El otro día iba dando un paseo por el centro. En una de esas noches que por alguna razón acabas callejeando mientras reflexionas sobre cómo te va la vida, qué has intentado mejorar y qué actitudes has decidido dejar atrás por la razón que sea. Pues ahí estaba yo, caminando y pensando en si me merecía todo lo que me lleva ocurriendo desde las últimas semanas.
Porque la verdad, todo sea dicho, es que llevo un par de semanas bastante malas.
En fin, para no desvariar demasiado, resulta que llegué a una pequeña plaza donde encontré a un artista callejero. Uno de esos que coge un par de pinceles, unos cuantos botes de pintura y en una tarde te hacen la fosa de las Marianas en medio de la calle Larios. Y la verdad es que, cuanto más miraba el efecto óptico de la pintura, menos me interesaba.
Realmente creo que tengo un problema con este tipo de arte, ese que se basa en ilusiones. Con la magia no tengo tanto lío porque le encuentro gracia a pensar en cómo el mago ha conseguido esconder un par de palomas en una chistera. Pero ¿Qué ocurre con un efecto óptico? Un efecto óptico causado por el uso de la perspectiva, de esos que a la gente les vuela la cabeza cuando los ve en el típico vídeo viral robado de Twitter. Y sin embargo yo, en un acto de prepotencia y narcisismo, suelto un “pues vaya, es falso”. Realmente es fácil descubrir la falsedad dentro de un hoyo que ha brotado en medio de la calle, por muy real que parezca solo tienes que apoyar la mano para darte cuenta de que el suelo sigue ahí, y por mucho que intentes introducirte en el abismo no vas a hacer otra cosa que darte de cabezazos contra el pavimento.
No me gusta el cine de Todd Phillips. Por lo general su uso del humor me parece algo burdo y simplón, el típico que decía que quería ser cómico y la gente se reía de él. Pero eso era antes, ahora él cuenta un chiste sobre lo bien que la chupaba la vecina del quinto o sobre cómo un chino se murió al tropezarse y clavarse accidentalmente un palillo en el ojo y nadie se ríe. Lo mejor de todo es que luego se sorprende de ello, y se ofende. Piensa que es injusto, que en esta sociedad no puedes reírte de lo que quieras porque te dicen que está mal.
Sin embargo, vi los adelantos de «Joker» y pensé: Oye, a lo mejor el tipo hace una buena peli y todo. Así que convencí a mi amigo Vrahos para ir a verla este sábado, justo después de trabajar.
De primeras «Joker» se deja ver, aunque sacrifica el ritmo durante su primera mitad para centrarse en lo mal que lo pasa Arthur Fleck, el protagonista. Se podría decir que es como hacer un buen puchero, tienes que poner los garbanzos a remojo la noche antes para que no estén duros, y luego cocer la carne, las verduras, echar el hueso de pollo para darle sabor al caldo… Es algo que requiere tiempo, que necesita que estés tus buenas horas delante de la olla, mirando como el vapor va escapándose por el pitorrillo con su característico sonido, como si fuera una locomotora en miniatura (De pequeño me encantaba ponerme debajo a jugar con un tren de juguete que tenía, un genio de la economía del sonido).
Mientras van pasando los minutos, la vida de Arthur se va hundiendo más en el pozo. Pierde su trabajo, su madre enferma, sufre maltratos constantes, deja de tomar su medicación… todo va cocinándose a fuego lento hasta dar con el potaje del caos. Salvando las diferencias, me recuerda al Michael Myers de Rob Zombie, que nos hacía preguntarnos hasta que punto estaba destinado a convertirse en un psicópata o si se trata de la combinación de una persona necesitada de ayuda que solo recibe el rechazo o el descarte de un mundo que cada vez más busca deshumanizar a las personas, tirando al contenedor a aquellas que no encajan en su modelo de producción sin pausa.
Joaquin Phoenix es el filón de el largometraje. Una actuación sorprendente, que enseña tanto la fragilidad de Arthur como la psicopatía de «Joker», con momentos en los que se deja ver que la línea divisoria entre los dos es quizás demasiado fina. El guión y la sinopsis son simples, es una historia de orígenes, una Balada triste de trompeta sin el batiburrillo narrativo del cine de Alex de la Iglesia (Y sin muchos de sus excesos), que va de escena icónica a escena icónica hasta llegar a un final, un final que… ¿Qué ha pasado en el final?
