El tema central de este volumen reside en el advenimiento de un llamado Hijo de la Luna, invocado por Oliver Haddo, el trasunto de Alisteir Crowley al que W. Somerset Maugham dio papel protagonista en su novela The Magician. El tema del ocultismo y la presencia de este sosia de Crowley (que escribió entre otros textos, Moonchild) no son baladíes teniendo en cuenta la pluma que escribe. El mago de Northampton deja sacar sus pulsiones y gustos en este tomo mucho más que en los anteriores, reciclando, además de elementos esotéricos, una propia versión de Jack el Destripador (sobre el cual dedicaría su obra From Hell), la Ópera de los tres peniques de Bertolt Brecht (aunque el tono operístico en el cómic no resulte del todo perfecto) o la música rock…
Cada uno de los tres capítulos funciona como un pequeño volumen, situado en un año concreto y con cambios en los miembros de la Liga. Los principales, y por tanto los que protagonizan las tres partes, son Mina Murray, Allan Quatermainn y Orlando, todos ellos inmortales. Mina podría haber alcanzado tal condición al ser mordida por Drácula, aun así, probó la fuente de la juventud junto con Quatermainn. Orlando, el personaje ideado por Virginia Woolf a raíz del Orlando innamorato de Boiardo y el Orlando Furioso de Ariosto, viene ya con la condición de inmortal, además de ir armado con la que asegura ser Excalibur y dotado con el poder de cambiar de sexo, lo cual influirá enormemente en la forma de representar las relaciones amorosas y sexuales en este siglo XX de la Liga, ya de por sí revolucionario en tales temas. Hay que apuntar también la idea de que este triunvirato este formado por una mujer, un hombre y un ser andrógino.
Los otros miembros de la Liga son, en 1910, el aristócrata ladrón Raffles, creado por Hornung (cuñado de Conan Doyle) como una contrapartida de Holmes, y el detective de lo oculto Thomas Carnaki, de la pluma del genial William Hope Hodgson. Ambos son personajes arquetípicos en sus respectivos campos (los del caballero ladrón y el detective sobrenatural) por lo que su elección es totalmente acertada, e incluso su limitada presencia se torna desaprovechada para el lector, sobre todo siendo tan cautivadores y desconocidos para el público general. Un tercer miembro aparecerá, a su modo astral, en momentos posteriores: se trata de Próspero (protagonista de La tempestad de Shakespeare), el que iniciara la primera versión de la Liga por orden de Gloriana en el siglo XVII (a la que también perteneció Orlando).
Pero como se comentó antes, la longevidad de esta historia hace que en cada capítulo el lector deba situarse en el momento y complete la información de lo que ha pasado entre esos saltos de tiempo. Las pistas y detalles no son pocos, pero digerirlos es una tarea ardua. Comprender además las motivaciones y personalidades de los tres protagonistas inmortales es también difícil, sobre todo siendo tan volubles (y no sólo me refiero a Orlando), lo cual hace que no sea tan fácil empatizar con ellos.
Eso sí, la concepción de Moore de esas tres épocas es impecable, representando totalmente el espíritu tan diferente de cada una de ellas: la ruptura de esa sociedad heredera de la victoriana a principios de siglo en 1910, rodeada de avances científicos y tecnológicos incomprensibles, unida al feroz capitalismo y a la globalización producto del colonialismo… todo ello representado en el ocultismo, en los bajos fondos brechtianos, en los variopintos personajes…
La psicodelia hippie del Londres de 1969, con todas esas versiones de bandas de rock (la referencia a los Stones es innegable, pero hay otras) influidas también por el ideario de Crowley, Haddo en esta versión del mundo (Black Sabbath y Led Zeppelin serían otras posteriores). Estas referencias se me antojan un tanto traídas por los pelos, ya que se saltan el argumento base de esta saga, que es usar personajes de ficción existentes (Haddo, como contrapartida de Crowley, es un personaje de ficción traído de una novela, sin embargo, la Purple Orchestra es un concepto original de Moore, aunque alguno de sus miembros sí sean personajes de la ficción británica como Basil Fotherington-Thomas o The Rutles aprovechando la parodia de Eric Idle de The Beatles).
