Hace poco tiempo, el popular youtuber Jaime Altozano publicaba un vídeo sobre su opinión y experiencia en el sistema educativo que, rápidamente, se hizo viral. En él despotricaba, entre otras cosas, sobre la forma en cómo se impartía la matemática y la ciencia en las aulas de los institutos. Llamaba la atención, a este respecto, sobre la tendencia docente a dar por supuestos conceptos e ideas básicas en estas disciplinas. No se explicaban, pero sí se utilizaban como operadores por los alumnos. El resultado de hacer así sería, según él, reducir el conocimiento a mera mecánica operativa llevando esto, en último término, a desperdiciar ese conocimiento como motivador de la curiosidad por el saber y el aprender de los estudiantes.
No es nuestra intención entrar aquí en el debate, ni mucho menos. Pero sí resulta interesante, y de eso vamos a hablar, observar cuán escurridizos pueden llegar a ser algunos conceptos básicos, sin los cuales es imposible trabajar en física o matemática, aún siendo el conocimiento sobre ellos algo todavía impreciso y confuso. Si la misma ciencia desconoce todavía mucho sobre el tiempo (incluso sigue habiendo debate sobre algo tan básico como el qué es o el cómo es) … ¿cómo podría ser posible explicarlo en un aula? No se trata de que sea una idea abstracta (como la relatividad) o una realidad casi invisible (como la partícula) sino que es una idea-realidad todavía pendiente de una definición clara.
Tan extraordinario es el concepto de tiempo que, incluso en el momento presente, cada nuevo descubrimiento sigue sembrando nueva confusión sobre él.
El filósofo Henri Bergson (París, Francia, 1859-1941), consciente de ello, impartió, entre 1902 y 1903, varias lecciones durante un curso en el prestigioso Collège de France durante las cuales reflexionaba sobre esto mismo: la naturaleza del tiempo y cómo su tratamiento ha ido cambiando a lo largo de la historia. Estas lecciones aparecen reunidas y publicadas en el volumen Historia de la idea del tiempo (Paidós, 2018). Un complemento perfecto a otros textos que, desde una perspectiva más actual, siguen tratando este concepto tan fascinante, como podrían ser Viajar en el tiempo (Crítica, 2017) de James Gleick o el fantástico ensayo El orden del tiempo (Anagrama, 2018) de Carlo Rovelli.
Este curso venía precedido de otro (el 1901-1902) que convendría, en la medida de lo posible, leer como antecedente: “la idea del tiempo”. Ambos son un sólido repaso a cómo el tiempo se encuentra, o se observa, o se entiende, o encaja, en algunos de los esquemas filosóficos más relevantes y/o influyentes. Además de ser un contexto imprescindible a la obra y al pensamiento de Henri Bergson. ¿Porqué?
Pues porque el autor había pedido a su albacea testamentario que no se publicase nota, conferencia, manuscrito o curso impartido alguno. Y él, desobedeciendo su voluntad, permitió su publicación. Un material de estimable valor por cuanto permite comprender y completar, con mayor precisión, el pensamiento de uno de los filósofos modernos más relevantes.
En estas conferencias encontramos algunos de los principales conceptos de su teoría filosófica. Si bien, en distinto estado de evolución.
Ya podemos observar, claramente, su concepción de la conciencia, de su constante referencia a la psicología y a la percepción, de la influencia que ejercieron sobre su pensamiento incluso alguno de los fundadores de la ciencia psicológica (como Wilhelm Wundt), y de cómo esta influencia ha sido decisiva en su conceptualización del tiempo entendido como duración (durée). Según Bergson, el tiempo entendido como línea de puntos, como trayectoria o como consecución serializada de imágenes fijas (una conceptualización presente en la física actual, pero que él recogió a partir de la influencia del cinematógrafo de los hermanos Lumière: patentado en 1895, solo 7 años antes de estas conferencias), es solo una reproducción imitativa lejana de la realidad, de algo inaprensible desde una perspectiva exterior.
Una teoría que introduce en su Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889), y que desarrolla en las conferencias del curso de 1901-1902 del que os hablamos antes.
Y ya de forma más incipiente, mientras repasa, fundamentalmente, los esquemas filosóficos platónico y aristotélico, nos habla en estado larvario de su futura concepción de la inteligencia y de su relación con la intuición.
Tampoco conviene olvidar que estamos ante la transcripción bastante fiel de unas conferencias impartidas a un público oyente no especializado. Esto tiene varias implicaciones a valorar. La primera es que queda patente desde el principio el contexto donde se ha emitido el discurso: son constantes las referencias directas e indirectas al público. Las lecciones se estructuran en forma de clase magistral (repaso de la clase anterior, presentación de las ideas de la clase actual, desarrollo de las ideas, conclusión, y breve enlace a las ideas de la clase siguiente). Con las lógicas repeticiones, o insistencia en las ideas importantes, o recurrencia a ejemplos ya vistos, que quizás no estarían en un libro tradicional (pues el autor da por supuesto que podemos movernos libremente por sus páginas), pero que en un registro oral sí tienen sentido.
Por otro lado, estas clases tienen la ventaja de contar con un registro asequible apto para público no iniciado y curioso. La profusión de ejemplos favorece la claridad de las ideas más importantes, y su repetición también actúa de refuerzo. La sucesión lógica de los contenidos ayuda a un orden de los argumentos y a una relación clara entre ellos, algo que no es frecuente encontrar en un libro; precisamente por la idea preconcebida que el autor tiene de cómo puede el lector jugar a posteriori con sus contenidos.
Todas estas son circunstancias que favorecen una lectura para el público interesado. Además de un estilo fluido, didáctico, directo y eficaz muy poco frecuente en este tipo de reflexiones; por el que se hizo merecedor en su día, nada más y nada menos, que del Premio Nobel de Literatura de 1928.
La lectura de las clases de Bergson nos permite ver cómo de escurridizo es el concepto de tiempo. Tanto, que aún hoy está sometido a discusión, interpretación y análisis, según sea la perspectiva desde la que se analice. Pero, en todo caso, su importancia es tan básica y fundamental que, todavía siendo tan huidizo como demuestra ser, resulta ineludible trabajar con él en materias tan distintas como las matemáticas, la historia, la física, la biología, la lengua y la literatura…
Porque el tiempo es perspectiva, memoria, pero también cambio y evolución. Quizás no sea un concepto posible de explicar en clase, pero es, sin duda, un concepto imposible de evitar en muchos saberes y conocimientos definidos por y/o comprendidos desde una perspectiva temporal.