Su futuro es nuestro ahora, y eso es imposible de olvidar en prácticamente todo el texto.
Si tuviese que resumiros mi sentimiento en pocas palabras, me quedaría con un análisis premonitorio que DFW nos regala en la página 126 de este ensayo: “si están leyendo ustedes este libro impreso, es que ya está anticuado.” Un análisis reiterado también, aunque suavizado, por Costello en su “Prefacio” cuando nos dice que “aunque el libro adopta una visión eterna, sus frases no dejan de remitir a 1989” (pág. 28). Ambos están en lo cierto. El tiempo transcurrido desde entonces ha dejado atrás algunos de los principales análisis de este libro.
La solución ante el dilema que nos plantea Malpaso, al traernos en 2017 un ensayo tan claramente vinculado con su contexto -desde el que han pasado ya, además, la friolera de 28 años-, es no verlo como un intento de explicación (que es lo que intentaba ser entonces), sino como un ensayo de corte histórico y sociocultural. Entonces, con una mirada nueva, nos encontraremos ante un texto totalmente distinto.
En primer lugar, comprenderemos que el nacimiento del rap, surgido de un profundo descontento racial, caminaba ya entonces, paralelamente a esa identificación socio-ideológica, por el camino de lo comercial. Ese riesgo de banalización supieron verlo perfectamente los autores, en la forma incipiente de unos desencuentros o traiciones entre autores y sellos discográficos que, asociados hoy claramente con el aprovechamiento industrial de los derechos de autor, se creía en aquellos tiempos era una serie de traiciones a un código comunitario de lealtad demostradamente etéreo y ficticio. De esta estrambótica dualidad procede la combinación lírica, en el discurso musical de los distintos artistas, de un discurso colectivo de la comunidad negra estadounidense, con un tono exacerbadamente individualista y egótico del “uno” superior a los demás.
¿Cómo es posible mantener un discurso coherente con semejante cóctel?
Otro aspecto interesante de este ensayo está en la visualización de los retos y los problemas encontrados por la industria musical rap en sus inicios. No solo en forma de traiciones y enfados, claro. Historias éstas bastante conocidas por todos, a poco que rasquemos en el pasado próximo. Sino que los autores echan una ojeada a cómo la industria rap se va construyendo paso a paso, a medida que el rap se va definiendo como género. DFW es especialmente amplio e ilustrativo en cuanto a los vínculos del rap con el pop, y cómo el pop le debe la mayor parte de su base cultural musical a géneros o músicas que, como el blues, tienen su origen en la raza negra a la que tanto se esfuerza en ignorar la mayoría blanca estadounidense. Una hermosísima paradoja, sin duda.
Y por supuesto, un libro con semejante subtítulo no deja de lado al aspecto racial. Los autores se adentran en el discurso comunitario del rap, en su mensaje activista y reivindicativo, en su vínculo con unas políticas antisegregación evidente y flagrantemente fracasadas -todavía existe segregación de facto en los USA-. Pero también se enfrentan, y éste es para mí uno de los mayores valores del texto, a la negación o la ceguera blanca ante este fenómeno social, cultural y musical. Hay dos anécdotas o dos hechos especialmente divertidos, y significativos, que representan claramente esta ignorancia social. Pero yo aquí me quedo con uno especialmente: con cómo la mayoría blanca escucha y canta entusiastamente canciones rap cambiando la letra (o convirtiéndola en un simple tarareo) allí dónde su discurso se vuelve más racialmente reivindicativo. Una prueba fehaciente de cómo la estupidez es una enfermedad universal.
Cada uno a su manera, DFW y Mark Costello mantienen una conversación desde puntos de vista bastante distintos -aunque complementarios- el uno del otro. Costello tiende más a lo factual, a lo empírico, a sacar conclusiones a partir de hechos, conversaciones o circunstancias. También se vale más del retrato periodístico, de las descripciones, de visualizar lo que le rodea y lleva a pensar lo que nos cuenta. Al contrario, Foster Wallace se nos aparece más intelectual, más abstracto, más apegado a intentar definir Lo Real a partir de categorías conceptuales, de formas de relacionar las cosas unas con otras. Esto lo lleva a mantener ese estilo tan brillantemente desordenado, tan fascinantemente desorganizado, que lo ha hecho convertirse en el extraordinario escritor y ensayista que fue (y sigue siendo).
A este valor intrínseco del texto, la editorial Malpaso ha decido añadirle dos textos. Uno el prólogo: “Curiosidad, empatía y un bono de metro” de Nando Cruz, periodista cultural; y otro a modo de epílogo, “Tu quoque?: To pimp a buterfly de Kendrik Lamar y el renacimiento del posmodernismo negro”. Dos textos interesantes, si bien el segundo bastante más que el primero, para complementar y actualizar el sentido sociohistórico primitivo del ensayo de Foster Wallace y Costello.
Aunque estamos ante un ensayo que exige un cambio de perspectiva a todo el que se acerque a él, respecto a su intencionalidad original, seguimos estando ante un ensayo que merece muy mucho la pena. Es más, posee interesantes aspectos de valor intrínseco y extemporáneo que harán disfrutar al lector. Una lectura más que conveniente en un mes como el actual, donde compatibilizamos las santas celebraciones con el nuevo extraordinario disco del muy terrenal Kendrick Lamar. La oportunidad viene que ni pintada.