Pero no estaríamos hablando de una obra tan valiosa si no consiguiese trascender, de alguna forma, sus propias limitaciones. Y lo hace, magníficamente, de varias maneras.
La primera es que consigue conectar a la familia Carter con ese proceso de recuperación de la memoria de los pueblos, que tan común es a tantas sociedades, durante la rápida aceleración socioeconómica acontecida entre el final del s. XIX y el comienzo del s. XX. Cuando la industrialización y la urbanización, y por tanto la migración interior acontecida en tantos países del campo a la ciudad, ponía en riesgo la pérdida de todo el caudal antropológico-cultural transformado durante siglos en forma de coplas y coplillas, rimas y canciones. La familia Carter hizo un esfuerzo, más valioso cuanto más pasa el tiempo, de recorrerse valles y montañas para recopilar y después gravar muchísimas de ellas que, de otra forma, hoy quizás habrían sucumbido ante las fuerzas del progreso.
La música country pasada y actual, así como la futura, debe su vida a un trabajo que ha tenido en los Carter un papel decisivo. Un proceso de memoria común a tantas sociedades, con otros tantos protagonistas homólogos a ellos allí dónde tú te encuentras ahora mismo leyendo estas líneas.
La segunda forma de trascendencia surge de la humanidad con que se dota, y que tanto nos hace sentir, al motor narrativo de esta novela gráfica: a Alvin Pleasant Carter (llamémosle A.P. para entendernos), el patriarca de la familia y centro de todas sus peripecias. La familia Carter no existiría como proyecto musical sin él. Cuando estaban más preocupados de salir adelante, luchando contra las inclemencias de una vida rural que ya comenzaba a dar síntomas de agotamiento, y reinaba la pobreza y la miseria, A.P. se preocupaba por recopilar canciones, por llegar a gravar alguna vez un disco, y por reunir tras el micrófono a gente con tan sorprendente talento musical como serían su mujer, Sara Dougherty Carter, o la prima de ésta y mujer del hermano de A.P., Maybelle Addington Carter (la madre de June Carter).
En la construcción como personaje de A.P. percibimos claramente una personalidad cándida e inocente, soñadora e ilusionada, generosa y desprendida, tendente siempre a ver un futuro mejor a pesar de las dificultades presentes y pasadas. Tal perfil encuentra su contrapunto en Sara, su mujer, materialista y pragmática, preocupada por sacar adelante a la familia mientras A.P. iba de aquí para allá en busca de información sobre cómo gravar un disco, o de letras y melodías para próximas canciones. Tal complementariedad queda en evidencia, prácticamente desde el principio, poniendo en valor el sacrificio de Sara como verdadero sostén de las ilusiones de su marido.
Y esto nos lleva a un tercer punto de trascendencia: la puesta en valor de las mujeres, el cuidadoso respeto que se tiene con ellas. Cuando, quizás, lo más cómodo y lo más sencillo habría sido dejarse llevar por la magnética candidez de A.P. Pues no. Tanto Sara como Maybellle encuentran un sitio principal, con sus personalidades claramente definidas, con sus distintos talentos y personalidades claramente posicionadas en el conjunto. No solo son esposas y madres, sino que el guion se cuida muy mucho de poner en valor su capacidad musical como intérpretes vocales e instrumentistas. No en vano, Maybelle Addington Carter fue la creadora de una técnica de punteo solista de guitarra del inspirador para otras grandes figuras de la americana music como Lucinda Williams o Emmylou Harris.
Sin embargo, si es verdad que el guion está repleto de maravillosas virtudes (mérito todas ellas del escritor Frank M. Young), el digno dibujo de David Lasky se sitúa sin embargo dos peldaños (o tres) por debajo. La paleta de colores tiende a ser bastante apagada, desaprovechando la variedad para introducir matices necesarios o señalar los cambios de ritmo en la historia; y que son no pocos. Los planos son abrumadoramente de tipo medio (agiliza sí, pero también aburre soberanamente), acercándonos a los personajes solo de muy cuando en cuando -en momentos de alta expresividad emotiva y, aun así, quizás no tanto como sería de desear-, y renunciando por defecto al plano general. Tampoco se aprovecha el poseer numerosos documentos gráficos de los Carter para dotar a sus retratos de un poco más de realismo. Y las fuentes son de un tamaño minúsculo, dificultando la lectura hasta extremos a veces ridículos.
‘La familia Carter. Recuerda esta canción’ (Impedimenta, 2017) fue galardonada en 2013 con un Premio Eisner como mejor novela gráfica basada en hechos reales.
Sin duda, tiene más que sobrados méritos para ser merecedora de él: un guion maravilloso, perfectamente estructurado y pensado, cuidadoso con los personajes, equilibrado en los cambios de ritmo y de tono, desarrollado además con el esmero de David Lasky en sus lápices. Pero a Lasky sí se le echa en falta una audacia y expresividad emocional gráficamente ausente para un texto cargado, sin embargo, de momentos emotivos dignos de recordarse. Dejándonos un balance global de claro desequilibrio entre un maravilloso guion y un dibujo simplemente correcto.
Por todo esto, a medida que la novela gráfica avanza, aunque su estilo gráfico cansa y aburre, su texto consigue hacernos olvidar sus raíces culturales estadounidenses, llevándonos a un nivel de discurso universal y comprensible por cualquier lector/a del globo terráqueo.
Una capacidad que la convierte en una buena novela gráfica, disfrutable en muchas formas y sentidos distintos.
Compra aquí "La familia Carter. Recuerda esta canción".