con la monarquía pegando aún aquí sus últimos coletazos, pero, hasta entonces, muchos grupos distintos mantendrán entre sí una dura disputa por el poder. En juego está el decidir sobre la forma jurídico-política, los valores y los destinos del futuro estado francés.
Monumental crónica de la Comuna de París de 1871, profusa en detalles, concreta en su análisis de los motivos y las razones, y maravillosamente escrita por un periodista de raza como Lissagaray
Ciertamente, la radiografía la tenemos, a grandes trazos, en los libros de historia. No obstante esto, Lissagaray aporta un enfoque al detalle que, no siendo aquí, es imposible de encontrar. Un detalle preciso en lo que respecta a las semanas que la Comuna logró aguantar las duras embestidas militares del ejército versallés, a las relaciones internas entre los distintos (y dubitativos) grupos que la formaban, así como los desencuentros y las traiciones que precipitaron su triste final. Y, además, un detalle amplio y concreto respecto al contexto de lucha dentro de una izquierda desorganizada frente a un poder militar pertrechado, entrenado y sin piedad.
También dota de valor a este testimonio su carácter urgente. La primera edición es de 1876, un momento clave para la formación de la república. Lo que Lissagaray pretende con este libro es fijar los hechos de lo que sucedió y de cómo sucedió para que, precisamente, el recuerdo de lo que la Comuna fue y supuso no sea tergiversado o manipulado o mal interpretado por aquellos que decidirán, muy pronto, el futuro del país. Él está viendo, en su presente, como un pérfido grupo variado de socialistas, liberales, burgueses… están dando versiones interesadas de lo que allí pasó, con la indisimulada intención de arrimar la ascua a su sardina.
Él, que nunca tuvo poder alguno sobre nada, y que luchó por la libertad de las calles de París hasta que no fue posible seguir haciéndolo durante más tiempo, indignado con tal perfidia, reacciona como sabe: escribiendo. El resultado es esta monumental crónica, profusa en detalles, concreta en su análisis de los motivos y las razones, y maravillosamente escrita por un periodista de raza como Lissagaray. Tan incómoda para aquellos que querían manipular los hechos que, durante no pocos años, estuvo prohibida en Francia.
Además, el lector español es afortunado porque Capitán Swing, en su edición, no se queda solo en el texto urgente de 1876 sino que nos remite a la edición ampliada que el mismo Lissagaray publicaría, ya exiliado en Inglaterra, veinte años después, en 1896. Una ampliación que ya no es solo el testimonio urgente de un protagonista de primera mano, sino que suma al texto el resultado de una dilatada investigación realizada tanto con los documentos que circulaban en aquellos días como con sus entrevistas a los numerosos comuneros exiliados. Todo ello le permitió entrar en lugares y relatar hechos que su propia experiencia no le habría permitido. Un trabajo de periodismo de investigación, adelantado a su tiempo, y que hoy constituye una fuente de extraordinario valor.
Esta perspectiva de primera mano y este conocimiento exhaustivo sobre su presente deriva en un problema con el que tenemos que lidiar: nuestra ignorancia respecto a los matices que Lissagaray aporta hace que, a veces, nos perdamos en medio de la niebla, pues esos detalles no tienen un sentido claro en nuestro presente. Aún así, al igual que en la niebla, y aunque a veces pueda resultarnos confuso, la lectura es viable y resulta siempre apasionante: el uso de la primera persona, la inmersión total en los lugares y los hechos, la reproducción de diálogos y fragmentos… aportan información a raudales y una emoción lectora difícil de igualar.
La emoción de la lucha sin cuartel
Por si lo hasta aquí dicho fuese poco, los males de la izquierda en aquellos momentos, a la vista de lo narrado por Lissagaray, no son muy distintos de aquellos que la asolan en nuestro presente. Si del pasado es cierto que siempre se aprende, las lecciones a extraer de este texto son importantes y numerosas, aplicadas a los males de la fragmentación y la división; del ego exacerbado; del militarismo y la relación de la lucha por las ideas con la violencia; o del trabajo improductivo o alejado de aquellos que son los fines de cualquier política, esto es, conseguir resultados prácticos y tangibles; etcétera.
‘Historia de la Comuna de París de 1871’ (Capitán Swing, 2021) es un testimonio y ensayo monumental que exige una lectura atenta y reposada pero que, sin duda, devuelve a cambio tanto la emoción de una lucha sin cuartel por la libertad en las calles de París, como las lecciones imprescindibles para la victoria en la defensa de unos valores republicanos que, hoy amenazados por el totalitarismo ultra y el elitismo libertario, están muy lejos de verse consolidados. Solo esto hace ya que su lectura resulte algo imprescindible.