Entre Valdemar y Robert Louis Stevenson se ha forjado una alianza enormemente gratificante para el lector, testigo del acontecimiento que supone cada sucesiva aparición del escritor escocés en las diversas colecciones de la editorial madrileña. Prácticamente todo cuanto Stevenson publicó en vida – y también cuanto fue publicado póstumamente- ha sido recogido por Valdemar, sello que no ha dudado, como toda editorial seria, en realizar experimentos en diversos volúmenes de antologías. “Historias escocesas” es uno de sus más brillantes logros.
Basándose en un material de primera categoría, que vio la luz en su lengua original entre 1882 y 1905, Valdemar construye un libro en el que se da cita el mejor Stevenson, el sublime constructor de formidables historias y de algunas de las más inolvidables páginas de la literatura universal, gloria de las letras escocesas. En este volumen hay sobradas razones para justificar la afirmación de que el escocés era una de las dos o tres más excelsas plumas anglosajonas del boyante siglo XIX y de porqué para los samoanos, compañeros de sus últimos años, fue Tusitala, el gran narrador de cuentos.
En “Historias escocesas” se pretende aglutinar algunos de los relatos stevensonianos de inspiración patria. Stevenson construye una Escocia turbulenta y agitada, una fuerza natural indómita y destructiva, capaz de sojuzgar a quien la habita. Esta idea alcanza su momento álgido en “Los hombres dichosos”, historia que empieza como relato de iniciación, al estilo de “Las aventuras de David Balfour” (“Secuestrado” y “Catriona”), suerte de autobiografía novelada y ficticia del propio escocés, pendula entre la historia de piratas con tesoro de por medio y la pura crónica aventurera, y acaba convertida en elegía sobre la desolación.
Si hay algo que se sitúa a un mismo nivel de igualdad respecto a Escocia en este tomo son, precisamente, la angustia ( o inquietud) y la condenación. Estos estados ambivalentes, el uno causa del otro y viceversa, son el punto de partida a partir del cual se desarrollan sentimientos secundarios y complementarios como el miedo o el amor. De la angustia vital nace la condena personal, individual o colectiva, solitaria o solidaria. Las criaturas de Stevenson afrontan sus crímenes materiales o espirituales y reciben un castigo en forma de tormento.
Sin embargo, no debe pensarse que el autor es un moralista o un beato: aunque tratados desde una perspectiva cristiana, estos sentimientos y estados trascienden la pura religiosidad sencillamente porque la salida que ésta ofrece es demasiado simple y estéril como para aferrarse a ella. Steveson se limita a dejar hacer, pone en boca de sus personajes sentencias y juicios y les hace proceder como marionetas de un juego de fuerzas superiores, en el que la religión es, si se quiere, contrapunto, equilibrio u obstáculo. La portentosa voz del escocés, fluctuante entre el susurro o el grito atronador, denuncia los defectos de los convencionalismos, que destruyen las barreras del afecto y que perpetúan los comportamientos ladinos y criminales.
Con estos preceptos por bandera, Stevenson edifica unos cuentos racionales (por el poco efecto que en ellos tienen las pasiones) y objetivos, en donde conceptos como la bondad o maldad apenas existen en términos absolutos. Toma partido indiscutible por los réprobos, a los que dedica sus mejores páginas y palabras, y los transforma en temática. Él, acuciado por terribles migrañas (el mal interior, como aún se creía en el supersticioso y contradictorio siglo XIX), se erige en portavoz de la causa de aquéllos que no tienen escapatoria, dejados de lado por los bien pensantes y por la justicia humana (y divina). Reflexión para la historia, a tenor de este último argumento: resulta esclarecedor comprobar que los restantes Titanes de las letras anglosajonas coetáneos a Stevenson (Dickens, Poe o James), adoptaran posturas similares, alejándose de las “consignas” de su tiempo.
Así surgirán, a lo largo y ancho de una bibliografía espectacular, personajes como el Vizconde de Bragelonne, el propio David Balfour, Henry Jekyll o Long John Silver, culminación de todos ellos, resultado de los designios del Stevenson poliédrico, el historiador, el cronista, el entusiasta del fantástico, facetas que podrán contemplarse en las composiciones que articulan este libro: El ladrón de cadáveres, Janet la Torcida, Los Hombres Dichosos, El sótano de la plaga y El Pabellón de los Links.
