Esta serie tiene un problema de base: el interés de la historia se ve lastrado por su ritmo lentísimo y por su machacón estilo.
Decimos esto porque nunca se pierde la oportunidad ni de regalarnos interminables planos del paisaje de los alrededores costeros de Bristol (cualquiera diría que hay intereses publicitarios) ni de hacerlo con una realización que deje -constante e innecesariamente- clara su deuda con el noir nórdico más canónico. Esta forma de proceder arrastra el ritmo de la serie, obligándola a caminar con un pesado lastre que nos acaba aburriendo y exasperando a partes iguales.
‘Inspector Venn’ es una serie sutil, sibilina y discreta, que hace calar su mensaje con la lentitud e inevitabilidad con que lo hace el chirimiri
Y eso que la historia, basada en un personaje de la escritora Ann Cleeves, tiene elementos interesantes suficientes para crear una serie atractiva. No en vano, el inspector Matthew Venn (interpretado por Ben Aldridge) es un policía homosexual felizmente casado, cuya familia profundamente religiosa lo excluyó hace tiempo de su comunidad evangélica, “La hermandad de Barum”. Ambos siguen realidades paralelas hasta que la muerte del padre de Venn, y un extraño asesinato, reúnen nuevamente sus caminos.
Durante la breve investigación, de cuatro episodios de cuarenta y cinco minutos cada uno, se desarrolla una historia que pone en el centro a la moral pública ultraconservadora de esta comunidad religiosa; centro de discriminación homófoba y machista. En la base de estos valores corruptos está la explicación del misterio criminal y de todos los velos que lo ocultan a las fuerzas policiales y que éstas deberán ir desentrañando y levantando poco a poco.
Un estilo innecesariamente barroco
Así es como, con bastante inteligencia, junto con la trama matriz, se desarrolla un mensaje de defensa de la libertad y del amor. Lo hace además desde un punto de vista feminista, libertario e intergeneracional que incorpora también -algo infrecuentísimo en la ficción actual- a las personas mayores al centro de la trama. Pocas veces podemos disfrutar de este sentido de la sociedad como conjunto desde una perspectiva integradora más allá de la “integración” a que Hollywood y sus clones nos tienen acostumbrados.
Eso sí, no nos confundamos, la serie no critica la religión sino su manifestación intolerante; la serie no defiende una sociedad de amor y felicidad, sino que apunta claros responsables a la hora de analizar los problemas sociales que causan dolor y frustraciones a los personajes; y desarrolla esto desde una coherencia dramática desprovista de discursos grandilocuentes. Es una serie sutil, sibilina y discreta, que hace calar su mensaje con la lentitud e inevitabilidad con que lo hace el chirimiri.
Sin embargo, su imperfección hace que se construya alrededor de su sólido núcleo un conjunto de distracciones que la diluyen y que nos pierden en un estilo innecesariamente barroco -sobre todo en su primera mitad-. Ojalá los británicos sean capaces alguna vez de desarrollar su propio estilo y no tengan que recurrir a copiar a otros tan descarada y chapuceramente para contar sus propias historias. No creo ni que lo necesiten ni que les haga falta. Aunque… ellos verán lo que hacen.