Dejando de lado el mundo musical, este 1969 es también un mundo pop, lleno de personajes un tanto horteras propios de películas y series de televisión (Mr C, James Bond, Doctor Who…) o unos antihéroes muy desestructurados producto de la New Wave británica encabezada por Moorcock o la generación Beat americana. Es muy interesante el epílogo de este capítulo, metido totalmente en el desencanto del punk posterior, que se iniciaría con muerte de Basil Fotherington-Tomas/Brian Jones (y es de suponer que de otros miembros del club de los 27) en un choque brutal con la oscura realidad.
2009 no iba a ser menos: un tiempo postmodernista, individualista, profuso en conspiraciones, guerras, antihéroes. Las matanzas en los colegios como Columbine se traducen aquí en la aniquilación de la Escuela Invisible, del que el lector es incapaz de disociar con el Hogwarts de Harry Potter, haya antecedentes de mejor o peor suerte en la literatura fantástica y quiera Moore o no.
La amenaza latente del Hijo Lunar traspasará estos tres tiempos sin que los miembros de la Liga sepan muy bien cómo enfrentarse a él. En 1910 será aún muy pronto (y Moore juega con la reversión de la causa y consecuencia, al preguntar nuestros protagonistas a un Haddo aún sin intención de invocar ningún apocalipsis), 1969 será el momento adecuado, pero fracasarán, y 2009 será ya muy tarde… la poca ayuda y pistas que obtienen proviene de personajes tan crípticos como Próspero o Andew Norton, el prisionero de Londres, que puede viajar en el tiempo, pero no en el espacio, y por lo tanto su jerga es no lineal. Es interesante ver un ejemplo tan contemporáneo, el del protagonista de la obra de Slow Chocolate Autopsy de Ian Sinclair, un libro de los noventa ilustrado por Dave Mckean, que también ha hecho lo propio con alguna obra de nuestro guionista.
Jugar con personajes que se saltan las restricciones del tiempo es una buena baza para alguien que está construyendo un relato inter temporal con protagonistas inmortales, muy al regusto de La nave de un millón de años de Poul Anderson. También es sugerente imaginar un Hijo de la Luna muy cercano al espíritu de Trainspotting, tan desencantado e incómodo como una patada en las partes íntimas.
Esta tercera entrega de la Liga se hace un tanto farragosa, y aunque Alan Moore dirija sus esfuerzos a versar sobre temas que le son muy familiares y seguramente preferidos, el desconocimiento de los mismos por parte del lector hace en este caso que la trama se pierda de vista, y eso sin tener en cuenta que mostrarnos tres periodos distintos del siglo XX que podrían haber conformado un volumen de la saga por sí mismos ya puede descolocar bastante. La Liga nunca ha sido adalid de la facilidad hacia el lector, ni es pretensión de exigir que lo fuera, sin embargo, es cierto que en general el público está más familiarizado con la literatura del siglo XIX (Sherlock Holmes, Drácula, las novelas de Verne o de Wells…) y no tanto con la vasta proliferación de ficción, primero en los pulps de principios de siglo, luego en la literatura psicodélica, la televisión y el cine sesentero, y finalizando por la posmodernidad actual de la era de la comunicación donde es imposible abarcar tal volumen de ficciones, más aún si se centra en lo puramente británico. Se hace aún más necesario consultar las fantásticas Annotations de Jess Nevins. El spin off de Nemo y el Black Dossier apuntan con mucho más acierto al contarnos ese siglo XX ucrónico a través de claves de ficción más reconocibles, aunque no sabemos si Planeta se decidirá unirlos a la colección Trazado.
Kevin O’Neill sabe manejarse en estos tres tiempos alternativos, apropiándose incluso de los recursos y las diferenciadas estéticas de cada uno de ellos. Además de saber dotar de personalidad a cada personaje, por muy nimia que sea su contribución (incluso como huevo de pascua, nos regala algunas viñetas impresionantes, como la del ataque del Nautilus a Londres, los saltos de tiempo de Norton, el viaje psicodélico de Mina, las apariciones astrales de Próspero o las escenas en el plano paralelo del colegio invisible.
Cerramos la trilogía con un sabor agridulce, pero traspasando todo un siglo de referencias, ficciones y con la mayor amenaza a la que se ha enfrentado la Liga, esta vez desecha, pero compuesta por tres grandes personajes: Mina Murray, Quatermainn y Orlando, que se enfrentarán al Padre Perdurabo de ese universo: Oliver Haddo, y a su Hijo de la Luna.