Allá vamos.
Primero, estamos ante una novela a la que le encanta moverse en la cuerda floja. Por momentos, hasta parece que se divierte haciéndolo. Porque desde su comienzo, y hasta su mismo final, la voz narradora elabora un sorprendente y magistral acto de equilibrismo narrativo. Pues, a pesar de insinuar lo obvio una y otra vez, es capaz de hacerlo manteniendo la tensión narrativa, dirigiendo nuestra atención hacia otros aspectos de la trama, jugando con elementos novedosos que introduce también una y otra vez, mientras encaja todas estas piezas con la naturalidad y la poética propia de los grandes textos. Para cerrar la novela con la certeza de haber llegado a dónde desde el principio se nos insinuó que llegaríamos, si bien a través de una experiencia expositiva, explicativa y reflexiva sobre la vida, el arte y la memoria.
Esta novela representa fielmente, además, a la trayectoria, al estilo y a las ideas que han definido el conjunto de la obra de su autor. Si tuviésemos que hacer un repaso a todo su trabajo, y desgranar sus temas y perspectivas más significativas, nos encontraríamos que todas están aquí. Coherentemente relacionadas, en una trama sabiamente urdida, y reflejadas en unos personajes que funcionan como perfectos elementos de cada uno de estos aspectos dignos de resaltar.
La honestidad lleva a Oé a situar a un trasunto ficcional suyo como voz narradora quien, durante un tranquilo paseo con su hijo, Hikari, se encuentra a un viejo conocido, Komori, a quién hacía treinta años que no veía. Durante este paseo, en animada conservación, Kenzaburō y Komori echan la vista atrás para recordar un antiguo proyecto cinematográfico, conocido como Proyecto M, que tenía como objetivo la recreación internacional -desde distintas perspectivas culturales- de la obra "Michael Kohlhaas" de Heinrich von Kleist (1777-1811). Y lo hacen porque en él estaba involucrada una enigmática actriz, Sakura Ogi Magarshack, por la que ambos sintieron una inmensa fascinación. Todavía estamos en el comienzo y ya tenemos los mimbres para hablar sobre la vida y el tiempo, el arte y la cultura, el ser y la memoria.
Komori es un famoso productor cinematográfico que, de un tiempo a esta parte, ha protegido a Sakura, especialmente tras la enfermedad y posterior muerte del marido de ésta, el profesor universitario estadounidense David Magarshack. Este afán protector se justifica por un trauma infantil, en forma de pesadilla y angustia vital, que persigue a Sakura todas las noches, motivada por su participación en una vieja película rodada por su marido: la adaptación fílmica de “Annabel Lee”; el último poema completo compuesto por Edgar Allan Poe (1809-1849). En concreto, la duda la asalta respecto a una escena en la que ella, supuestamente, aparece con un vestido blanco pulcro y limpio… ¿O no es realmente así?, ¿hay otra cosa oculta tras ese recuerdo confuso y lejano? Mientras evita a todas luces enfrentarse con la verdad expuesta en la película, Sakura se aferra a la idea de su marido como salvador, como certeza o realidad a la que agarrarse con fuerza para no sucumbir ante el dolor de esa angustia acosadora.
El Proyecto M, sin embargo, vuelve a sacar esa película a la luz y, con ello, también se intensifica la angustia y el dolor de Sakura; hasta entonces mitigados por estar enterrado aquel hecho en el pasado remoto. Esta tensión creciente se ve redoblada por la presencia, en el proyecto, de Kenzaburō, con quién Sakura establecerá una relación de confianza a partir de su escritura del guion. De hecho, ambos encuentran un punto de unión a partir de una interpretación de Michael Kohlhaas extraída de las leyendas de Shikoku, lugar de nacimiento de Kenzaburō, basado en una fuerte mujer, la madre de Meisuke, a quién Sakura quiere interpretar como antes había hecho la madre de Kenzaburō en un pequeño teatro local durante la postguerra. Pero el carácter especial de su relación no gusta a todo el mundo. Komori se siente desplazado, y sus acciones para mantener el poder sobre Sakura traerá importantes consecuencias para todos.
En este arco argumental de Sakura es donde, con más fuerza, se percibe el tropo de la inocencia, de la juventud perdida, de la violencia y el poder como motor para esa corrupción de la inocencia y, por supuesto, la llamada de la voz narradora a tomar conciencia de ello y luchar contra ese poder corruptor. Incluso se perciben notas críticas al presente del Japón, a partir de cómo se reconstruyó el estado tras la Restauración Meiji, a partir de los antiguos clanes tradicionales, manteniendo las estructuras de poder y las tradiciones morales corruptas de antaño. Un poder que es, precisamente y no por casualidad, aquel contra el que se levantan tanto Michael Kohlhaas como los campesinos de Shikoku liderados por la madre de Meisuke. Una lucha en la que la juventud, y la unión familiar, resultan ser claves.
Contra la violencia, cultura. Tampoco es casualidad que los dos personajes con mayor afinidad, en el tema de la inocencia robada y la violencia, sean trabajadores culturales. Actriz, Sakura, escritor, Kenzaburō. Ni resulta accidental que Komori, embrutecido rival de Kenzaburō en la búsqueda de una relación especial con Sakura, se dedique a una producción cinematográfica volcada no tanto en la producción de cultura como en la búsqueda de patrocinios y financiamiento. Una vinculación a la producción de cultura a la que, directamente o indirectamente, también engloba la voz narradora a toda su familia presente y pasada. Esa violencia es la que marca la diferencia en el análisis de la belleza de “Annabel Lee”, simple y pura en el poema de Poe, se ve deturpada y corrompida una vez que David Magarshack la adapta en su película -costándole la inocencia, en el camino, a Sakura.
Esta sinopsis urgente simplifica sobremanera una trama urdida con inteligencia, que se devora con extraordinaria naturalidad, donde todo parece mostrar una levedad casi vaporosa, como si fuese por casualidad o accidente que las cosas suceden como suceden, a pesar de poseer, sin embargo, una notable gravedad. Esto es así gracias a la sencillez con la que escribe Kenzaburō Ōe. El texto fluye, los personajes se definen a pequeños pasos, mientras las ideas del lector se suceden vertiginosas, trotando a caballo de elementos y detalles inteligentísimamente dispuestos aquí y allá, jugando con nuestra atención y nuestro pensamiento con la habilidad de un prestidigitador.
En ningún momento se nos engaña sobre qué se pretende o a dónde se nos quiere llevar, hasta podemos deducir con facilidad muchas de las sorpresas ocultas, pero la magnífica mano de Oé hace que nos olvidemos por completo que lo evidente está ahí, transportándonos a ideas más profundas, a territorios más inhóspitos, al tiempo que consigue hacernos de este viaje una experiencia adictiva inolvidable.
“La bella Annabel Lee” (Seix Barral, 2016) es una novela inteligente y bella, donde lo hermoso se junta con doloroso en otra inolvidable novela de Kenzaburō Ōe, fantástica para adentrarse en la precisa y preciosa literatura de este autor japonés, Premio Nobel de Literatura en 1994.
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