Mi problema con «Joker» es su director. No porque no me guste su cine, ni el humor que maneja. Sino por su inexperiencia. Creo que una película como esta le venía grande, porque la verdad es que parece intentar contar algo, pero se queda en la superficie.
El reparto de «Joker» sostiene muy dignamente una película que le queda grande a un director inexperto
Superficie, esa es la clave, porque en la superficie tenemos una escena tras otra que son apabullantes, están genial, pero luego miras lo que hay detrás y se me antoja todo como muy vacío. Me da la impresión de que Todd sabiendo qué quería contar intentó inspirarse viendo películas de Scorsese. Y se nota, porque se mucho el tratamiento de cámaras a lo thriller, el uso de la banda sonora, incluso la presentación de los ciudadanos decadentes en contraposición con las élites, que viven tranquilas mientras todo se desmorona.
Pero creo que el resto trastabilla, creo que veo por donde me quiere llevar Todd, pero no consigo que me lleve. Puede que sea porque nunca vemos a Arthur tener un momento de paz y tranquilidad en toda la peli. Desde el primer minuto vemos como las cosas no le van precisamente bien. Entiendo que intenta contarme que Arthur se ve solo y desamparado por un sistema que le ha abandonado, pero incluso cuando está dentro del sistema me da la sensación de que Arthur está a pique de un repique de irse a la mierda.
Las subtramas son más de lo mismo, hay un interés romántico que está solo para generar un giro. Luego además tenemos un doble giro sobre los orígenes de Arthur que realmente no se hasta que punto era necesario incluir más que para sorprender al público, para que digamos “uy, menudo giro de los acontecimientos” y luego sigamos viendo la miserable vida de Arthur Fleck. Y si, los giros sorprenden (Algunos más que otros), pero se me queda el regusto amargo en el paladar que me dice “¿Era necesario echar tanta salsa de soja al arroz?” lo que me lleva al momento de preguntarme si realmente, si las escenas tan icónicas no estuvieran tan bien hechas, si la actuación de Joaquin Phoenix no fuera tan sobresaliente, ¿Aguantaría el tirón la película?
Mi impresión es que el reparto sostiene muy dignamente una película que le queda grande a un director inexperto, que a veces tira de simbolismos poco sutiles y de recursos anticlimáticos para soltar algún que otro mensaje inconexo, que resulta en que haya gente que vea «Joker» como una película sobre la revolución, cuando el clímax es todo lo contrario. No es la revolución lo que busca el protagonista, es el caos. La existencia de Arthur Fleck va ligada a la existencia del Joker, que se supone una figura que la gente idealiza hasta límites que, la verdad, cada vez me da más miedo imaginarme. El acto climático y revolucionario del que me hablaron no es ni más ni menos que un acto de reivindicación de la existencia de Joker, como cuando vitorean al estudiante que se deja recibir una novatada en su primera semana de universidad. Una búsqueda de identidad, de pertenencia, que acaba en desgracia. ¿Es eso a lo que realmente aspira la gente?
No quiero decir que «Joker» sea una mala película. Si estoy siendo tan quisquilloso quizás sea porque Todd se ha empezado en venderla como la panacea que curará al cine de superhéroes de la epidemia que sufre, la repetición continua de fórmulas y la capitalización de la lucha de los colectivos oprimidos a la hora de generar una marca que en un principio se antoja progresista pero que por otro lado no duda en ocultar su pasado oscuro, antes que reconocerlo y hacerse responsable. Quizás sean las pretensiones de su director lo que me lleva a observar con lupa una película que, aunque me gustó bastante verla, no implica que la considere como una película intelectual, o un drama lo suficientemente bien construido. Está genial si la observas desde la perspectiva de lo que nos tiene acostumbrado el cine palomitero y costumbrista de Hollywood, en el que cualquier obra mínimamente diferenciable o que trabaja conceptos calientes en nuestra sociedad (Yo a este tipo de películas las denomino “Carne de Óscar”) destaca y es coronada como “obra maestra”. No digo que el listón sea bajo tampoco, ni quiero intentar dejarme ver como gurú de la verdad absoluta. Todo esto lo digo después de haber visto la peli una sola vez, y quizás después de verla más veces descubra cosas que no vi en su momento, pero al final «Joker» se me antoja como una de esas ilusiones ópticas. Te pintan un basto océano pero cuando intentas zambullirte te encuentras con la fría realidad de que realmente no existe tal profundidad.
Reseña escrita por Daniel Hispán Alonso.