En el segundo y último volumen de Kasajirô, el clava-tatamis, de ECC los maestros no sólo no abandonan el carácter propio de la historia sino que refuerzan aún más la cotidianeidad, el ambiente urbano de la capital Edo y las vivencias y preocupaciones matrimoniales, hasta tal punto de que la obra adquiere no sólo un sentido propio, sino un final coherente en esa dirección.
Eso sí, los casos que se presentan suelen ser cortos y variados, en contraposición al del asesinato de la prostituta en el anterior volumen, que ocupaba buena parte del mismo. Por lo que se ve, los autores nos han ofrecido su propio Estudio en escarlata para pasar a los relatos mientras van construyendo un tema de fondo que terminará floreciendo en un final digno muy alejado de cualquier Reichenbach.
Y como no podía ser de otra forma, la naturaleza de tales investigaciones viene siempre dada por la idiosincrasia japonesa. No sólo el uso del calendario-zodiaco japonés y su aplicación en la regulación anual del precio del arroz (todo un sistema económico equivalente al basado en el oro, y quizás con mayor sentido, siendo el arroz el alimento base) en la segunda parte de El niño y el chico, o la forma de actuar de una cuadrilla de bomberos de la época en La cola del dragón (con una arquitectura de madera, el número de incendios en Edo era muy elevado, los habitantes los asumían con normalidad y las cuadrillas de bomberos competían por apagarlos, tal era la interiorización de la idea de que todo cambia) sino también acerca de las relaciones familiares, la muerte, el sexo o la gastronomía (tema muy importante en Japón).
Aparte de la queja hacia la editorial, por suerte no tan usual en los tomos de ECC, sobre la traducción directa de los kanjis japoneses que aparecen en el propio dibujo como rótulos (aparte de que la lina entre escritura y dibujo es difusa en la escritura oriental, nadie creería que un farolillo esté escrito en español, al igual que nos extrañaría ver todos los anuncios de Nueva York en alemán), podríamos reprochar a los propios autores la inclusión de varios capítulos (Una mujer coherente, Rohdea japonica) donde Asa el ejecutor es prácticamente el protagonista (o lo son sus víctimas) y la pareja de policías se ve relegada a un cameo, dando la impresión de que pudieran funcionar mejor como capítulos de la obra madre.
Por buscar el fallo, se podría comentar que Saizô el caballito, que en el primer volumen actuaba como ayudante de Kasajirô, aquí apenas haga aparición en un capítulo, difuminándose en el rumbo de la historia. Pero claro, si mientras hilan tan bien como para incluirte el origen del tatuaje de Shinko con uno de los casos actuales, o el espectacular caso final de El kabuto de papel de la muerte, apenas podría uno quejarse por uno o dos hilos sueltos en el kimono.
Y es que el caso del kabuto no sólo es una genial historia sobre el secuestro de un bebé, con Kasajirô y sobre todo Shinko aportando la resolución para capturar al secuestrador, sino que pone en relieve el tema subyacente del propio volumen: la necesidad de nuestros protagonistas de tener un hijo y conformar una familia, lo cual será además lo que ponga punto y final a la serie y a la vida policiaca de la pareja, dando total respuesta al conflicto recurrente de la exitosa y excepcional vida policiaca con la cotidiana y corriente vida conyugal que se nos ha venido planteando desde la primera viñeta de la serie.
No se me ocurre mejor final para una serie que, aunque no figure entre las obras magnas del Dúo Dorado, mantiene toda la esencia y el trazo de estos maestros en una historia que se aleja de la épica para entrar en lo íntimo y mundano, que cambia el heroico deseo de venganza por el cercano anhelo de conformar una familia.