Una isla, Lanzarote, donde todo está cerca, y no solo geográficamente. También el pasado y el presente van de la mano. Y lo mismo ocurre con la vida y la muerte, que ha alcanzado a la historiadora Olga Herrera. Su pareja, un militar recién llegado del Líbano, está decidido a averiguar el cómo y el porqué. Y a obrar en consecuencia.
Las dos anteriores novelas de Alexis Ravelo —la interesante y difícil de clasificar La otra vida de Ned Blackbird y la espléndida novela histórica ambientada en la Guerra Civil Los milagros prohibidos— fueron, sin duda, buenas lecturas. Pero no negaré que tenía ganas de volver a tener en las manos una nueva historia de género negro del autor canario.
La ceguera del cangrejo, publicada como esas dos obras por Ediciones Siruela, ha satisfecho ese deseo, y con creces.
Tanto es así que me he sorprendido a mí mismo con el libro en las manos a todas horas, aprovechando cualquier rato perdido para avanzar en su lectura. Absorbido por la trama, atrapado por la intriga y ansioso por conocer el desenlace. Un desenlace que ni resulta predecible (o, al menos, yo no logré anticipar) ni defrauda.
Y es que en esta novela —a diferencia de anteriores incursiones suyas en el género negro, más «criminales» que «policiales»— la trama gira en torno a una investigación. Solo cuando esta concluye y hay respuestas a todas las preguntas puede el lector soltar el libro.
Aunque el protagonista no sea un investigador privado (los que aparecen no salen precisamente bien parados) sí hay algo de esa figura en ese hombre solitario decidido a averiguar la verdad.
Ecos lejanos del Harper de Ross MacDonald o el Marlowe de Raymond Chandler lo acompañan en su recorrido por las tortuosas carreteras de Lanzarote.
Una isla donde todo está cerca y todos se conocen. Y donde los atentados medioambientales del desarrollismo han marcado no solo el paisaje, sino también la sociedad.
«El el tipo era fajador y sabía lo que hay que hacer cuando estás demasiado desorientado para defenderte. Se hizo un ovillo para protegerse la cabeza, la mayor parte de los órganos y los genitales, todas las cosas imprescindibles para la vida con la excepción de los riñones. Estos fueron los que recibieron la mayor parte de las patadas y los pisotones que Ángel le descargo con todas sus ganas, con toda su rabia, con toda la minuciosa crueldad que era capaz de desplegar cuando le tocaban huevos»
El pasado mes de abril se celebró el centenario del nacimiento del pintor, escultor y activista medioambiental canario César Manrique. Un pionero del desarrollo sostenible que dejó no solo la impronta de su obra repartida por toda la isla de Lanzarote, sino también la de su pensamiento en la conciencia colectiva de los lanzaroteños.
Sobre su figura se encontraba terminando una biografía, con ambición de definitiva, la historiadora del arte Olga Herrera.
No llegó a terminarla: la sorprendió la muerte al pie de un acantilado, en lo que pareció ser un accidente absurdo.
Ángel Fuentes, su compañero sentimental, no pudo estar ahí para despedirla. Militar destinado en el Líbano, sus mandos no le dieron permiso para regresar a tiempo a la isla.
Llega por fin a Lanzarote para pasar unos días de duelo. Recorre los lugares que compartieron, visita a su suegro, queda con los amigos de ella. Y repasa, pese a ser más un hombre de acción que de letras, las notas de ese libro casi terminado sobre César Manrique.
Pronto, las sombras de la sospecha comienzan a planear sobre el supuesto accidente mortal de Olga. Y se propone despejarlas, cueste lo que cueste y caiga quien caiga.
«Los tipos ya habían llegado hasta ellos y se habían quedado a unos metros, expectantes. Ángel les midió la envergadura. Uno de ellos era joven, flaco y bajito, pero se le notaba la dureza en la mirada oscura, en la sonrisa que ponía mientras jugaba con la podadora. El otro, algo mayor, tenía cuerpo de luchador y, por las marcas en su oreja derecha, probablemente hubiese pisado más de un terrero. Habría podido con ellos, pero no a la primera»
He encontrado la prosa de Ravelo en este libro más aplomada que en novelas negras anteriores. Como si fuera la pegada de un boxeador que hubiera ganado peso y experiencia, y subido de categoría. Con una gran potencia narrativa que lleva al lector contra las cuerdas y lo mantiene allí hasta que concluye la historia.
Están presentes en La ceguera del cangrejo muchos de los temas recurrentes en la obra del autor canario. Las diferencias sociales, la corrupción de los de arriba, la lucha por la supervivencia de los de abajo, el orgullo por el trabajo bien hecho, los mecanismos de la amistad, la violencia…
Pero también se incorporan otros, haciendo de esta novela algo más complejo que un mero relato policiaco: el duelo por un ser querido, la enfermedad y la vejez, el pulso entre desarrollo y medio ambiente, la inseguridad masculina ante una pareja más culta, los celos o el papel del arte en la conciencia colectiva.
Para concluir, una mención al estupendo título: hay en los Jameos del Agua, al norte de Lanzarote, una especie única de cangrejos albinos y ciegos. Adaptados a un entorno al que en buena medida son ajenos, simbolizan bien la manera en que acostumbramos a elegir permanecer ciegos ante aspectos injustos de la realidad.
Encuadernado en rústica con solapas, el libro sigue la línea sobria y elegante de la Colección Nuevos Tiempos de Siruela / Policiaca. Y es muy cómodo de leer en todas partes, cosa que en esta ocasión he comprobado a conciencia.
Obtuvo el Premio Hammett a la mejor novela negra por La estrategia del pequinés, que acaba de ser llevada a la gran pantalla.
En Siruela ha publicado La otra vida de Ned Blackbird (2016), Los milagros prohibidos (2017) y La ceguera del cangrejo (2019).