El 12 de agosto de 2000 el submarino nuclear ruso K-141 Kursk, durante unas maniobras en el mar de Barents, sufrió dos explosiones en su interior: una primera, a causa de una deflagración de peróxido de hidrógeno en la sala de torpedos, mató a siete tripulantes al instante; una segunda explosión, dos minutos después, de mayor intensidad, se produjo a cien metros de profundidad, depositándose la nave en el lecho marino. Esta segunda explosión, que hizo estallar varios de los torpedos, activó las alertas de las estaciones sismográficas situadas en el área del norte de Europa. La mayoría de los tripulantes falleció como consecuencia de las dos detonaciones, pero un grupo de supervivientes se refugió la popa de la nave, resistiendo unos pocos días a la entrada de agua, el agotamiento del oxígeno y la merma de su fuerza física. Las misiones de rescate de la Armada rusa fracasaron, al mismo tiempo que las autoridades del país trataron de ocultar las dimensiones del accidente. Cuatro días después del estallido en el interior del submarino, malgastando un tiempo precioso, el Gobierno ruso aceptó la ayuda extranjera para rescatar a los marineros atrapados en el Kursk. El 20 de agosto un equipo de buzos noruegos consiguió alcanzar el submarino ruso y certificar la peor de las noticias: el interior del Kursk estaba inundado, no había supervivientes. En total, fallecieron 118 de sus tripulantes, la peor catástrofe de la Marina rusa desde la disolución de la Unión Soviética y un golpe serio a la credibilidad y eficacia del Gobierno de Vladimir Putin, presidente del país desde finales del año anterior.
Muchos de quienes vayan a ver «Kursk» de Thomas Vinterberg recordarán cómo los informativos de aquella semana de agosto de 2000, en plenas vacaciones, siguieron el caso del hundimiento del submarino ruso. Casi veinte años después llega la película que reconstruye en parte los hechos, poniendo el énfasis en un grupo de 23 marineros, sus familiares y la ayuda internacional para rescatar a los tripulantes del Kursk. El guion del filme, a cargo de Robert Rodat («Salvar al soldado Ryan», «El patriota», «Thor: el mundo oscuro»), se basa en el libro «A Time to Die The Kursk Disaster» del periodista británico Robert Moore (2002), que, aprovechando el estreno de este filme, se acaba de publicar en castellano bajo el título «Kursk: la historia jamás contada del submarino K-141» (Plataforma Editorial). El libro de Moore sigue con detalle las horas y días que los supervivientes resistieron en el interior de un submarino que se inundaba y los trabajos de las autoridades rusas para rescatarlos, mostrando las flaquezas y el estado de ruina de una Marina heredada del régimen soviético que apenas había logrado modernizarse con unos recursos cada vez más escasos. El submarino Kursk, cuyo nombre deriva de una de las principales batallas soviéticas frente a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, se erigía, en consecuencia, en la metáfora de un poder militar en declive.
Vinterberg –antiguo discípulo de Lars von Trier y cofundador del movimiento Dogma 95, esa tomadura de pelo cinematográfica que llenó páginas de revistas y aportó algunas películas de las que prácticamente nadie se acuerda hoy en día– se interesa, sobre todo y como ya hemos anticipado, por las vivencias de los marineros y la angustia de sus familiares. Entre los primeros destaca el teniente Mijaíl Kalekov (Matthias Schoenarts), que se erige en líder de los supervivientes en el interior del submarino; en tierra, en el hogar de la familia, tenemos a su esposa Tanya (Léa Seydoux), que intentará conseguir información sobre la suerte de los marineros por parte de unas autoridades renuentes a mostrar sus miserias al mundo entero. La ayuda internacional, ofrecida con rapidez, tiene en Colin Firth a un representante activo como el comodoro David Russell, que pronto deberá lidiar con el rechazo de un alto mando ruso, encarnado por Max von Sydow como el almirante Petrenko.
De las primeras escenas de corte costumbrista –la boda de uno de los tripulantes– y la hermandad de los marineros, que harán lo posible, a pesar de las estrecheces económicas, para que el evento pueda celebrarse, el filme pasa al interior del submarino, con las dos explosiones y la carrera contrarreloj. La angustia de los familiares, la esposa y los padres de Mijaíl (el padre también un marino retirado y al que le cuesta comprender la inacción de las autoridades), se combina con la tensión en el interior del submarino –la asfixiante secuencia bajo el agua en busca de unas pastillas de oxígeno– y la creciente furia ante la falta de información por lo sucedido. Todo ello con un tono bastante contenido, sin aspavientos ni alardes de falsa emotividad, y que tiene en una secuencia final, protagonizada por el hijo de Mijaíl, uno de esos momentos de dignidad que pone a los arrogantes e incompetentes en su sitio.
La película de Vinterberg tiene dos hándicaps principales, uno más determinante que el otro: por un lado, que el espectador sabe de antemano el final de la historia, por lo que la sorpresa es mínima y por ello el filme debe dosificar la trama para mantenernos atrapados, algo que consigue con creces; por otro, el hecho de que se haya rodado en un inglés monocorde para todos los actores, rusos y no rusos, resta parte de credibilidad e incluso un ápice de veracidad a la trama. El doblaje español agudizará este problema, aunque para muchos espectadores este no será precisamente un déficit, pero a quien esto escribe le resultó algo difícil conectar con unos personajes que hablaban en una lengua que nada tiene que ver con la de aquellos «reales» en los que se pueden inspirar. Una película con personajes (y actores) rusos hablando en ruso, al tiempo que se contaba con un equipo internacional, habría resultado más plausible en cuanto a crear un entorno que transpirarse «verdad».
Pero la cinta tiene los suficientes alicientes (drama, tensión, denuncia política y social) como para que nos interese lo que se nos cuenta; y en eso la película sale (y se sabe) ganadora. A otra escala, si te atrapó un clásico del cine de submarinos como fue «Das Boot» (Wolfgang Petersen, 1981), puede que Kursk te llame lo suficiente la atención como para que te acerques a una sala de cine. Y ese ya es un buen motivo…