A continuación, desgranaremos, en pocas líneas, por razones prácticas, algunas de las claves de cada una de estas cinco pequeñas joyas:
-”El ladrón de cadáveres” es el siniestro reverso de los albores de la Anatomía como ciencia, en la que los estudiosos empleaban métodos criminales para hacerse con cuerpos que diseccionar. Los “resurreccionistas”, como se les llamaba, adquieren los rasgos de Fettes y Macfarlane, dos tipos sin escrúpulos capaces de las más abyectas bajezas para conseguir sus fines. De la pentalogía, éste es el único de ambientación urbana y en él la noche juega un papel destacado, pues es al albor de ella cuando actúan los dos protagonistas para ocultarse de la legalidad, de la sociedad y de las apariencias que encarnan diurnamente. Además es, de todas las narraciones de “Historias escocesas”, la que posee una conclusión más inquietante. Y aterradora.
-“Janet la Torcida” es una de las grandes aportaciones de Stevenson a la literatura de Terror. Si en “Olalla” quiso tratar el tema de la licantropía, en este relato se interesará por el de la brujería. Janet M’Clour es una vieja prostituta empeñada, por el reverendo Murdoch Soulis, en el acondicionamiento de su parroquia. El estigma de la superstición y del fanatismo comparte protagonismo con el pánico que produce lo sobrenatural. La condición maligna de Janet es reflejo de un entorno agobiante y descorazonador que acaba aflorando en unas páginas finales espeluznantes de puro terroríficas, en las que se asiste, impotente, a un antinatural regreso de la muerte, cuya verosimilitud parece más bien el delirio de una mente enferma y cansada. El mejor relato de brujería jamás escrito y, posiblemente, el modelo al estupendo “Sueños en la casa de la bruja”, de Lovecraft.
-“Los hombres Dichosos” son los arrecifes que se observan desde Eilean Aros, la casa a la que Charlie, el protagonista de esta historia, regresa tras su formación universitaria, en pos del tesoro de un viejo galeón español perteneciente a la Armada Invencible, el “Espíritu Santo”. En Eilean Aros conviven Rorie, el viejo mayordomo, la prima Mary- Ellen, el padre de ésta, Gordon Darnaway, los recuerdos de infancia y el Mar, aquí una deidad terrible que provoca un terror reverencial. A pesar de sus muchos elementos, todos ellos combinados con enorme soltura, “Los hombres Dichosos” es una historia que escarba en los sustratos íntimos derivados de un ambiente opresivo. La locura y la perfidia corren de la mano en la historia que más imágenes legará para la posteridad. Un drama rural que pudo haber inspirado a John Ford para “El hombre Tranquilo” o a John Meade Falkner para su excepcional “Moonfleet”, en mi opinión, la segunda mejor novela de piratería de todos los tiempos (tras “La isla del tesoro”).
– “El sótano de la plaga” es la más floja de todas las historias que componen este volumen. Pero es floja al estilo Stevenson, superada únicamente por la comparación con sus cuatro restantes compañeras, pues se trata de una novelita de ritmo brutal y desenlace cáustico e imprevisible, En un sótano en el que se incuba una terrible enfermedad, se dan cita un conspirador y un clérigo para tratar asuntos de lesa importancia en unos caóticos momentos de la historia de Escocia. Como casi todos los relatos que conforman “Historias escocesas”, “El sótano de la plaga” es una amalgama de géneros, temas y sentimientos que demuestran el enorme talento de un escritor único.
-“El pabellón de los Links” reincide en la temática histórica, pero presenta a los protagonistas más egoístas y miserables de toda la antología. Los intereses y los odios personales se entremezclan con el asedio a un caserón con visos de fortaleza, donde un banquero corrupto y su hija luchan por salvar la vida ante los ataques de los “carbonari”, enésima secta de las muchas que tuvieron cabida en el convulso siglo XIX. Nuevamente la aberración humana tiene su complemento en la aberración natural, ejemplificados aquí en sentimientos de descarnada y profunda soledad. Un colofón apoteósico a un libro excepcional.
De entre la numerosa oferta que el lector encontrará a su disposición, pocos volúmenes despertarán en él tanta admiración como este prodigioso libro, imprescindible en cualquier biblioteca. “Historias escocesas” es una razón categórica por la que defender la pasión por la Literatura. Ésa misma de la que Robert Louis Stevenson es profeta.