Moore y O’Neill se siguen situando en ese mundo alternativo entre finales del siglo XIX y principios del XX (coincidiendo con la publicación de todas esas novelas de aventuras que manejan como ingredientes) para crear su historia o, más bien, para que la historia que plantean siga sus propias pautas, donde los personajes hacen de sí mismos y los sucesos salten de las novelas e interrumpan de manera especial e irrevocable.
El inicio es tan críptico como lo puede ser el bardo de Northampton, que es muchísimo. Partiendo de una rejilla de nueve por nueve donde el punto de vista se aleja viñeta a viñeta de un símbolo circular (la alfombra mágica de Gullivar Jones), donde el paralelismo con la primera página de Watchmen es tan obvio (aunque no sabemos si es el punto de vista el que se mueve o lo es la alfombra), los autores nos introducen directamente no ya en el mundo de la Liga, sino en otro planeta cuya representación literaria es vasta y rica: Marte. Obviamente no es el frío e inhabitado planeta rojo, sino un fantástico mundo imaginado entre otros por Rice Burroughs, Lester Arnold, Moorcock e incluso C.S. Lewis.
Este fantástico preludio no es más que un marco para ponernos en situación ante una de las catástrofes más espectaculares que ha vivido nunca la ficción inglesa: la invasión marciana de La guerra de los mundos. Moore y O’Neill recrean con total pericia y verosimilitud (si es que puede usarse esa palabra para hablar de la recreación de una ficción) el miedo y la amenaza de los cilindros impactados en Woking y el resto de la campiña inglesa, y sus letales trípodes armados con el invisible rayo calórico. Orson Welles estaría orgulloso.
Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre la novela descrita por H.G. Wells y esta versión del conflicto:
En este mundo los marcianos no son la única existencia atípica ni mucho menos el monstruo más aterrador. Es entonces cuando la Liga entra para salvar Inglaterra de la invasión marciana.
Si el primer volumen no se decantaba por ningún autor decimonónico en concreto, aunque obviamente con cierta predilección por la ficción anglosajona (Conan Doyle, Stoker, Stevenson, Haggard, Rohmer…) y una grata incursión francesa (Verne…); en este segundo tomo la presencia de H.G Wells es indiscutible. Sus creaciones supondrán la causa, la traición y la resolución del conflicto y, por ende, del propio cómic.
Otro deformado paralelismo podríamos hacer: mientras que en el primer volumen asistimos a la unión de unos personajes complejos y variopintos que, pese a todo, deben formar un grupo, en esta entrega son las sustanciales diferencias las que terminarán desmembrando el conjunto. Nemo y su postura anti-colonialista, la faceta de buscavidas de Griffin, la monstruosidad desatada en el marco de la guerra de Hyde, aunque envuelta en redención; la vejez de Quatermainn y el miedo a las relaciones de Murray debido a su horrible pasado. Son, sin embargo, estos dos últimos personajes los que mantienen mejor la consistencia de la Liga, estando ambos más cercanos al arquetipo de héroe y hacia la responsabilidad que los otros tres miembros.
Preferiría no revelar mucho más de la trama y dejarla a manos de los lectores que sabrán qué hacer con ella, saboreándola directamente de los autores y no por la aproximación de segunda mano de un servidor (Como siempre, recomiendo las Annotations de Jess Nevins: Sin embargo, me gustaría incidir en una de las ideas clave de la saga: Inglaterra siempre termina vislumbrándose como un espejo de dos caras. Es a la vez la salvadora del status quo y la que oculta detrás una vileza extrema. El M que mueve los hilos del MI5 era el pérfido Moriarty en la primera entrega, aunque el indiferente y brillante Mycroft no es mucho mejor moralmente hablando. La forma de ganarle el pulso a los marcianos es de todo menos honesta. La creación de un grupo secreto que actúa fuera de los márgenes de la ley tampoco auguraba nada limpio. No en vano los anglosajones son expertos en distopías y novelas de detectives. El doble rostro de Albión estampado en ambas caras de un penique. Y al final, Hyde es más importante que Jeckyll.
Se nota que Alan Moore está ya en su salsa. No le importa lo más mínimo, si es que alguna vez le ha importado, juguetear con las grandes y pequeñas creaciones de todos los escritores de ficción que le han precedido. Y encima se divierte, añadiendo chascarrillos, escenas subidas de tono y cierto toque esperpéntico. Este segundo arco, comparado con el primero, tiene mucho más alcance, se permite poder jugar y explorar todas las posibilidades (más aún si tenemos en cuenta El nuevo almanaque del viajero que acompaña al volumen).
No sólo continúa creando un mundo ucrónico (cosa que continuará con más ahínco en el Dossier Negro), sino que además es capaz de modificarlo irremisiblemente con una guerra que además proviene del propio mundo de la ficción victoriana. Quizás se desinfle algo hacia el final de la trama, puesto que las escenas de batalla y destrucción las habremos dejado atrás (la participación del Nautilus es toda una imaginería increíble) y la resolución, aunque partiendo de la propia ficción de Wells, puede sonar algo impostada. Pero como he dicho antes, las reacciones de los personajes ante el conflicto permiten llegar a buen puerto hasta la última viñeta.
Kevin O’Neill sigue en su línea, regalándonos un dibujo profuso en detalles, imaginería y huevos de pascua que es parte ya del universo de la Liga. Todo el inicio en Marte es de una riqueza visual impresionante, haciendo realidad el mundo soñado por los escritores de principios del siglo XX. El diseño de los trípodes es único pero respetuoso con la idea original, con armas como el rayo calórico cuyo diseño nos es fascinante e incomprensible. La invasión y las escenas de desastre y batalla son absorbentes, y Hyde está impresionante cada vez que ocupa (y mucho) la viñeta.
Esperemos que esta estupenda edición en Trazado siga su curso y que vea a la luz el tercer volumen o incluso en Dossier Negro.
En definitiva, os lo pasareis en grande con esta segunda entrega, os explotará el cerebro en mil pedazos con más referencias literarias que la biblioteca nacional de Londres y, sobre todo, descubriréis porque Hyde Park se llama así.