Una historia que se desenvuelve mejor en los páramos salvajes que tras las murallas de las grandes ciudades. A su vez es en esos bosques de piedra, hornos y vapor en los que Vasia encuentra una nueva cara de sí misma y de la humanidad. La chica en la torre, novela de Katherine Arden y publicada por Nocturna Ediciones, supone la secuela del título El oso y el ruiseñor.
Bajo la nieve y el hielo, las estrellas lejanas y la tormenta de voces, los cuentos de hadas han resultado ser algo más que palabras para entretenerse en las noches de frío. Nadie lo ha vivido en más carne propia que Vasia quién, acusada de brujería por recibir la ayuda del rey del invierno, debe emprender la huída.
Bajo la ropa de un muchacho enclenque y en compañía de su caballo Solovéi parte a las profundidades del bosque para descubrir nuevos parajes, pero su mundo no parece estar tan dispuesto a dejarla ir. No tan fácilmente. Se ve envuelta en un incidente que la lleva al palacio real de Moscú donde los secretos, los miedos y las mentiras tienen unas patas muy ágiles.
La chica en la torre es incómoda de leer ante la dominación machista que hace arder el mundo y convertirlo en un lugar asfixiante y carcelario para las mujeres y las niñas. La reducción social al que son sometidos los personajes femeninos, recluidos en su misión de vida obligatoria y a sus paredes amuralladas. Siempre tratadas como seres humanos de segunda y objetos de colección. Vasia se convierte en la furia de la naturaleza que se revela ante todo ello sin olvidar la sororidad hacia las otras mujeres.
En cierto sentido es un libro aterrador si realmente empatizas con las vivencias de las mujeres que aparecen en el libro. No porque haya magia negra, monstruos y pesadillas de otro mundo. Es mas «ordinario». Dicho de otra forma, más cercano a la realidad. El miedo a sufrir violencia emocional, física y sexual por el mero hecho de ser mujer. Se señala constantemente que Vasia vive en un entorno en el que puede ser atacada en el mismo momento en que su identidad sea descubierta. No obstante, no es la única que vive con ese recordatorio atenazándole los nervios. Los demás personajes femeninos pueden cumplir las normas sociales a rajatabla y vivir con ese miedo constante igualmente. Una sociedad en la que aunque cumplas las normas a la perfección se te puede calificar y clasificar de las peores formas posibles. Las mujeres son trofeos de guerra, bienes con carga vital.
El conflicto entre la libertad de las mujeres en medio del mundo sangriento en el que viven es constante y desolador.
Teniendo en cuenta esto último que he señalado, el desarrollo de los personajes va en concordancia. Arden se «aleja» de la fantasía de su libro anterior y se enreda en un mundo mucho más humano, uno que funciona muy diferente al espíritu férreo y tenaz de Vasia. Eché de menos esa toma de contacto más directa con el folklore eslavo y la fantasía, aunque tiene sus motivos para ser así.
Este libro se basa más en la figura del ser humano como individuo independiente al juego fortuito y templado de los espíritus, pero aún devoto a aquello que no puede ver. Aunque este punto ya era evidente en el anterior libro con la figura de Konstantine, en este la religión cristiana se vuelve una fuerza política de unión hegemónica que no permite quebrantamiento de sus normas en ninguno de sus ámbitos. Y adivina a quién esa rigurosidad y protocolo le importan tres pimientos. Exacto, a Vasia.
Quizás la tercera entrega de la saga fusione la carga mágica del primer libro con la humana del segundo, llenando así los huecos que por ahora existen en la historia.
Al centrarnos en unos personajes más humanos, nos encontramos con el desarrollo de tramas complejas, con personalidades y motivaciones adulteradas. Eso pese a que algunos de ellos defienden a capa y espada que son seres de luz y que no hay resquicio de duda ni malicia en sus deseos, acciones ni pensamientos. Quitando el caso de Vasia, el resto de personajes se reparte de una manera más o menos equitativa las páginas. Hay espacio para conectar con ellos y conocerles.
Si hubo uno que se me hizo flojo fue el personaje antagonista. No sé si fue porque no fui capaz de empatizar con su vida y sus motivaciones, tampoco impresionarme. Sus deseos se me hicieron tan vacíos y planos que aunque comprendiera lo que le había llevado por ese camino, no se me hizo relevante. No me dejó una huella especialmente marcada y casi lo sentí como una excusa para que sucedieran determinados acontecimientos que una identidad con peso.
La chica en la torre es una promesa de fantasía de sangre, tierra y nieve. Un deseo de volar entre estrellas pese al frío o el peligro.